Argumentación razonada del autor sobre el contenido de este Blog. (Recomendado reproducir).
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¿Qué es una Biografía?
Es,
sencillamente, la historia de una vida. Nos relata los hechos de una persona
desde su nacimiento hasta su muerte. Otra persona, diferente al protagonista de
la biografía, escribe con datos de terceros y en algunos casos, de sus propias
experiencias vividas con el personaje biografiado.
¿Qué es una Autobiografía?
Es la
narración de una vida hecha por el propio sujeto de ella. Una narración no
acabada, ya que no describe, finalmente, su partida de este mundo, un hecho
incuestionable para todo ser humano que desconoce cuándo va a morir, dónde va a
morir, cómo va a morir y por qué o por quién va a morir. Nadie que haya muerto
deja finiquitada su autobiografía. Ningún ser humano ha escrito su vida después
de morir y resucitar… excepto el Autor del relato que acabamos de leer.
Jesucristo
es el Autor de su Autobiografía, un Hombre que ha gustado la muerte en su más
amarga experiencia, un Hombre que por su propio poder ha resucitado, porque
este Hombre es Dios sin dejar de ser Hombre, el Dios Fontal de donde procede
toda vida, el Creador del Universo, que lo sostiene en su Providencia, el Dios
que tiene contestación al cuando, al dónde, al cómo y al porqué o por quién que
señalábamos en el párrafo anterior.
Invito a
mi amable lectora o lector a reflexionar sobre lo que se deduce al volver a
leer, detenidamente, el apartado que nos relata la resurrección de Lázaro. El
cadáver, ya larvado y putrefacto, de un hombre, inhumado a la vista de sus
conciudadanos (históricamente incuestionable), yace embalsamado en una tumba de
Betania. El drama es impresionante y me quedo con estas palabras de Jesucristo
pronunciadas a la entrada de un sepulcro de dónde emanaba el olor nauseabundo
de una carne agusanada:
“¡¡Lázaro ven afuera!!”
El
difunto al imperio de estas palabras salió afuera de manera sobrenatural. Este
hombre, ahora vivo, estaba atado de pies y manos, envuelto en un sudario,
quizá, empapado todavía del viscoso fluido cadavérico. Otros le desataron para
que pudiera andar.
Ante esta
escena estremecedora y sublime ¿quién puede dudar de la divinidad de
Jesucristo? Este grito de Dios, estas palabras del Autor de la vida dicen lo
que ven nuestros ojos: el espíritu de Lázaro viene desde no se sabe dónde para
volver a animar su cuerpo, podrido un segundo antes.
En
Jesucristo, las palabras de sus labios no se contradicen con los hechos que se
consuman al unísono de pronunciarlas. El hecho y la palabra, súbita e
imperiosamente, se ejecutan al mismo tiempo. Racionalmente asumido lo anterior,
ahora, deberíamos volver a leer esta Autobiografía para que nuestra Fe se
hiciera más grande.
Vuelvo a
invitar a mi amable lectora o lector a reflexionar, de nuevo, sobre el
apartado: La Eucaristía. TEMA 143. Dice Jesucristo:
“Tomad, comed: este es mi cuerpo, que por vosotros es entregado; haced
esto en memoria de mí”.
“Bebed de él todos, porque ésta es mi sangre del Nuevo Testamento, que
por vosotros y por muchos es derramada, para remisión de los pecados. Haced
esto, cuantas veces bebiereis, en memoria de mí”.
Si la
fuerza, divinamente ejecutoria, de las palabras de Jesucristo en el
impresionante milagro de Lázaro, tal y como hemos visto, es meridianamente
palmaria, si han hecho lo que ellas mismas expresan, debo entender que esta
misma Persona ni se confunde ni me confunde cuando interpreto, literalmente, lo
que me están diciendo estos dos párrafos. Un trozo de pan, que así me lo
evidencian los sentidos, es el Cuerpo de Cristo. En una copa que, a mi olfato,
gusto y vista deduzco que contiene vino, no es tal, sino la Sangre del Hombre
que me lo está ofreciendo.
La
divinidad de Jesucristo avala lo que estas palabras dicen con independencia de
mi mayor o menor Fe. Y aunque crea, ante este Misterio, solo la disposición de
mi alma será la que en definitiva me haga entender el acto de comer y beber el
Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.
Antes del
tiempo, Dios determinó hacerse Hombre en el tiempo. El Verbo del Padre, el Hijo
engendrado en la eternidad, decide desprenderse de su rango divino para asumir
la naturaleza humana sin dejar de ser Dios. En un Misterio insondable, la
segunda Persona de la Santísima Trinidad, en un acto de anonadamiento infinito,
se hace un ser humano sin perder sus atributos divinos. Se hace Hombre para
tener voluntad de hombre y padecer y morir como morimos los hombres. Toma sobre
Sí el pecado de la humanidad, se entrega en manos de sus hermanos para morir
muerte de Cruz, precisamente, por ellos.
En el
Calvario contemplamos, a primera vista, un Hombre clavado en un palo en forma
de Cruz, sin embargo, para un cristiano, Quien allí está colgado, en patética
agonía, es Dios. Se podría decir que Dios Creador se dejó matar por su criatura
por un acto de amor supremo de infinita magnitud.
Por amor
al hombre, el Hijo de Dios consuma la secuencia de su anonadamiento ilimitado
en dos actos de transcendencia divina que el hombre no puede comprender en todo
su significado. Siendo Dios se hace Hombre sin dejar de ser Dios, y siendo
Hombre se hace pan y vino para que lo podamos comer y beber.
El Dios
en el que nos movemos y existimos consuma un abajamiento sin medida para pasar
de su inicial estado divino a este estado material que hace posible que pueda
entrar por nuestra boca hasta el tuétano de las entrañas bajo las especies de
pan y vino sin dejar de ser Dios. Es decir, en cada comunión comemos y bebemos
el Cuerpo y la Sangre de Dios con sabor a pan y sabor a vino, pero en
definitiva lo que estamos consumando es el acto más sagrado y transcendental de
un ser humano: ingerir a Dios que se llega hasta el núcleo esencial del “yo”
que nos define.
Si te
acercas a comulgar asumiendo lo que expresa el párrafo anterior, si haces tuya
esta sagrada verdad que te hará entender el infinito y sublime Amor de quien te
está esperando, extrapolarás a tu persona el anonadamiento ilimitado de Aquel a
quien adoran los ángeles y susurrarás en tu espíritu estas palabras: “Señor, vienes a mí como Quien eres y yo te
recibo como quien soy”, te fundirás en una sola cosa con el más Bello de
los hombres, con el Hijo de Dios.
El Señor
pudo presentarse, en la historia del hombre, ya adulto, pero quiso pasar por
todas las etapas necesarias para consumar una vida humana. Dios se vale del
hombre para hacer sus obras. Quiso contar con la libertad soberana de una
preciosa jovencita judía, llamada María, que no le defraudó. Aceptó ser la
Madre de Dios y en sus purísimas entrañas, sin concurso de varón, el Espíritu
Santo consumó su obra más genuina, la encarnación del Hijo de Dios y desde ese
instante Hijo de María. Comienza el
abajamiento de Dios haciéndose hombre con la humilde y sagrada colaboración de
una Mujer, el orgullo de nuestra raza.
Aquí
termina la primera etapa que nos muestra el desprendimiento del rango divino a
favor de la naturaleza humana. Veamos la segunda. Ya hecho ser humano, el Autor
de la vida, Jesucristo, decide volver a anonadarse hasta el extremo. El que es
Hombre y Dios a la vez, determina hacerse realidad incuestionable, para los
ojos de la Fe, aunque esté oculto a los sentidos, bajo las especies de pan y
vino.
Otra vez
necesita del concurso, en este caso, de un varón para que en la Consagración de
la Misa se cumpla su promesa. El sacerdote le prestará todas sus facultades y
con ellas, Cristo mismo, repetirá las idénticas palabras que pronunció cuando
su tiempo en este mundo llegaba a su término. Después, en breves horas, morirá
muerte estremecedora de Cruz.
Hermana
mía y hermano mío, que ha llegado hasta aquí en la lectura de este Libro. Con
este epílogo he querido asegurarle que Dios hace sus obras, pero yo creo que
las más transcendentales las hace con la libérrima colaboración de los hombres
y mujeres que se escoge de este mundo.
A unos
dos mil años de esta hora, cuatro hombres tocados por el Espíritu Santo
escriben los cuatro Evangelios que llevan su nombre: Mateo, Marcos, Lucas y
Juan. Como eficaces instrumentos en las manos de Dios, no emplean ni una
palabra más ni una palabra menos que las necesarias según la inspiración divina
de la que han sido dotados.
Si asumo
los razonamientos anteriores en los que se me muestra que para Dios todo es
posible, con mucha fatiga y considerándome el más indigno de los hombres, debo
asegurarle que esta Autobiografía de Jesucristo solo se puede entender como tal
si se está seguro que el Protagonista ha sido realmente quien la ha escrito.
Evidentemente, este Libro no lo ha escrito físicamente el mismo Cristo.
Tampoco
la Consagración la hace, visiblemente, el mismo Cristo, sino que cuenta con el
hombre que le prestará sus atributos. La AUTOBIOGRAFÍA DE JESUCRISTO es
consecuencia de una Concordancia Evangélica relatada, finalmente, en estilo
autobiográfico. El texto canónico de la Iglesia Católica, se ha concordado y se
le ha añadido unos muy pocos términos que lo convierten en una sola redacción
autobiográfica.
En mi
caso se da, con plenitud de significado, ser el miserable instrumento, inútil
por sí mismo, usado por Dios para escribir su Vida entre los hombres. Este
Libro, como venimos diciendo, ha necesitado más de treinta y cinco años para
escribirse y ya ha llegado hasta los lugares más recónditos del mundo. No es
una casualidad, un piadoso trabajo de un hijo de la Iglesia Católica donde
quiere vivir y morir. Este Libro es lo que define su título:
Vida de Jesucristo contada por Él mismo.
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LIBRO DE LOS 7 SELLOS [484 Páginas] |






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