TEMA 09 SOLO TEXTO

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TEMA 9 

Circuncisión, purificación y presentación. 

(Lc 2,21-39)


[Seguimos de la mano de san Lucas leyendo su Evangelio. Nos dice]:

SOLO TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO

Al cumplirse los ocho días me circuncidaron poniéndome el nombre de Jesús como ya había sido llamado por el ángel antes de que fuese concebido en el seno de mi Madre. Y subimos a Jerusalén para cumplir con la Ley de Moisés por la cual mi Madre se sometió a la purificación y Yo era presentado a mi Padre. Dicha Ley dice:

“Todo primogénito varón será consagrado al Señor”.

Mis padres ofrecieron como sacrificio un par de tórtolas. Y he aquí que había un hombre en Jerusalén por nombre Simeón, justo y temeroso de mi Padre Dios, que aguardaba la consolación de Israel y el Espíritu Santo estaba sobre él, habiéndole sido revelado que no vería la muerte antes de verme. Vino al Templo impulsado por el Espíritu Santo y cuando mis padres me introducían en el Templo, se acercó a nosotros y recibiéndome en sus brazos bendijo a mi Padre Dios diciendo:

—“Ahora dejas ir a tu siervo, Señor, según tu palabra, en paz; pues ya vieron mis ojos tu Salud, que preparaste a la faz de todos los pueblos: luz para iluminación de los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”.

Mis padres estaban maravillados de las cosas que se decían de mí. Simeón nos bendijo y dijo a mi Madre:

“He aquí que este está puesto para caída y resurgimiento de muchos en Israel, y como una señal a quien se hace contradicción- y a ti misma te traspasará el alma una espada-, para que salgan a la luz los pensamientos del fondo de muchos corazones”.

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, habiendo vivido con su marido siete años desde que se casó, y quedando viuda, había llegado hasta los ochenta y cuatro años. No salía del Templo, sirviendo a mi Padre Dios en ayunos y oraciones noche y día. Acercándose en aquel momento, alababa también a mi Padre Dios, y hablaba de mí a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Y terminadas todas estas cosas ordenadas en la Ley de mi Padre nos volvimos a nuestra casa.

COMENTARIO DEL INGENIERO

En este pasaje contemplo una circuncisión, la del Niño recién nacido, una purificación, la de la Madre que ha dado a luz su primogénito, una presentación en el templo para consagrar y ofrecer este Niño al Señor y un sacrificio de dos tórtolas para rescatarlo.  La circuncisión se hizo a los ocho días de nacer y probablemente en el mismo Belén. La purificación de la Madre y la presentación del Niño, quizá se hicieran pasados 40 días del parto, en el templo de Jerusalén. La distancia entre Belén y Jerusalén es de unos 8 Km., se podía recorrer en no más de dos horas.

Debo entender que no todas las madres de todo Israel que dieran a luz a un varón primogénito, a los 40 días, se trasladaban al templo de Jerusalén para ser purificadas, para presentar a sus hijos y rescatarlos con el sacrificio de dos tórtolas. Probablemente este ritual se pudiera hacer en la sinagoga de las ciudades o pueblos donde habitaban. Si esto fuera cierto, se podría pensar que la Virgen pudo hacerlo en Nazaret, distante 150 Km de Jerusalén, si hubiese querido dar a luz a su Primogénito en el mismo lugar donde residía, es decir en el mismo Nazaret, pero como hemos visto, no fue así.  Quiso María y José, que su Hijo viniera a nacer en Belén, porque conocían lo anunciado por los profetas desde antiguo que dice:

Y tú Belén, tierra de Judá, de ningún modo eres la menor entre las principales ciudades de Judá; porque de ti saldrá un Jefe que pastoreará a mi pueblo Israel. (Mt 2,6)

Montar en la cabalgadura de su marido, José, con nueve meses de gestación, para caminar 150 Km por caminos más o menos tortuosos, supone entender que esta Mujer tenía predeterminado dar a luz en Belén. Así mismo, creo estar acertado, si aseguro que María, también tenía predeterminado que el Niño Dios debía ser presentado en el Templo de su Padre Dios, en Jerusalén, y no en una sinagoga de Nazaret.

A poquito de entrar en el templo, con el Niño en brazos, inesperadamente, María y José son abordados por un anciano de sereno porte, rostro amable y blanco cabello, que se da a conocer. Simeón es su nombre. ¿Cómo pudo entender que esta jovencísima Madre portaba en sus brazos al Ungido del Señor? El Espíritu Santo entra en juego. Dice el texto que este hombre no vería la muerte sin contemplar al Mesías. Con esta afirmación entró en detalle y recabó el interés de María y José.

San Lucas escribe su Evangelio a 62 años vista de este acontecimiento. En este pasaje no apreciamos más actores que: María, José, Simón, Ana y el divino bebé. No puede haber duda, solo la Madre de este Niño informó al escritor sagrado de aquella lejana conversación que ella guardaba, como un tesoro, en su Corazón. Finalmente, me quedo con las palabras de Simeón a María: “Y a ti misma una espada te traspasará el alma”.

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