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Circuncisión, purificación y presentación.(Lc 2,21-39) |
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[Seguimos
de la mano de san Lucas leyendo su Evangelio. Nos dice]:
SOLO
TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Al cumplirse los ocho días me circuncidaron
poniéndome el nombre de Jesús como ya había sido llamado por el ángel antes de
que fuese concebido en el seno de mi Madre. Y subimos a Jerusalén para cumplir
con la Ley de Moisés por la cual mi Madre se sometió a la purificación y Yo era
presentado a mi Padre. Dicha Ley dice:
“Todo primogénito varón será consagrado al
Señor”.
Mis padres ofrecieron como sacrificio un par
de tórtolas. Y he aquí que había un hombre en Jerusalén por nombre Simeón,
justo y temeroso de mi Padre Dios, que aguardaba la consolación de Israel y el
Espíritu Santo estaba sobre él, habiéndole sido revelado que no vería la muerte
antes de verme. Vino al Templo impulsado por el Espíritu Santo y cuando mis
padres me introducían en el Templo, se acercó a nosotros y recibiéndome en sus
brazos bendijo a mi Padre Dios diciendo:
—“Ahora dejas ir a tu siervo, Señor, según tu
palabra, en paz; pues ya vieron mis ojos tu Salud, que preparaste a la faz de
todos los pueblos: luz para iluminación de los gentiles y gloria de tu pueblo
Israel”.
Mis padres estaban maravillados de las cosas
que se decían de mí. Simeón nos bendijo y dijo a mi Madre:
—“He aquí que este está puesto para caída y
resurgimiento de muchos en Israel, y como una señal a quien se hace
contradicción- y a ti misma te traspasará
el alma una espada-, para que salgan a la luz los pensamientos del fondo de
muchos corazones”.
Había también una
profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada,
habiendo vivido con su marido siete años desde que se casó, y quedando viuda,
había llegado hasta los ochenta y cuatro años. No salía del Templo, sirviendo a
mi Padre Dios en ayunos y oraciones noche y día. Acercándose en aquel momento,
alababa también a mi Padre Dios, y hablaba de mí a todos los que esperaban la
redención de Jerusalén. Y terminadas todas estas cosas ordenadas en la Ley de
mi Padre nos volvimos a nuestra casa.
COMENTARIO
DEL INGENIERO
En este pasaje contemplo una circuncisión, la
del Niño recién nacido, una purificación, la de la Madre que ha dado a luz su
primogénito, una presentación en el templo para consagrar y ofrecer este Niño
al Señor y un sacrificio de dos tórtolas para rescatarlo. La circuncisión se hizo a los ocho días de
nacer y probablemente en el mismo Belén. La purificación de la Madre y la
presentación del Niño, quizá se hicieran pasados 40 días del parto, en el
templo de Jerusalén. La distancia entre Belén y Jerusalén es de unos 8 Km., se
podía recorrer en no más de dos horas.
Debo entender que no todas las madres de todo
Israel que dieran a luz a un varón primogénito, a los 40 días, se trasladaban
al templo de Jerusalén para ser purificadas, para presentar a sus hijos y
rescatarlos con el sacrificio de dos tórtolas. Probablemente este ritual se
pudiera hacer en la sinagoga de las ciudades o pueblos donde habitaban. Si esto
fuera cierto, se podría pensar que la Virgen pudo hacerlo en Nazaret, distante
150 Km de Jerusalén, si hubiese querido dar a luz a su Primogénito en el mismo
lugar donde residía, es decir en el mismo Nazaret, pero como hemos visto, no
fue así. Quiso María y José, que su Hijo
viniera a nacer en Belén, porque conocían lo anunciado por los profetas desde
antiguo que dice:
Y tú Belén, tierra de Judá, de ningún modo
eres la menor entre las principales ciudades de Judá; porque de ti saldrá un
Jefe que pastoreará a mi pueblo Israel. (Mt 2,6)
Montar en la cabalgadura de su marido, José,
con nueve meses de gestación, para caminar 150 Km por caminos más o menos
tortuosos, supone entender que esta Mujer tenía predeterminado dar a luz en
Belén. Así mismo, creo estar acertado, si aseguro que María, también tenía
predeterminado que el Niño Dios debía ser presentado en el Templo de su Padre
Dios, en Jerusalén, y no en una sinagoga de Nazaret.
A poquito de entrar en el templo, con el Niño
en brazos, inesperadamente, María y José son abordados por un anciano de sereno
porte, rostro amable y blanco cabello, que se da a conocer. Simeón es su
nombre. ¿Cómo pudo entender que esta jovencísima Madre portaba en sus brazos al
Ungido del Señor? El Espíritu Santo entra en juego. Dice el texto que este
hombre no vería la muerte sin contemplar al Mesías. Con esta afirmación entró
en detalle y recabó el interés de María y José.
San Lucas escribe su Evangelio a 62 años
vista de este acontecimiento. En este pasaje no apreciamos más actores que:
María, José, Simón, Ana y el divino bebé. No puede haber duda, solo la Madre de
este Niño informó al escritor sagrado de aquella lejana conversación que ella
guardaba, como un tesoro, en su Corazón. Finalmente, me quedo con las palabras
de Simeón a María: “Y a ti misma una espada te traspasará el alma”.

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