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Vuelta a Nazaret. Pérdida en Jerusalén. Vida en Nazaret.(Mt 2,19-23; Lc 2,40-52) |
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[¿Cuánto
tiempo estuvo esta Sagrada Familia en Egipto? Supongo que poquitos años.
Seguimos pensando que tanto san Mateo como san Lucas, para redactar estos
versículos, fueron informados por la Madre del Niño, que, como dice san Lucas,
“guardaba todas estas cosas en su Corazón”. Por ella conocemos lo siguiente]:
SOLO
TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Muerto Herodes, he aquí que un ángel se
apareció en sueños a mi padre, José, en Egipto y le dijo:
—“Levántate y toma al
Niño y a su Madre, y marcha a tierra de Israel; pues han muerto los que
buscaban la vida del Niño”.
Mi padre, José, levantándose, nos tomó a mi
Madre y a mí y partimos hacia la tierra de Israel. Mas habiendo oído que reinaba Arquelao en
Judea en lugar de su padre Herodes, temió ir allá y avisado en sueños, nos
retiramos a la región de Galilea y allí nos establecimos en una ciudad llamada
Nazaret para que se cumpliese lo dicho por los profetas, que Yo sería llamado
Nazareno.
Mi padre, José, era carpintero y con el
esfuerzo de su trabajo mantuvo a su familia con la ayuda de mi Madre que se
ocupaba de las labores de la casa, una familia como muchas de Nazaret.[1]
Mis padres, cada año, iban a Jerusalén por la
fiesta de la Pascua y cuando cumplí doce años subimos a la fiesta según
costumbre. Y acabados los días mis padres se volvieron con la comitiva sin
advertir que Yo me había quedado en Jerusalén, pues creyeron que iría con la
caravana y mis parientes. Y así caminaron una jornada.
Me buscaron entre los familiares y conocidos
y al no encontrarme se volvieron a Jerusalén para buscarme. Y sucedió que
después de tres días me hallaron en el Templo, sentado en medio de los
doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas, doctores que quedaron pasmados
de los conocimientos que descubrieron en un Niño de doce años. Mis padres al
verme quedaron atónitos y mi Madre me dijo:
—“Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo,
angustiados, andábamos buscándote”.
Yo les contesté:
—“¿Pues por qué me buscabais? ¿No sabíais que había Yo de estar
en la casa de mi Padre?”
No comprendieron mis palabras y por fin, en
su compañía, nos volvimos a Nazaret viviendo sometido a mis padres. Mi Madre guardaba todas estas cosas en su
bendito Corazón.[2]
Fui creciendo en sabiduría, en estatura y
gracia delante de mi Padre Dios y de los hombres.
COMENTARIO
DEL INGENIERO
Inserto, ahora, reflexión sobre la angustia
de la Madre de Jesús.
+¡HE
PERDIDO A MI HIJO!+
Como venimos diciendo, san Lucas toma nota,
al dictado, de la única persona que podía conocer este acontecimiento. Le
informa, directamente, la Mujer que lo ha vivido y lo ha sufrido. Con todo
detalle y en pocas palabras, la Virgen María relata al evangelista aquello que,
desde años, guardaba en su precioso Corazón.
Amiga lectora, ¿Ha perdido alguna vez a una
hija o a un hijo pequeño? ¿Podría explicar lo que sintió su corazón de madre?
¿Se imagina lo que padeció esta Madre durante tres días?
Con la boca seca, el rostro con el color de
la cera y la sangre helada en las venas, esta Madre busca a su Hijo con
angustia en el alma y con preguntas a los demás y a sí misma sin respuesta. ¿Dónde está mi Hijo? Un día es
largo para buscar al Hijo perdido, pero una noche, a solas con tu imaginación,
es una eternidad insufrible.
Por fin, el nudo se suelta y quien medita
este pasaje se complace en el encuentro de esta hermosa Madre con este hermoso
Hijo. Yo que soy marido y padre, ahora, que el Niño y la Madre se abrazan,
pongo la mirada en la figura de José y contemplo los brazos de un hombre noble
que estrecha sobre sí, en un solo abrazo, al Amor y a su Madre.
“Hijo, ¿por qué nos
has hecho esto? Mira que tu padre y yo, angustiados, andábamos buscándote”. Lc.2,48
Observe, quien lea, que la iniciativa es de
la Madre, pero con la inteligencia singular de una Mujer singular, deja
constancia al Niño del sufrimiento común de una Madre por antonomasia y de un
padre matrimonial, no progenitor, pero no por ello menos padre sufriente que el
mejor padre biológico que pueda existir. María y José, conocen la Paternidad de
este Niño y ahora él mismo se lo va a ratificar:
"¿Pues por
qué me buscabais? ¿No sabíais que había Yo de estar en casa de mi Padre?" Lc.2,49
Si su Madre le estaba haciendo referencia de
José como su padre ¿a qué Padre suyo se refiere el Niño? No cabe duda, entiendo
que estamos contemplando al Hijo de Dios interpelando a nuestra inteligencia, a
nuestra razón, a nuestra Fe. El Dios en quien me muevo y existo comienza a
mostrárseme: ¡como un Niño!
Jesús responde a la pregunta de su Madre con
otra pregunta. ¿En qué otro sitio podría Yo estar que no fuera la casa de mi
Padre? Esta casa de su
Padre es el Templo de Jerusalén, el único lugar en el mundo en donde se daba
verdadero culto al verdadero y Único Dios, al Padre de este Niño judío, un Niño
que contemplamos de carne y hueso como nosotros, al que oímos decir que ese Dios
invisible es su Padre, que habita en ese Templo. Este Dios es el Único Dios de
los judíos, es decir, es el Dios de Abrahán, de Isaac, de Jacob, de Moisés, de
David, de Salomón…etc. Este Dios es el Padre de este Niño que ya empieza a
recabar nuestra atención.
[1] Este
párrafo está acomodado para resaltar el estilo autobiográfico.
[2] También
se acomoda al relato autobiográfico.

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