[En este momento se consuma la institución de
la Eucaristía. San Juan no nos dirá nada y ahora a los Sinópticos añado la
referencia de san Pablo. Los textos concordados dan lugar a lo que se lee]:
TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Esta era la noche en que iba a ser entregado.
Comiendo con mis discípulos, tomé un pan y habiendo pronunciado la bendición y
dando gracias, lo partí y se lo di a mis discípulos, diciendo:
—“Tomad, comed: este es mi
cuerpo, que por vosotros es entregado; haced esto en memoria de mí”.
Y asimismo habiendo tomado el cáliz, después
de haber cenado, habiendo dado gracias, se lo di diciendo:
—“Bebed de él todos, porque
esta es mi sangre del Nuevo Testamento, que por vosotros y por muchos es
derramada, para remisión de los pecados. Haced esto, cuantas veces bebiereis,
en memoria de mí”.
Y bebieron de él todos.
COMENTARIO
“Haced esto, cuantas veces bebiereis, en memoria de
mí”. Veo y gusto el pan y el vino, y a su vez oigo
las palabras de Quien dice que eso que veo y gusto, el pan y el vino, es su
Cuerpo y su Sangre. Miro al rostro de quien ha pronunciado estas palabras y me
encuentro con el rostro de mi Dios. Jesús manifiesta, con solemnidad divina,
que debo comerlo y beberlo en la forma y verdad que puedo hacerlo, cuando Él,
que es Dios, hace posible que este pan y este vino sean verdadera, real y
sustancialmente, su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad. Toda la Fe que
necesito para creer me ha sido dada con abundancia, colmadamente. En mi mano
está tener la voluntad y disposición para ejercerla con el supremo amor con el
que Cristo me lo demanda.
No puedo pretender que todo el mundo entienda
los razonamientos y sentimientos de este ingeniero, que procura razonar y
sentir su Fe para transmitirla a un incontable número de hombres y mujeres, que
van a leer este Bello Libro. Esto es una quimera apostólica que siendo
imposible para mí no es imposible para Dios. El Cielo hará llegar esta Autobiografía
de Jesucristo allí donde yo ni lo concibo, ni lo puedo imaginar. Pero no me cabe duda que el Padre de Jesucristo,
mi Padre Dios, mandará sus ángeles para que lleven este Libro de la Vida a todos y cada uno de los hombres y mujeres que
están predestinados a la vida eterna. No hay hombre o mujer, esté donde
esté, si tiene buena voluntad, que no sea destinatario de este Evangelio
Concordado, este Libro del Amor escrito por Él mismo.
Ahora, quizás, será
acertada la reflexión que hago sobre la comunión, la reflexión de un católico
que practica su Fe a la luz del Magisterio de la Iglesia. Lea, quien quiera, lo
que redacto a continuación con el título de:
+COMULGAR+
Señor, a poquito que reflexione sobre la
emoción y delicada piedad con la que, en general, el hombre de bien, ya mayor,
te recibe, descubriré su Fe y trataré de averiguar cuál es la mía en este acto
de tomar la comunión.
Ha llegado el momento más importante del día
y de la vida: voy a comulgar. Despacio, camino hacia el altar,
observando al hombre que con unción sacerdotal lleva en su mano temblorosa el
cuerpo y el alma de mi divino Amado. Con la mirada fija en la impresionante
imagen del Hombre Crucificado que domina el retablo frontal de la Iglesia y
esta Fe con la que pretendo recibir a mi Dios, voy esculpiendo en mi alma las
siguientes palabras:
“Amado mío, Tú vienes a mí como Quien eres y
yo te recibo como quien soy”.
Sé cierto, más allá de la evidencia de los
sentidos, que una Persona va a entrar por mi boca y tanto es así que al cerrar
mis labios, al empapar con la espuma de mi sangre este trocito de blanco Pan,
que abrazo entre la lengua y el paladar, voy susurrando un: “Señor mío y
Dios mío”, que arroba mi alma, porque en este Pan reconozco al Autor de
la vida que pasa hacia el aposento más noble e íntimo de mi pobre corazón.
Yo también soy persona y como tal escribo lo
que estoy escribiendo, con el afán apostólico de que lo escrito, escrito quede
para siempre, por el bien de muchos. En el ejercicio del equilibrado juicio de
una mente sana, adoro a Quien recibo, sabiendo que no es pan lo que saboreo,
aunque así me lo avale el sentido del gusto. La razón me descubre estar inmerso
en un acto sobrenatural y sagrado, discierno que el sacerdote ha dejado caer en
mi boca una Persona viva y no una materia inerte, sin vida. Es Alguien que está
justificando el profundo y transcendental sentido de estas palabras en las que
se unen, como si fueran una sola cosa, la Fe y la razón que me asisten:
“Tú vienes a mí como Quien
eres”.
Debo considerar cómo sería la comunión de la
Madre de este Dios sacrificado y Sacramentado. La Virgen María gustó el mismo
sabor que yo pueda gustar al comer este bendito Pan, pero la disposición de su
alma no es la mía. Ella captó la suprema verdad de este Misterium Fidei,
con la seguridad plena de que comía al mismísimo Hijo de sus entrañas, el Dios
que la pensó y la amó antes de que el mundo viniera a ser.
Le digo a Jesús: “yo te recibo como
quien soy”. Él, ya me entiende y conoce el corazón de quien así le
interpela. Mi Señor y yo nos vamos a unir en este trance de mutua entrega.
Jesucristo pondrá el Amor y la Verdad, haciendo que su Espíritu sea el único
Espíritu que me anima. Yo solo pondré la voluntad de amar, sin saber si esto es
suficiente para afirmar que en este soberano acto de comulgar he consumado un
legítimo amor de adoración.
Ya llevo a mi Dios en la
boca, vuelvo sobre mis pasos, conmovido e intuyendo que no voy solo, que otros
pasos caminan conmigo. He cerrado los ojos, la Misa está por acabar y solo
escucho un repetido “Señor mío y Dios mío” que balbuceo desde mi
alma rendida, con el recogido silencio que me sitúa en un abismo de indignidad
y de ignorancia porque no comprendo esta divina locura de amor.
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