[A ninguno de los evangelistas se le pasó por
alto esta fatigosa escena. Ya escritos los Evangelios Sinópticos, san Juan
percibe, en su longeva ancianidad, que faltan detalles en este episodio. De
nuevo echará mano de su privilegiada memoria para redactar, con más detalle,
este triste coloquio, que deja al descubierto la deslealtad de un amigo, la
traición de un escogido por el Amor. El Programa Concordante enseña que, para
escribir este apartado, san Juan empleó 260 palabras mientras que los
Sinópticos no llegan a 100. Solo san Juan dejará escrito cómo, confiadamente,
su cabeza reposaba sobre el pecho de Jesús, que solo a él le reveló el Señor
cuál de los Doce era el traidor de quien se estaba hablando.]
TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
—No de todos vosotros lo
digo: Yo sé a quienes me escogí; mas se había de cumplir la Escritura: “El
que come mi pan, levantó contra mí su calcañar”. Desde ahora os lo digo,
antes de que suceda, para que cuando sucediere, creáis que Yo soy. En verdad,
en verdad os digo: quien recibe a quien Yo envío, a mí me recibe; y quien a mí
me recibe, recibe al que me envió”.
En diciendo esto sentí conturbarme en mi
Espíritu y declaré:
—“En verdad, en verdad os
digo, que uno de vosotros, el que come conmigo, me entregará: la mano del que
me entrega está conmigo sobre la mesa”.
Mis discípulos se entristecieron sobremanera
y comenzaron a decir uno por uno:
—“¿Por ventura soy yo, Señor?”
Les respondí:
—“Uno
de los Doce, el que metió conmigo la mano en el plato, este me entregará. El
Hijo del hombre se va, según lo que está decretado y escrito de Él: mas ¡ay de
aquel hombre por cuyas manos el Hijo del hombre es entregado! Mejor le fuera a
aquel hombre si no hubiera nacido”.
Se miraban unos a otros perplejos por no
saber de quien lo decía, y comenzaron a discutir unos con otros sobre quién era
de ellos el que me entregara. Recostado estaba en mi seno Juan, el discípulo a
quien Yo tanto amaba, y hácele señas Simón Pedro para que me preguntase de
quién se trataba. Juan dejándose caer confiadamente sobre mi pecho, me dijo:
—“Señor, ¿quién es?”
Le dije:
—“Aquel a quien daré el
bocado que voy a mojar”.
Mojando, pues, el bocado lo di a Judas, hijo
de Simón Iscariote. Y tras el bocado, en el mismo instante entró en él Satanás.
Respondiendo Judas, dijo:
—“¿Soy yo tal vez, Rabí?”
Le contesté:
—“Tú lo has dicho. Lo que
vas a hacer, date prisa en hacerlo”.
Los que estaban en la mesa
no entendieron por qué se lo dije; pues pensaban algunos que como Judas
guardaba la bolsa, le decía Yo: “Compra las cosas que tenemos necesidad para
la fiesta”, o que diera algo a los pobres. En habiendo, pues, tomado el
bocado, se salió él inmediatamente. Era ya de noche.
COMENTARIO
Cristo se conturba, se
emociona y se esfuerza para no llorar porque uno de sus más queridos amigos le
va a entregar. Ambos los saben. En el Corazón de Uno habita la pena, en el del
otro la malicia suprema.
“... Mejor le fuera a
aquel hombre si no hubiera nacido”.
Sobre esta afirmación de
Cristo hago la reflexión de lo que supone no tener la oportunidad de nacer.
Dios concede la vida como un don supremo, un don sagrado a no disfrutar si por
vivirla se llega al mayor pecado posible en un hombre, el pecado de Judas.
Fuera de esto, la vida se la merece hasta el más perverso de los hombres,
porque por grande que sea la miseria humana mayor es la Misericordia divina.
¿Qué demandará Dios a la
mujer que, voluntariamente, suspende la vida del ser humano que lleva en sus
entrañas? ¿Qué demandará Dios al facultativo que interviene en este nefando
crimen? ¿Qué demandará Dios al estadista que promueve leyes para privar a un
incipiente hijo de Dios de la plenitud de su ser? ¿Qué demandará Dios a una
sociedad empapada de la sangre de mártires no nacidos? Oirán los gritos que
estos seres humanos profieren al ser succionados del vientre de la mamá que no los
quiso.
Para mí no hay otro pecado
mayor, porque se tortura hasta la muerte a un ser indefenso, empleando la
premeditación y alevosía de que es capaz una inteligencia humana
manifiestamente perversa. No es merecedor de la vida eterna quien,
interrumpiendo el desarrollo integral de un ser humano, le impide consumar la
felicidad a la que estaba destinado.
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