PASIÓN Y MUERTE
TEMA 152 En el huerto de Getsemaní. (Mt 26,36-46;
Mc 14,32-42; Lc 22,39-46; Jn 18,1-2)
TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Dicho esto, salí de Jerusalén, junto con mis
discípulos, a la otra parte del torrente Cedrón, me dirigí, según costumbre, al
monte de los Olivos. Y llegamos a una granja llamada Getsemaní, donde había un
huerto en el cual entramos mis discípulos y Yo. También Judas, el que me
entregaba, sabía aquel lugar, puesto que muchas veces nos reuníamos allí. Y les
dije a mis discípulos.
—“Sentaos aquí mientras voy
allá para orar. Orad, para que no entréis en tentación”.
Vinieron conmigo Pedro y los hijos de Zebedeo,
Santiago y Juan. Me invadió la tristeza y comencé a sentir espanto y
abatimiento. Entonces les dije:
—“Triste sobremanera está
mi alma hasta la muerte: quedad aquí y velad conmigo”.
Arrancándome de
ellos, me aparté a la distancia como de un tiro de piedra, y puestas las
rodillas, caí con mi rostro sobre tierra, y oraba diciendo:
—“Abba, Padre, todas las
cosas te son posibles; Padre mío, si es posible, si quieres, pase de mí este
cáliz; mas no se haga como Yo quiero, sino como quieres Tú, no se haga mi
voluntad sino la Tuya”.
Vine a mis discípulos y los hallé durmiendo y
le dije a Pedro:
—“¡Simón! ¿Duermes? ¿Así no
pudiste velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no entréis en tentación;
el espíritu, si, está animoso, mas la carne es flaca”.
Y de nuevo me retiré y me puse a orar otra
vez, repitiendo las mismas palabras:
—“Padre mío, si no es
posible que pase este cáliz sin que Yo lo beba, hágase tu voluntad”.
Y viniendo otra vez, los hallé durmiendo,
porque estaban sus ojos cargados, no sabían qué responderme. Y habiéndoles
dejado, me retiré de nuevo y oré por tercera vez, repitiendo de nuevo las
mismas palabras. Venido del cielo se llegó a mí un ángel que me confortaba.
Vine en agonía, orando más intensamente y un
sudor como grumos de sangre caía de mí al suelo. Me levanté de la oración y
vine por tercera vez a mis discípulos y los hallé durmiendo por efecto de la
tristeza. Y les dije:
COMENTARIO
En virtud de su divinidad,
el conocimiento pretérito de los infames hechos que se le vienen encima a
Cristo, pone a prueba la naturaleza humana de un Hombre que tiene sentimientos
como nosotros. De cara al final de su vida en este mundo, el que se nos ha
mostrado como Dios se manifiesta, con patética evidencia, que es Hombre y
Hombre que no quiere sufrir.
Bien conoce como Dios e
incluso como Hombre que es necesario padecer la Pasión que le espera, pero lo
que nosotros apreciamos es un Hombre en suprema depresión, tanta como para
hacerle sudar sangre, con un miedo pavoroso e indescriptible. La infinita
amargura con la que se muestra la humanidad de Jesús nos secuestra la razón
para interpretar el porqué de este misterio y en un acto de compasión de quien
adora a su Señor solo se me ocurre acompañarlo como el perro acompaña a su Amo
hasta la muerte.
No comprendo nada, solo
dispongo mi alma para unirme a este Jesús de quien recibo la existencia, no
entro en las causas que motivan tanto horror en un Hombre, aunque intuyo que mi
miserable vida algo tiene que ver con tanta pena. Ahora toca reflexionar sobre
la Pasión de nuestro Dios. Dispongámonos a contemplar cómo los hombres dimos
excruciante muerte al Autor de la Vida, porque esto que leemos se ha consumado
en nuestro tiempo, en nuestro espacio, en nuestra historia.
Estoy seguro que si ha llegado hasta aquí, el
Autor de su Autobiografía, Jesucristo, le habrá cautivado el alma. Quizá sienta
removido su corazón, y así es como habría que disponerse a meditar lo leído y
lo que se va a leer, sabiendo que de aquí sales con el espíritu comprometido.
Mi comentario, sobre esta parte dura del
Libro que leemos, será, eso, mi comentario, una subjetiva interpretación
racional de los hechos que se describen. No me cabe duda de que,
afortunadamente, esta Pasión será leída y meditada por personas de un gran
calado espiritual, hombres y mujeres que, con independencia de su acervo
cultural, con un corazón sencillo y bueno, sabrán captar la hondura sin fondo
del supremo padecer de este Cristo mío y Jesús de mi alma.
En definitiva, este era el propósito de este
ingeniero, cautivado por el Hijo de Dios: hacer posible que la Providencia se
escoja a las almas más nobles que se puedan dar, y al poner en sus manos la
bellísima Autobiografía del Autor de la vida, Jesucristo, conseguir que el Amor
sea amado por los mejores amores posibles, estén donde estén.
Como en otros casos, al poner en la misma
pantalla los textos evangélicos que hacen referencia a este pasaje, compruebo
las diferencias entre los mismos. San Juan no hace mención de los hechos que
ahora nos ocupan. Fue testigo directo y sin embargo no dejó escrito nada al
respecto, solo tendremos de él dos versículos para mencionar el huerto donde,
en muchas ocasiones, Jesús se reunió con sus Apóstoles. Judas, bien sabía el
lugar donde encontrar a Jesús.
Los Sinópticos nos relatan esta agonía de
Cristo, en el fondo, con el mismo criterio, sin embargo, hay diferencias
notables que pretendo resaltar:
1. Al
llegar a Getsemaní, Jesús manda a sus Apóstoles que se sienten en lugar
determinado y que comiencen a orar para no entrar en tentación. Esto de: “orar para no entrar en tentación” lo
sabremos por san Lucas.
2. Por
san Mateo y san Marcos, nos enteramos que Jesús se lleva consigo a san Pedro,
Santiago y san Juan, para orar, un poquito más adelante. Es decir, se hacen dos
grupos.
3.
San
Mateo informa de que Cristo se entristeció súbitamente, con una tristeza
suprema, de muerte. Estaba abatido. San Marcos será más contundente en este
párrafo, dirá que Jesús estaba espantado.
4. En el
Programa Concordante, al buscar: “mi Padre”, en boca de Cristo lo encontraré 55
veces. Si busco “Padre mío” solo la encontraré dos veces, las que indica
san Mateo, precisamente, en este pasaje que analizamos. Este patético “Padre
mío” descubre el estado psicológico de Jesús. El Hijo está aterrorizado,
suplica a su Padre la ayuda que no encuentra en sus amigos.
5. San
Marcos, mantiene escrita la palabra aramea “Abba”
y nos enseña a adivinar el tono de la quebrada voz con el que el Hijo se dirige
a su Padre. En arameo este “Abba” es
lo mismo que “Padre mío”, mejor: “Padrecito
mío”.
6. Jesús
hace la oración de rodillas, en el suelo. Será, no obstante, san Mateo quien
nos muestre a Jesús con el rostro pegado a la tierra, en extrema desolación.
7.
Las
palabras de esta primera invocación a su Padre serán:
8.
Mt
26,39 Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; mas no como yo quiero,
sino como quieres Tú.
9.
Mc
14,36 Abba, Padre, todas las cosas te son posibles: aparta de mí este cáliz;
mas no lo que yo quiero, sino lo que Tú.
10.
Lc
22,42 Padre, si quieres, traspasa de mí este cáliz; mas no se haga mi voluntad,
sino la tuya.
11.
La
Concordancia une estos tres versículos, de autores diferentes, en un solo texto
que dice así:
12.
“Abba,
Padre, todas las cosas te son posibles; Padre mío, si es posible, si quieres,
pase de mí este cáliz; mas no se haga como Yo quiero, sino como quieres Tú, no
se haga mi voluntad sino la Tuya”.
13.
Solo
san Lucas, el médico, nos informa, según su competencia profesional, que este
Hombre, en el culmen de su abatimiento, entró en agonía, hasta tal extremo que
comenzó a sudar como grumos de sangre que caían al suelo.
14.
Solo
san Lucas da razón de que un ángel bajó del cielo y le confortaba. ¿Quién es
este ángel? Al otro lado, veremos a Cristo cara a cara y, por supuesto, a este
ángel que nunca se ha separado de su vera.
Si san Lucas escribe según información de
terceros, ¿quién vio la sangre de Cristo salir por los poros de su piel?,
¿quién vio bajar del cielo al ángel que confortaba a Jesús? Si los discípulos
estaban dormidos, ¿quién o quiénes son las personas que fueron testigos
presenciales de estas escenas que solo relata san Lucas?
Las preguntas del anterior apartado no tienen
fáciles respuestas. Los tres evangelistas, clara y concisamente, nos aseguran
que todos los discípulos estaban con los ojos cargados por efecto de la
tristeza, estaban dormidos. No pudieron ser testigos de lo que estaba
ocurriendo. Por lo menos, se debe entender que, soñolientos, fueron incapaces
de captar, meridianamente, lo que con tanto detalle nos redacta san Lucas.
Quizás, la información al médico le vino a través de otras personas presentes
en Getsemaní que no están reseñadas en el Evangelio.
Esto ya es materia de opinión. Para el ingeniero que suscribe, cabe la
posibilidad de que, a este huerto, que tantas veces había sido frecuentado por
Jesús y los suyos, también vinieran las mujeres que les habían estado sirviendo
en el Cenáculo. Quizás, por separado, se llegaron al mismo lugar, que ya
conocían, con la intención de rezar, aunque fuera en otro lugar de Getsemaní no
muy alejado del grupo de hombres.
Cabe la posibilidad de que estuvieran a una
distancia tan cercana de Jesús como para no perder detalle de aquella agonía y
sin embargo lo suficientemente ocultas como para que no se notase su presencia.
Por los menos a tres mujeres sitúo en este lugar, las mismas que veré en el
Calvario. María la Madre de Jesús, María Magdalena y María de Cleofás. Si esto
fue así, deduzca quien está leyendo la fuente de información de san Lucas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario