| Primeros discípulos. (Jn 1,31-51) |
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[Dice san Juan]:
SOLO TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Al día siguiente, estaba Juan con dos de sus discípulos y fijando sus ojos en mí dijo:
—“He aquí el Cordero de Dios”.
Como oyeran estas palabras, los dos discípulos vinieron en pos de mí, y viendo que me seguían les dije:
—“¿Qué buscáis?”
Ellos contestaron:
—“Rabí, Maestro, ¿dónde moras?”
Y les dije:
—“Venid y lo veréis”.
Vinieron, pues, vieron donde moraba y se quedaron conmigo aquel día. Sería como la hora décima. Andrés, el hermano de Pedro, y Juan se llaman los discípulos que oyendo las palabras de Juan Bautista me siguieron.
Andrés fue en busca de su hermano Simón y le dijo:
—“¡Hemos hallado al Mesías, al Cristo!”
Andrés y Simón vinieron a mí y poniendo mis ojos sobre Pedro le dije:
—“Tú eres Simón, el hijo de Juan, tú te llamarás Cefás” (que significa “Pedro” o “Piedra”).
Al día siguiente determiné salir para Galilea acompañado de mis discípulos. En el camino hallé a Felipe y le dije:
—“Sígueme”.
Era Felipe de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe, a su vez, encontró a Natanael, y le dijo:
—“Aquel de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas igualmente, le hemos hallado: Jesús, hijo de José, el de Nazaret”.
Y le dijo Natanael:[1]
—“¿De Nazaret puede salir algo bueno?”
Dícele Felipe:
—“Ven y lo verás”.
Felipe y Natanael vinieron hacia mí y al acercarse dije:
—“Ahí tenéis verdaderamente un israelita en quien no hay engaño”.
Natanael respondió:
—“¿De dónde me conoces?”
Yo le dije:
—“Antes de que Felipe te llamase, cuando estabas debajo de la higuera, Yo te vi”.
Respondió Natanael:
—“¡Rabí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel!”
Mas Yo le dije:
—“¿Porque te he dicho que te vi debajo de la higuera crees? Mayores cosas que estas verás. En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles del cielo que suben y bajan sobre el Hijo del hombre”.
COMENTARIO DEL INGENIERO
De corrido, el Evangelio, de la mano de san Juan, el Águila de Patmos, ya muy viejecito, nos muestra este entrañable encuentro con su Señor. Se acordaba hasta de la hora del encuentro. El relato de san Juan, por sí mismo, es más que elocuente. Verá cómo esta sencilla narración será más que suficiente para entender lo que yo deseo que entienda. A san Juan no se le escapó el detalle: Cristo posó sus bellísimos ojos sobre san Pedro. Le conocía desde la eternidad:
“Tú eres Simón, el hijo de Juan, tú te llamarás Cefás” (que significa “Pedro” o “Piedra”).
Con solo una palabra: “Sígueme”, Felipe le siguió. ¿Conocía a Jesús de antes? En ese mismo caminar hacia Caná de Galilea, Felipe se encuentra con un amigo, Natanael y le dice:
“Aquel de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas igualmente, le hemos hallado: Jesús, hijo de José, el de Nazaret”.
Natanael no le creyó, pero al oír las hermosas palabras que de él declaraba el Nazareno, cuando absolutamente convencido reconoce la imposibilidad de que nadie le podía ver y cree sin embargo que Jesús le vio debajo de la higuera, entonces descubre que este Hijo del hombre, que así le habla, es el Hijo de Dios, el Rey de Israel. ¿Desde dónde y cuándo vio Jesús lo que hacía Natanael debajo de la higuera? ¿Quién es este Joven para arrogarse la divinidad con la que asegura que el cielo se abrirá y que sobre Él bajarán y subirán los ángeles del Paraíso? ¿Quién es para nosotros Jesucristo?
Jesús, recibe la solemne declaración de Natanael sin quitarle una coma. Deja entrever su divinidad. Nosotros ya empezamos a sospechar que algo muy grande, de suprema trascendencia para nuestras almas, nos vamos a encontrar a poco que sigamos leyendo esta Autobiografía.

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