TEMA 17 SOLO TEXTO

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TEMA 17
Bodas de Caná. 
(Jn 2,1-12)

SOLO TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO

Pasados tres días, llegando a Caná de Galilea, se celebraban unas bodas y allí estaba mi Madre.[1]

Fuimos invitados a la boda mis discípulos y Yo. Como faltase vino, mi Madre se llegó a mí diciéndome:

—“No tienen vino”.

Y Yo le dije:

—“Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Todavía no ha llegado mi hora”.[2]

Dijo mi Madre a los que servían:

—“Todo cuanto Él os diga, hacedlo”.[3]

Había allí seis hidrias de piedra, destinadas a la purificación de los judíos, cada una de las cuales podía contener de ochenta a cien litros. Les dije:

—“Llenad de agua las hidrias”.

Las llenaron hasta arriba y les dije:

—“Sacad ahora y llevadlo al maestresala”.

Y lo llevaron. Mas cuando gustó el maestresala el agua hecha vino, no sabiendo de dónde era, aunque si lo sabían los que servían, que habían sacado el agua, llama al esposo y le dice:

—“Todo hombre pone primero el buen vino, y cuando están ya bebidos, pone el peor; tú, sin embargo, has reservado el vino bueno hasta ahora”.

Este fue el primer milagro que hice, mi gloria se manifestó y los discípulos creyeron en mí. Después de esto, bajé a Cafarnaúm junto con mi Madre, mis hermanos y discípulos, y allí permanecimos no muchos días.

COMENTARIO DEL INGENIERO

Seguimos de la mano de san Juan. Llegamos a Caná de Galilea. Hemos sido invitados a unas bodas y, lo más importante, vamos a ser testigos de un gran milagro, del primer milagro, manifiestamente público de Jesús. Sin perder detalle nos adentramos en la celebración. Esto fue escrito por san Juan, a más de 30 años de los Evangelios de san Mateo, san Marcos y san Lucas, un evento de bodas, las Bodas de Caná. En estas bodas se encontraba la Madre de Jesús, más que como invitada, como familiar activo de los novios. Llega Jesús a la boda acompañado de sus discípulos. Parece como si con estos recién llegados, que acompañan al Nazareno, no se hubiera contado para calcular las raciones inicialmente previstas. Las mujeres responsables de este banquete de bodas, entre las que se encuentra la Virgen María, se percatan de que en breve se terminará el vino, mucho antes de lo previsto.

Probablemente, Jesús presentó los discípulos a su Madre y a su vez a esta la presentó a sus amigos. Se vieron por primera vez. San Juan, el más joven seguidor de Jesús, clavó los ojos en esta Mujer, en esta Madre que le hizo sentir un vuelco en su joven corazón. Se admiró de su maternal belleza.

San Juan muestra ser testigo directo de este acto del pequeño drama en el que intervienen una Madre, un Hijo, unos criados y unos testigos que oyen, al parecer, el coloquio entre una Mujer y el mandato de este a los criados. Ven también unas hidrias que son llenadas de agua y ven atónitos que esta agua se convierte en el mejor vino que jamás hayan gustado. Todo esto lo redacta san Juan en un solo acto del que se deduce que él ha sido testigo presencial desde el principio hasta el fin.

Sin embargo, me atrevería a asegurar que, probablemente, esto no pasó de la forma descrita. La Virgen María, la Madre más prudente del mundo, que acaba de conocer a estos discípulos, no parece haberse llegado a su Hijo, en público, y de primeras y en presencia de todos demandar de Él un milagro que, en definitiva, va a adelantar la hora de su manifestación divina. María, en cierta forma, compromete a su Hijo, y no la imagino, haciéndolo en público, suplicando el primer milagro de su Jesús de forma manifiestamente notoria ante la atenta concurrencia de los invitados.

Yo creo que la Virgen procuró, a distancia, encontrarse con la mirada de su Hijo. Con un leve gesto le indicaría que pretendía hablar con Él a solas. Jesús, se apartaría del grupito donde estaba, se llegaría a su Madre y a solas los dos se entabló una conversación:

“No tienen vino”.

“¿Qué tenemos que ver tú y Yo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.”

Supongo que algo más se dirían Madre e Hijo. Lo cierto es que esta Madre, comprometida con la familia de los novios, que conoce perfectamente quien es su Hijo, de manera resuelta y como intuyendo por anticipado de qué forma iba a ser resuelto el problema de la escasez de vino, se llegó a los sirvientes y les dijo:

“Todo cuanto Él os diga, hacedlo”.

Para maravilla de los presentes y nuestra, ya sabemos cómo termina este lance y ahora nos toca deducir que san Juan no pudo oír la conversación entre Madre e Hijo, por lo tanto, también al evangelista, le llegó la información, sobre este asunto, de la propia Virgen, la Mujer con la que convivió largos años hasta la Asunción en cuerpo y alma de la que era Madre de su Señor, Madre suya y Madre nuestra.



[1] Probablemente, los novios eran parientes de la Virgen María, de Jesús. 

[2] "Mujer" es el nombre empleado en aquella sociedad judía para expresar el respeto y la deferencia hacia la mujer. Ahora diríamos: "Señora". Estas son las palabras que oímos, pero lo que no vemos es el gesto, la sonrisa y la ternura en la mirada del Hijo a la Madre que entendió que su Jesús ya había aceptado lo que sin palabras le suplicaba. Para rendir el Corazón de Cristo solo hay que mirarlo para oír de sus divinos labios: “¿Qué te pasa...?” “¿Qué quieres…?"  

[3] Para la Virgen María, quizá, este no sería el primer milagro que contemplara de su Hijo. Sabe con Fe segura lo que va a ocurrir y consciente de que lo que sugiere a su Hijo adelantará la hora de la divina manifestación del Mesías.  

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