TEMA 31 SOLO TEXTO

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TEMA 31
Junto al lago de Genesaret. Numerosas curaciones. (Mt 4,24-25; Mt 12,15-21; Mc 3,7-12; Lc 6,17-19)

SOLO TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO

Enterado de sus pretensiones me retiré de allí en compañía de mis discípulos hacia el mar. Me seguía gran muchedumbre, gente de Galilea, de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de allende el Jordán, de los contornos de Tiro y Sidón porque oían decir cuanto Yo hacía, extendiéndose mi Nombre por toda la Siria. Llegando a la orilla dije a mis discípulos que estuviese preparada una barca porque la gente me atropellaba para tocarme cuantos padecían enfermedad, porque salía de mí una virtud que sanaba a todos. Los que se hallaban mal, aquejados de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos…, a todos curé. Y los espíritus inmundos en viéndome caían a mis pies gritando:

—“¡¡Tú eres el Hijo de Dios!!”[1]

Yo les mandaba severamente que no me diesen a conocer. Se cumplía lo anunciado por el profeta Isaías, cuando dice:

“He aquí mi Siervo, a quien escogí, mi Amado, en quien se agradó mi alma[2]; pondré mi Espíritu sobre Él, y proclamará justicia a las naciones. No porfiará ni dará voces, ni oirá alguno en la plaza su voz. La caña cascada no la quebrará, y la mecha humeante no la apagará, hasta que haga triunfar la justicia; y en su Nombre esperarán las naciones”.

COMENTARIO DEL INGENIERO

De nuevo, el Programa Concordante concatena versículos diferentes de los diferentes autores evangélicos que redactan, a su manera, este pasaje. No todos dicen lo mismo, pero el ensamble de sus textos da lugar a una sola lectura. San Mateo, testigo directo, que quiere demostrar a los judíos de su tiempo la mesianidad de su Maestro, identifica a Jesús con el Siervo Amado de Dios que menciona Isaías (Is. 42,1-4). Solo él hará referencia a este texto profético. Solo san Marcos, al dictado de san Pedro, también testigo directo, nos hará mención del grito inmundo de los endemoniados: “¡¡Tú eres el Hijo de Dios!!”.

Finalmente, el evangelista médico, san Lucas, que no fue testigo de estos hechos, trata de justificarlos asegurando que de Jesús salía una virtud que curaba a todos los que le tocaban. Esto solo lo refiere él. Deja entrever que la divinidad habitaba en el cuerpo bellísimo de Cristo. El médico no acierta a explicarlo de otra manera, pero para la lectora o lector que ha llegado hasta aquí, no le resulta difícil captar el misterioso efluvio sagrado que debería de emanar de este Hombre que acredita su deidad, su filiación divina con prodigios y palabras como jamás se habían visto y oído.



[1] Así vociferaban los que, habiendo venido de otro mundo, de un mundo tenebroso, se volvían a él con satánica rabia. Le conocían tanto como le odiaban, seres que todavía viven, que viven en eterna desesperación. ¡Si el hombre quisiera creer y entender!

[2] Jesús es el Amado en quien se agrada el alma del Padre Dios, en quien se agrada el alma del hombre y de la mujer que le conoce.

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