TEMA 30 SOLO TEXTO

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TEMA 30
Sano a un hombre que tenía una mano paralizada. (Mt 12,9-14; Mc 3,1-6; Lc 6,6-11

SOLO TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO

Otro sábado entré en una sinagoga para enseñar. Había un hombre allí que su mano derecha estaba rígida. Observaban atentamente los escribas y fariseos si en sábado curaría a ese hombre, para hallar de qué acusarme e incluso me preguntaron:

—“¿Es lícito curar en sábado?”

Yo conocía sus pensamientos y dirigiéndome al hombre que tenía rígida la mano le dije:

—“Levántate y ponte de pie en medio”.

Levantóse el hombre y quedó de pie en medio y mirando a los fariseos les dije:

—“Os pregunto si es permitido en sábado hacer bien o hacer mal, salvar un alma o perderla”.

Ellos callaban y les dije:

—“¿Qué hombre habrá entre vosotros que tenga una oveja, y si está en día de sábado cayere en una hoya, por ventura no la cogerá y la levantará? Pues ¡qué diferencia no habrá entre un hombre y una oveja! Así que es permitido en día de sábado hacer bien”.

En silencio los miré con indignación entristecido por el encallecimiento de su corazón, y dije al hombre:

—“Extiende tu mano”.

Y la extendió y quedó restablecida, sana como la otra. Los escribas y fariseos se llenaron de insensatez y unos y otros deliberaban sobre qué iban a hacer conmigo. Confabulados con los herodianos acordaron hacerme perecer.

COMENTARIO DEL INGENIERO

La necia e irracional interpretación que daban los fariseos al descanso sabático fue causa de agrias polémicas con el Señor del sábado, con Jesús, el Señor de todo lo creado, el Hijo de Dios irreconocible para los hijos de Satanás. Estamos en los comienzos del 2º año de la predicación pública de Jesús. Los Sinópticos nos presentan un suceso en el que los fariseos son capaces de irritar hasta el mismo Dios. La casuística de estos individuos es espeluznante, propia de corazones inhumanos. En día de sábado y en el interior de una sinagoga, repleta de gente, los fariseos, ellos mismos, presentan al Taumaturgo un pobre hombre con la mano tullida. Intentan provocar la curación de este hombre en sábado para tener causa con la que imputar a Jesús el incumplimiento, según ellos, de la Ley de Moisés.

A la pregunta de estos ladinos personajes responde Jesús con otra pregunta: “¿Es lícito en sábado hacer bien o hacer mal? ¿Salvar un alma o matar?” (Mc 3,4). En la Sinagoga se hace un silencio sepulcral, Cristo espera respuesta de los guardianes de la Ley, la gente no pierde detalle. El silencio se prolonga. Los fariseos no contestan. San Mateo, testigo del suceso, y san Lucas que transcribe información de otros testigos, pasan de un detalle que solo reseña san Marcos.

San Pedro, inmerso en esta embarazosa situación, sintió verdaderas nauseas de esta funesta hipocresía farisaica y en este silencio volvió la mirada hacia su Maestro y le contempló con el rostro profundamente entristecido, percibió la indignación divina con la que Jesús paseó su mirada sobre estos taimados hijos del Padre de la mentira, que interpretaban la Ley de Moisés para perder a los hombres más que para salvarlos. A partir de este acontecimiento, los fariseos se confabulan con los herodianos para acabar con el Hijo del hombre. ¿Qué hubiera sido de nosotros si Jesús no hubiera bajado del cielo?

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