TEMA 54 SOLO TEXTO

TEMA 54   Enseñanza y rechazo en Nazaret, mi pueblo. (Mt 13,53-58; Mc 6,1-6; Lc 4,16-30)
[Quizás sea la mujer, desde su perspectiva de madre, quien, leyendo entre líneas, encuentre a María entre los asistentes a esta sinagoga. Leemos]:
TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Al cabo de unos días salí de allí y me fui a Nazaret, mi patria, donde me había criado, acompañándome mis discípulos. Venido el día de sábado, entré según mi costumbre en la sinagoga y fui invitado a leer. Me fue entregado el libro del profeta Isaías, y abriéndolo hallé el lugar en que está escrito:
“El Espíritu del Señor sobre mí: por lo cual me ungió, me envió para evangelizar a los pobres, para sanar a los contritos de corazón, para anunciar a los cautivos remisión y a los ciegos vista, para dar libertad a los oprimidos, para proclamar un año de gracia del Señor y un día de justa recompensa”.
Y habiendo enrollado el volumen, lo entregué al ministro y me senté. Los ojos de todos en la sinagoga estaban clavados en mí. Y comencé a decirles:
—“Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír”.
Todos daban testimonio a mi favor y se maravillaban de las palabras de gracia que salían de mis labios; y los más, al oírme, se asombraban, diciendo:
—“¿De dónde a este estas cosas? Y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada, y tales milagros obrados por sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de José el carpintero? ¿No se llama su Madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Y no se hallan sus hermanas aquí entre nosotros? ¿No están todos entre nosotros? ¿De dónde, pues, a este todas estas cosas?”
Se escandalizaban de mí; mas Yo les dije:
—“Indudablemente me aplicaréis este proverbio: “Médico cúrate a ti mismo”. Cuantas cosas hemos oído hechas en Cafarnaúm, hazlas también aquí en tu patria. En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su patria, en su casa y entre sus parientes. En verdad os digo, muchas viudas había por los días de Elías en Israel, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, con que vino grande hambre sobre toda la tierra, y a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a Sarepta, ciudad de Sidonia, a una mujer viuda. Y muchos leprosos había en Israel al tiempo de Eliseo profeta, y ninguno de ellos fue curado sino Naamán el sirio”.
Se llenaron de cólera todos en la sinagoga al oír estas cosas. Y levantándose me llevaron fuera de la ciudad, hasta la cima del monte sobre el cual estaba edificada, con intento de despeñarme; mas Yo, pasando por en medio de ellos me fui. No obré muchos milagros a causa de su incredulidad, salvo algunos enfermos que curaron al imponerles las manos. Quedé maravillado de su incredulidad.
COMENTARIO
Así es, leyendo entrelineas, me ha parecido oír un quejido de Madre. He tratado de encontrarme con el rostro de esta Mujer y entre el bullicio de la sinagoga, finalmente, me he tropezado con una mirada infinita de pena. Si continúa leyendo sabrá, enseguida, de quien le estoy hablando:

+UNA ESPADA TE TRASPASARÁ EL ALMA+

Quiso Dios que viniera a ser en este mundo la criatura más perfecta, bella y hermosa que salió de sus manos. Quiso Dios que fuera Mujer, que fuera Madre y Virgen, precisamente, la Madre de su Hijo Único, Jesucristo. Quiso Dios, también, anunciar a esta Madre que una espada traspasaría su alma. Oiré estas palabras en boca del anciano Simeón, pero casi pasa desapercibido el instante en el que esta espada comienza a calar su helada hoja en el alma de la Madre de las madres. ¿Cuándo advierte la Virgen María que esta espada inicia su cometido?
Otra vez quedo sorprendido de la lógica evangélica, la lógica de Dios que, evidentemente, no es la de este pobre hombre que trata de hacerse entender. Jesús visita su pueblo, Nazareth, cuando su fama es patente. El día de sábado, se llega a la Sinagoga que está a rebosar. Allí están sus vecinos de toda la vida, sus amigos, sus conocidos, sus familiares y como es natural también está su Madre que, con cierta tensión, no perdería detalle de los acontecimientos que se van a consumar.
Al hacer uso del Programa Concordante, observo que los Apóstoles san Mateo y san Pedro (San Marcos escribe su Evangelio al dictado de san Pedro), quizá testigos directos de este pasaje, lo redactan como de pasada, dejándose en el tintero el fundamento interpretativo de este hecho magistralmente redactado por san Lucas, el Evangelista que escribe según otros le informan. San Lucas empleará un 197% más de palabras que san Mateo y un 129% más que san Marcos para transcribir lo que ha oído. Alguien, que vivió al detalle e intensamente los incidentes dentro y fuera de la Sinagoga, pudo informar a san Lucas.
San Mateo y san Marcos obvian lo más importante, sin embargo, san Lucas escribe lo que atentamente ha escuchado de boca de una persona que padeció la zozobra, el bochorno y la angustia de una dramática situación que se presentó inesperadamente en la Sinagoga. A poco que reflexionemos, podemos suponer que esa persona no fue otra que la Madre de este Nazareno, inexplicablemente, rechazado por su pueblo.
Por san Mateo y san Marcos (San Pedro), sabremos los nombres de los hermanos de Jesús: Santiago, José, Simón y Judas, también sabemos que este término de “hermano” se corresponde con el vocabulario hebreo que fija para los primos y parientes más cercanos la misma denominación: “hermano” o “hermana”. Sabemos que Jesús es Hijo Único del Padre e Hijo Único de María. También, san Mateo y san Marcos, nos aseguran que Jesús tuvo hermanas de cuyos nombres, lamentablemente, no nos dicen nada, son, quizás, las hijas de los hermanos de José, el marido de la Virgen.
Cuando fijamos la atención en la redacción de san Mateo y san Pedro (San Marcos), supuestamente, testigos directos de estos hechos, observamos que los paisanos de Jesús se preguntan: ¿De dónde a este tal sabiduría y milagros? ¿No es este el Hijo de María? Si reparamos en las palabras de san Lucas vemos que con delicado respeto se hace referencia a José más que a María. Dirá san Lucas: ¿No es este el Hijo de José? La gente en la Sinagoga, al hacer esta pregunta, ponen en sus bocas los nombres de José y de María, pero en san Lucas, como si la persona que le informa quisiera manifestar su deferencia por José, solo se reseña este nombre: José. Ni san Mateo ni san Marcos exponen la solemnidad con que san Lucas desarrolla los hechos tal y como fueron según, a mi juicio, le expuso la Virgen María.
“Hoy se ha cumplido esta escritura que acabáis de oír”.
San Lucas hará mención de Elías, de la viuda de Sarepta, de Eliseo, de Naamán el siro y con esto nos descubre la verdad histórica del Antiguo Testamento, que se interpretaba hace dos mil años como ahora lo interpretamos. En el evangelista médico leemos:
Y se llenaron de cólera todos en la sinagoga al oír estas cosas. Y levantándose le arrojaron fuera de la ciudad y le llevaron hasta la cima del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, con el intento de despeñarle. (Lc 4, 28-29)
Queda patente que aquel evento parecía que iba a terminar mal. Los paisanos de Jesús tratan de matarle. Esto es lo que sorprende, que sus propios conocidos le pretendan dar muerte por tan poca cosa y también sorprende que ni san Mateo ni san Marcos hayan hecho mención de este desagradable incidente que misteriosamente no acaba en tragedia y así lo expresa san Lucas con estas palabras:
Mas Él, habiendo pasado por en medio de ellos, iba su camino. (Lc 4, 30)
De todo esto me quedo con una reflexión que me produce pena y tristeza. El Evangelio me lo presenta veladamente a mi consideración, no me lo dice, pero lo puedo suponer. Creo entender, con verdadero acierto, que a la Madre de este Nazareno se le anudó el Corazón por la inmensa contrariedad y pena que le provocó la violenta actitud con la que sus conocidos pretendían zaherir, golpear e incluso herir de muerte a su Hijo.
Es la primera vez que María percibe, contundentemente, que una espada traspasará su alma, es la primera vez que vive, con amargura en sus entrañas, el adelanto de lo que será el último destino de su Jesús: morir, cruentamente y con infamia, colgado de un palo a la vista de muchos.
Jesús, se marchará de su pueblo, maravillado por la incredulidad y el ensañamiento de su gente hacia su Persona, pero en Nazareth permanece su Madre, la Virgen María, que solita irá barruntando lo que supone la Redención. Aquellos conocidos, a partir de ahora, la mirarán con animadversión. Para esta Madre del Redentor ha comenzado la agonía de su Calvario que termina, de aquí a no mucho tiempo, cuando de la Cruz le descuelguen al Hijo de su alma para ponerlo en sus brazos, muerto de estremecedora muerte.

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