[Quizás sea la mujer, desde su perspectiva de
madre, quien, leyendo entre líneas, encuentre a María entre los asistentes a
esta sinagoga. Leemos]:
TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Al cabo de unos días salí de allí y me fui a Nazaret,
mi patria, donde me había criado, acompañándome mis discípulos. Venido el día
de sábado, entré según mi costumbre en la sinagoga y fui invitado a leer. Me
fue entregado el libro del profeta Isaías, y abriéndolo hallé el lugar en que
está escrito:
“El Espíritu del Señor sobre mí: por lo cual
me ungió, me envió para evangelizar a los pobres, para sanar a los contritos de
corazón, para anunciar a los cautivos remisión y a los ciegos vista, para dar
libertad a los oprimidos, para proclamar un año de gracia del Señor y un día de
justa recompensa”.
Y habiendo enrollado el volumen, lo entregué
al ministro y me senté. Los ojos de todos en la sinagoga estaban clavados en
mí. Y comencé a decirles:
—“Hoy se ha cumplido esta
Escritura que acabáis de oír”.
Todos daban testimonio a mi favor y se
maravillaban de las palabras de gracia que salían de mis labios; y los más, al
oírme, se asombraban, diciendo:
—“¿De dónde a este estas cosas? Y ¿qué
sabiduría es ésta que le ha sido dada, y tales milagros obrados por sus manos?
¿No es este el carpintero, el hijo de José el carpintero? ¿No se llama su Madre
María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Y no se hallan sus
hermanas aquí entre nosotros? ¿No están todos entre nosotros? ¿De dónde, pues,
a este todas estas cosas?”
Se escandalizaban de mí; mas Yo les dije:
—“Indudablemente me
aplicaréis este proverbio: “Médico cúrate a ti mismo”. Cuantas cosas
hemos oído hechas en Cafarnaúm, hazlas también aquí en tu patria. En verdad os
digo que ningún profeta es aceptado en su patria, en su casa y entre sus
parientes. En verdad os digo, muchas viudas había por los días de Elías en
Israel, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses, con que vino
grande hambre sobre toda la tierra, y a ninguna de ellas fue enviado Elías sino
a Sarepta, ciudad de Sidonia, a una mujer viuda. Y muchos leprosos había en
Israel al tiempo de Eliseo profeta, y ninguno de ellos fue curado sino Naamán
el sirio”.
Se llenaron de cólera todos en la sinagoga al
oír estas cosas. Y levantándose me llevaron fuera de la ciudad, hasta la cima
del monte sobre el cual estaba edificada, con intento de despeñarme; mas Yo,
pasando por en medio de ellos me fui. No obré muchos milagros a causa de su
incredulidad, salvo algunos enfermos que curaron al imponerles las manos. Quedé
maravillado de su incredulidad.
COMENTARIO
Así es, leyendo entrelineas, me ha parecido
oír un quejido de Madre. He tratado de encontrarme con el rostro de esta Mujer
y entre el bullicio de la sinagoga, finalmente, me he tropezado con una mirada
infinita de pena. Si continúa leyendo sabrá, enseguida, de quien le estoy
hablando:
+UNA
ESPADA TE TRASPASARÁ EL ALMA+
Quiso Dios que viniera a ser en este mundo la
criatura más perfecta, bella y hermosa que salió de sus manos. Quiso Dios que
fuera Mujer, que fuera Madre y Virgen, precisamente, la Madre de su Hijo Único,
Jesucristo. Quiso Dios, también, anunciar a esta Madre que una espada
traspasaría su alma. Oiré estas palabras en boca del anciano Simeón, pero casi
pasa desapercibido el instante en el que esta espada comienza a calar su helada
hoja en el alma de la Madre de las madres. ¿Cuándo advierte la Virgen María que
esta espada inicia su cometido?
Otra vez quedo sorprendido de la lógica
evangélica, la lógica de Dios que, evidentemente, no es la de este pobre hombre
que trata de hacerse entender. Jesús visita su pueblo, Nazareth, cuando su fama
es patente. El día de sábado, se llega a la Sinagoga que está a rebosar. Allí
están sus vecinos de toda la vida, sus amigos, sus conocidos, sus familiares y
como es natural también está su Madre que, con cierta tensión, no perdería
detalle de los acontecimientos que se van a consumar.
Al hacer uso del Programa Concordante,
observo que los Apóstoles san Mateo y san Pedro (San Marcos escribe su
Evangelio al dictado de san Pedro), quizá testigos directos de este pasaje, lo
redactan como de pasada, dejándose en el tintero el fundamento interpretativo
de este hecho magistralmente redactado por san Lucas, el Evangelista que
escribe según otros le informan. San Lucas empleará un 197% más de palabras que
san Mateo y un 129% más que san Marcos para transcribir lo que ha oído.
Alguien, que vivió al detalle e intensamente los incidentes dentro y fuera de
la Sinagoga, pudo informar a san Lucas.
San Mateo y san Marcos obvian lo más
importante, sin embargo, san Lucas escribe lo que atentamente ha escuchado de
boca de una persona que padeció la zozobra, el bochorno y la angustia de una
dramática situación que se presentó inesperadamente en la Sinagoga. A poco que
reflexionemos, podemos suponer que esa persona no fue otra que la Madre de este
Nazareno, inexplicablemente, rechazado por su pueblo.
Por san Mateo y san Marcos (San Pedro),
sabremos los nombres de los hermanos de Jesús: Santiago, José, Simón y Judas,
también sabemos que este término de “hermano” se corresponde con el vocabulario
hebreo que fija para los primos y parientes más cercanos la misma denominación:
“hermano” o “hermana”. Sabemos que Jesús es Hijo Único del Padre e Hijo Único
de María. También, san Mateo y san Marcos, nos aseguran que Jesús tuvo hermanas
de cuyos nombres, lamentablemente, no nos dicen nada, son, quizás, las hijas de
los hermanos de José, el marido de la Virgen.
Cuando fijamos la atención en la redacción de
san Mateo y san Pedro (San Marcos), supuestamente, testigos directos de estos
hechos, observamos que los paisanos de Jesús se preguntan: ¿De dónde a este
tal sabiduría y milagros? ¿No es este el Hijo de María? Si reparamos
en las palabras de san Lucas vemos que con delicado respeto se hace referencia
a José más que a María. Dirá san Lucas: ¿No
es este el Hijo de José? La gente en la Sinagoga, al hacer esta pregunta,
ponen en sus bocas los nombres de José y de María, pero en san Lucas, como si
la persona que le informa quisiera manifestar su deferencia por José, solo se
reseña este nombre: José. Ni san
Mateo ni san Marcos exponen la solemnidad con que san Lucas desarrolla los
hechos tal y como fueron según, a mi juicio, le expuso la Virgen María.
“Hoy se ha cumplido esta escritura que
acabáis de oír”.
San Lucas hará mención de Elías, de la viuda
de Sarepta, de Eliseo, de Naamán el siro y con esto nos descubre la verdad
histórica del Antiguo Testamento, que se interpretaba hace dos mil años como
ahora lo interpretamos. En el evangelista médico leemos:
Y se llenaron de cólera todos en la sinagoga
al oír estas cosas. Y levantándose le arrojaron fuera de la ciudad y le
llevaron hasta la cima del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, con
el intento de despeñarle. (Lc 4, 28-29)
Queda patente que aquel evento parecía que
iba a terminar mal. Los paisanos de Jesús tratan de matarle. Esto es lo que
sorprende, que sus propios conocidos le pretendan dar muerte por tan poca cosa
y también sorprende que ni san Mateo ni san Marcos hayan hecho mención de este
desagradable incidente que misteriosamente no acaba en tragedia y así lo
expresa san Lucas con estas palabras:
Mas Él, habiendo pasado por en medio de ellos, iba
su camino. (Lc 4, 30)
De todo esto me quedo con una reflexión que
me produce pena y tristeza. El Evangelio me lo presenta veladamente a mi
consideración, no me lo dice, pero lo puedo suponer. Creo entender, con
verdadero acierto, que a la Madre de este Nazareno se le anudó el Corazón por
la inmensa contrariedad y pena que le provocó la violenta actitud con la que
sus conocidos pretendían zaherir, golpear e incluso herir de muerte a su Hijo.
Es la primera vez que María percibe,
contundentemente, que una espada traspasará su alma, es la primera vez que
vive, con amargura en sus entrañas, el adelanto de lo que será el último
destino de su Jesús: morir, cruentamente y con infamia, colgado de un palo a la
vista de muchos.
Jesús, se marchará de su pueblo, maravillado
por la incredulidad y el ensañamiento de su gente hacia su Persona, pero en
Nazareth permanece su Madre, la Virgen María, que solita irá barruntando lo que
supone la Redención. Aquellos conocidos, a partir de ahora, la mirarán con
animadversión. Para esta Madre del Redentor ha comenzado la agonía de su
Calvario que termina, de aquí a no mucho tiempo, cuando de la Cruz le
descuelguen al Hijo de su alma para ponerlo en sus brazos, muerto de
estremecedora muerte.
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