[Para mí, esta es la más bella parábola de
los Evangelios. Al de san Lucas, precisamente, por ser el autor de esta divina
joya, se le reconoce como el Evangelio de la Misericordia. Yo, además, me
tomaría la licencia de señalarlo como el Evangelio de la mujer y de la Virgen.
Intuyo que la principal fuente de información, con estos matices femeninos y
misericordiosos, le vino dada al médico, discípulo de san Pablo, de mano de una
Madre: María, que ejercía como tal sobre aquella incipiente comunidad cristiana
que acudiría a ella con la confianza de los hijos e hijas que quieren conocer,
al detalle, la vida y milagros del Autor de la vida, de su Hijo, Jesucristo,
que pasó por este mundo haciendo el bien. Leamos]:
TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
—“Un
hombre tenía dos hijos. Y dijo el menor de ellos a su padre:
“Padre,
dame la parte de la hacienda que me corresponde”.
Él les
repartió la hacienda. De allí a no muchos días, el hijo menor, habiéndolo
recogido todo, se partió a tierras lejanas, y allí dilapidó su hacienda
viviendo licenciosamente. Mas cuando lo hubo gastado todo, sobrevino en aquella
tierra grande hambre, y él comenzó a sentir necesidad. Conque fue y se arrimó a
uno de los ciudadanos de aquella región, el cual le envió a sus campos a apacentar
puercos. Y ansiaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los puercos,
y nadie se las daba.
Y
entrando en sí mismo, dijo:
“¡Cuántos
jornaleros de mi padre andan sobrados de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me
levantaré y me iré a mi padre y le diré: “Padre, pequé contra el cielo y contra
ti: no soy digno de llamarme hijo tuyo; tómame como uno de tus jornaleros”.
Y
levantándose fuese a su padre. Estando él muy lejos todavía, viole su padre, y
se le enterneció el corazón, y corriendo hacia él echósele al cuello y se lo
comía a besos.
Díjole el hijo:
“Padre,
pequé contra el cielo y ante ti; no soy ya digno de llamarme hijo tuyo…”
Dijo
el padre a sus criados:
“Presto,
sacad el mejor vestido y vestídselo, y ponedle una sortija en la mano y calzado
en los pies; y traed el novillo cebado y matadle, y comamos y hagamos fiesta;
porque mi hijo estaba muerto y revivió, estaba perdido y fue hallado”.
Y
dieron principio al festín. Su hijo mayor estaba en el campo; y como al volver
llegó cerca de la casa, oyó la sinfonía y la danza; y llamando a sí a uno de
los muchachos, le preguntó que era aquello.
Él le
dijo:
“Ha
vuelto tu hermano, y tu padre mató el novillo cebado, porque le recobró sano”.
Enojóse
y no quería entrar; mas su padre, saliendo, le instaba. Él, respondiendo, dijo
a su padre:
“Tantos
años como te sirvo, sin haber jamás traspasado tus mandatos, y jamás me diste
un cabrito para holgarme con mis amigos; mas así que vino ese tu hijo que ha
consumido tu hacienda con malas mujeres, mataste para él el novillo cebado”.
Mas él
le dijo:
“Hijo,
tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas; mas razón era holgarse y
regocijarse, porque éste, el hermano tuyo, estaba muerto y revivió, estaba
perdido y fue hallado”.
COMENTARIO
Este Padre y estos hijos
están de permanente actualidad en un mundo como el que vivimos. Dichoso el
hombre que queriendo dejar de ser pecador se somete al juicio de Dios y no al
juicio de los hombres, sus hermanos. Dios es Padre de buenos y malos, pero
¿quién es bueno y quién es malo? Es bueno quien ejerce la misericordia, la
compasión y el perdón y es malo quien no las ejerce. Es mejor recuperar a un
hombre, aunque haya sido malo, que perderlo para siempre. El espíritu
farisaico, la falta de clemencia denigra el corazón humano que está hecho para
amar. No se puede dejar de amar a tu semejante, haya hecho lo que haya hecho,
porque el mejor de los hombres es capaz de la mayor vileza. Hay que querer
para los demás lo que quieres para ti mismo.
San Lucas ha cautivado
nuestro corazón de padre o de hijo según nuestro estado actual. ¡Qué hermosas
palabras pronunciadas por el Amor! Ahora, volvemos a la lectura y seguimos con
nuestro, ya muy amigo, san Lucas que nos dice:
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