[Lucas, por ahora, nos abandona en este
último viaje a Jerusalén, dejándonos una muy bella parábola con la que Jesús
nos da un referente a la hora de orar y pedir perdón de nuestros pecados. Una
cosa es leerlo y otra oír el tono de la bellísima voz del Maestro, escudriñar
su rostro, su mirada, mientras va articulando estas palabras divinas que salen
de su divina boca. Leemos]:
TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Les propuse también esta parábola para
algunos que presumían de sí como hombres justos y menospreciaban a los demás:
—“Dos
hombres subieron al Templo: el uno fariseo y el otro publicano. El fariseo, de
pie, oraba para sí de esta manera:
“¡Oh,
Dios!, gracias te doy porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos,
adúlteros o también como ese publicano; ayuno dos veces por semana, pago el
diezmo de todo cuanto poseo”.
Mas el
publicano, manteniéndose a distancia, no osaba siquiera alzar los ojos al
cielo, sino que golpeaba su pecho diciendo:
“¡Oh,
Dios, ten piedad de este pecador!”.[1]
Os
digo que este bajó a su casa justificado más bien que aquel; porque todo el que
se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado”.
COMENTARIO
Recuerdo la escena, magistralmente presentada
por san Josemaría Escrivá, de un gitano postrado en su lecho de muerte. Ha
llegado su hora y ha de abandonar este mundo. Algún ser querido le observa.
Compadecido y como no pudiendo dominar el piadoso impulso que le nace del
corazón creyente, arrima un crucifijo a la boca del gitano en agonía. Al
tenerlo, ya tan cerca, el moribundo exclama:
“Hija mía, aparta de mí este bello crucifijo,
porque con ésta sucia boca lo podría manchar. No soy digno ni siquiera de besar
esta imagen del Dios que tanto he ofendido en la miserable vida que he gastado.
Ten compasión de este pobre gitano y reza por mi alma lo que yo no he sabido
rezar”.
Cuando ya sientes que el
sol te da por la espalda, al recapitular la vida que se te va, ¿quién no hace
suyas las palabras de este gitano?
[1] ¿Qué
hombre está exento de emplear estas palabras cuando se examina a sí mismo?
¿Quién de nosotros, los hombres de hoy, no suscribimos esta plegaria delante de
Cristo?
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