[Con no menos simpatía con la que descubrimos
al personaje Zaqueo, descubrimos ahora al ciego Bartimeo, un hombre que nos
enseña a implorar, a Quien todo nos lo puede dar, aunque no tengamos luces ni
siquiera para saber pedir lo que conviene, donde conviene y cuando conviene.
Leemos]:
TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Y dicho esto, caminando
delante de todos, salí de Jericó, subiendo hacia Jerusalén. Me seguía un gran
gentío y he aquí que dos ciegos, Bartimeo y otro, sentados junto al camino,
mendigando, en oyendo decir que Jesús el de Nazaret pasaba por allí, se
pusieron a gritar diciendo:
—“¡Señor, Jesús, Hijo de David, ten compasión
de nosotros!”
Muchos de los que marchaban delante le
increpaban para que callasen; mas ellos gritaban mucho más diciendo:
—“¡Señor, ten piedad de nosotros, Hijo de
David!”
Me detuve y dije:
—“Llamadlos”.
Y llaman a los ciegos diciéndoles:
—“Buen ánimo, levantaos, os llama”.
Bartimeo, tirando de sí la capa, levantándose
de un salto se vino a mí. Y cuando se hubieron acercado, les pregunté:
—“¿Qué queréis haga Yo con
vosotros?”.
Me dicen:
—“Rabbuni, Señor, que se abran nuestros ojos
y recobremos la vista”.
Me compadecí, y tocando sus ojos, les dije:
—“Recobrad la vista; id,
vuestra fe os ha salvado”.
Y al instante recobraron la vista, y me
seguían glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, dio alabanza a Dios.
COMENTARIO
Para encajar este pasaje en el itinerario que
llevamos, había que decidir entre el Evangelio de san Mateo, que nos muestra a
dos ciegos sin nombre, y los Evangelios de san Marcos y san Lucas, que nos
presentan a un solo ciego. San Marcos nos dará el nombre y hasta el apellido de
este ciego, Bartimeo, hijo de Timeo.
La expresión: ¡Hijo de
David! a gritos la veremos en boca de la Cananea, en boca del ciego Bartimeo,
que acabamos de conocer y en boca de los niños, que así gritaban, cuando Jesús
entra, triunfalmente, en Jerusalén montado en un pollino. En los Evangelios la
veremos 13 veces, 8 en san Mateo, 3 en san Lucas y 2 en san Marcos. San Juan no
la empleará ninguna vez. La Concordancia ha elegido a san Mateo como el hilo
donde se engarzan los textos de san Marcos y san Lucas.
Con estas palabras se hace
una poderosa oración: “Señor, Jesús, Hijo de María, ten compasión de mí”. Este
grito llega al Corazón de Cristo, se para, se vuelve y mirándome fijamente verá
a un hombre ciego que le oye, pero no le ve. Y mis oídos oyen: “¿Qué
quieres que haga Yo contigo?”… “Maestro mío, Señor, ¡que vea!”. Siento
su mano sobre mis ojos y oigo: “Recobra la vista, tu Fe te ha salvado”.
Se nos ha dado ver y vemos, para gloria nuestra, el bellísimo rostro del
más Bello de los hombres, del Hijo de María. Esta es nuestra oración y con ella
iremos tras de Cristo, le seguiremos de cerca, sin perderlo de vista, dando
gloria a Dios.
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