[Me sorprende no encontrarme con san Lucas en
la redacción de este pasaje. Volvemos a san Juan que, como veremos más
adelante, será imprescindible para interpretar esta conmovedora escena en la
que la protagonista principal es una mujer que nos descubre un apasionado amor
a Jesucristo. Si le parece, lo leemos y después comentamos.]
TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Llegamos a Betania seis días antes de la
Pascua, y allí se hallaba Lázaro a quien Yo había resucitado de entre los
muertos. Dispusieron, pues, en mi obsequio, una cena allí, en casa de Simón el
leproso; y Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa conmigo.
María tomó una libra de perfume de nardo legítimo, de subido precio; y con su
frasco de alabastro, vino y me ungió los pies y los enjugó con sus propios
cabellos; quebrando el alabastro, derramó el perfume sobre mi cabeza y la casa
se llenó de la fragancia del perfume. Dice, pues, Judas Iscariote, uno de mis
discípulos, el que me iba a entregar:
—“¿Por qué no se vendió este perfume en
trescientos denarios y se dio a los pobres?”
Dijo esto no porque le importase de los
pobres sino porque era ladrón, y como guardaba la bolsa, hurtaba lo que en ella
se echaba. Había allí también algunos de mis discípulos que, llevándolo
pesadamente, decían entre sí:
—“¿A qué viene este despilfarro de perfume?”
Y trinaban contra ella. Mas
dije Yo:
—“Dejadla en paz. ¿Por qué
la molestáis? Buena obra es la que ha hecho conmigo. Pues a los pobres siempre
los tenéis con vosotros, y siempre que quisiereis les podéis hacer bien, mas a
mí no siempre me tenéis. Lo que tuvo en su mano, hizo. Que al echar ella este
perfume sobre mi cuerpo, se adelantó a embalsamarlo para la sepultura, para lo
cual lo tenía reservado. En verdad os digo, dondequiera que fuere predicado el
Evangelio por todo el mundo, se hablará también de lo que ésta hizo, para
memoria suya”.
Enterada la turba de que Yo estaba allí,
vinieron no solamente por verme a mí, sino también por ver a Lázaro, a quien
resucité de entre los muertos. Los sumos sacerdotes, por este motivo,
resolvieron matar también a Lázaro, pues muchos de los judíos, a causa de
Lázaro, se les iban y creían en mí.
COMENTARIO
Por san Mateo y san Marcos, descubrimos que
este pasaje se consuma en casa de un tal Simón el leproso y no en casa de Marta
de Betania. Sin embargo, por san Juan sabemos que en esta cena estaban Lázaro,
recién resucitado, Marta y María. Según san Mateo y san Marcos, la mujer, de
nombre desconocido en estos Evangelios, ungió los cabellos de Jesús con un
perfume de nardo legítimo. Pero, según san Juan, fue María, la hermana de
Lázaro y Marta, la que ungió, no la cabeza, sino los pies de Jesús, que además los
enjugaba con sus cabellos. ¿No le recuerda esta escena a la mujer que vimos en
el Tema 37?
Solo san Juan nos descubre
que, quien de veras se había molestado por este derroche de amor, fue Judas. Y
así mismo, solo san Juan mostrará que los sumos sacerdotes resuelven matar
también a Lázaro. Y, por último, con idénticas palabras, san Mateo y san Marcos
certificarán que la acción de esta mujer se conocería en todo el mundo donde se
predicara el Evangelio y para siempre, porque así lo quiso y lo aseguró Jesucristo.
En san Lucas, Lc.7,36-50,
vemos a una mujer pecadora que hace exactamente igual que lo que ha hecho
María, la hermana de Lázaro. También de san Lucas, Lc. 8,1-3 vemos, por primera
vez, el nombre de María Magdalena, la volvemos a ver en la Pasión de Cristo.
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