TEMA 129 SOLO TEXTO

TEMA 129   Soy Hijo y Señor de David. Guardarse de los escribas y fariseos. (Mt 22,41-46; Mt 23,1-36; Mc 12,35-40; Lc 20,41-47)
[San Mateo lleva el peso del texto de este episodio en el que se recogen las tremendas palabras de Cristo contra los escribas y fariseos farsantes de este tiempo. Estos engendros de víboras fueron capaces de colmar la medida de los más atroces crímenes que se cometieron en el Antiguo Testamento, fueron capaces de asesinar al Autor de la vida. ¿Qué otro mayor pecado se puede dar? Leemos]:
TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Viendo reunidos a los fariseos, dirigiéndome a ellos, les pregunté:
—“¿Qué os parece del Mesías? ¿De quién es Hijo?”
Dícenme:
—“De David”.
Les dije:
—“¿Cómo, pues, el mismo David, movido del Espíritu Santo, en el libro de los Salmos le llama Señor cuando dice:
“Dijo el Señor a mi Señor: “Siéntate a mi diestra, hasta que ponga tus enemigos como escabel de tus pies”?
Si, pues, David le llama Señor, ¿cómo puede ser Hijo suyo?”
 Y nadie podía responderme palabra, ni osó nadie desde aquel día interrogarme ya más. La turba, que era numerosa, me escuchaba con gusto.
Entonces hablé a las turbas y a mis discípulos, diciéndoles:
—“Sobre la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos. Así, pues, todas cuantas cosas os dijeren, hacedlas y guardadlas; mas no hagáis conforme a sus obras porque dicen y no hacen. Lían cargas pesadas e insoportables y las cargan sobre las espaldas de los hombres, mas ellos ni con el dedo las quieren mover. Todas sus obras hacen para hacerse ver de los hombres, porque ensanchan sus filacterias y agrandan las franjas de sus mantos; son amigos del primer puesto en las cenas y de los primeros asientos en las sinagogas, y de ser saludados en las plazas, y de ser apellidados por los hombres “rabí”.
Mas vosotros no os hagáis llamar “rabí”, porque uno es vuestro Maestro, mas todos vosotros sois hermanos, y entre vosotros a nadie llaméis padre sobre la tierra, porque uno es vuestro Padre, el celestial. Ni hagáis que os llamen preceptores, porque vuestro preceptor es uno, el Cristo. El mayor de vosotros será vuestro servidor. El que se exaltare, será humillado, y el que se humillare, será exaltado.
Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos farsantes!, porque cerráis el Reino de los cielos delante de los hombres; que ni entráis vosotros ni a los que entran dejáis entrar.
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos farsantes!, porque rodeáis el mar y la tierra en razón de hacer un prosélito, y cuando ya lo es, lo hacéis hijo de la gehena, doble más que vosotros.
¡Ay de vosotros guías ciegos!, los que decís:
“Si uno jurare por el santuario, eso es nada; pero si uno jurare por el oro del santuario, queda obligado”.
¡Necios y ciegos! Pues ¿cuál es mayor? ¿El oro o el santuario que santificó el oro? Y...
“Si uno jurare por el altar, eso es nada; pero si uno jurare por la ofrenda que está sobre él, queda obligado”.
¡Ciegos! Pues ¿qué es mayor? ¿La ofrenda o el altar que santifica la ofrenda? Así, pues, quien juró por el altar, jura por él y por todo lo que hay sobre él; y quien juró por el santuario, jura por él y por el que en él puso su morada; y quien juró por el cielo, jura por el trono de Dios y por el que está sentado sobre él.
¡Ay de vosotros escribas y fariseos farsantes!, porque pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y dejasteis a un lado las cosas más graves de la Ley: el justo juicio, la misericordia y la buena fe; estas había que practicar, y aquellas no descuidarlas! ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello!
¡Ay de vosotros escribas y fariseos farsantes!, porque limpiáis lo exterior de la copa y del plato, y dentro están rebosando de rapiña y de incontinencia. Fariseo ciego, limpia primero lo interior de la copa para que también su exterior quede limpio.
¡Ay de vosotros escribas y fariseos farsantes!, porque os semejáis a sepulcros encalados, que de fuera parecen vistosos, mas de dentro están repletos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por de fuera parecéis justos a los hombres, mas de dentro estáis repletos de hipocresía e iniquidad.
¡Ay de vosotros escribas y fariseos farsantes!, porque edificáis los sepulcros de los profetas y adornáis los monumentos de los justos y decís:
“Si viviéramos en los días de nuestros padres, no fuéramos cómplices de ellos en la sangre de los profetas”.
De modo que os dais testimonio a vosotros mismos de que sois hijos de los que mataron a los profetas. Así que vosotros colmad la medida de vuestros padres. ¡Serpientes, engendros de víboras! ¿Cómo esperáis escapar de la condenación de la gehena? Por eso, mirad, Yo envío a vosotros profetas y sabios y letrados; de ellos mataréis y crucificaréis, y de ellos azotaréis en vuestras sinagogas y perseguiréis de ciudad en ciudad, para que recaiga sobre vosotros toda la sangre justa derramada sobre la tierra desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el santuario y el altar. En verdad os digo, vendrán todas estas cosas sobre esta generación”.
COMENTARIO
El pueblo judío tuvo el privilegio inimaginable de ser escogido por Dios, por el Único Dios que envió a su Hijo, de su misma naturaleza, para que se engendrase en el vientre de una Virgen judía, María. Esto sucedió cuando los tiempos se cumplieron, como habían anunciado los profetas desde antiguo. El Único Hijo Dios engendrado del Único Padre Dios, se engendra a su vez en una Mujer de la raza judía y toma la carne y sangre humana de una joven Inmaculada, se hace Hombre.
El Creador de todo lo creado, el Dios Fontal de toda vida, decide ser un Hombre judío. Baja del cielo a la tierra y viene a ser uno como nosotros, menos en el pecado. No nace en un lugar arbitrario de la tierra, nace en donde y de quien quería nacer. Nace en Belén de Judá y de una Mujer judía, una aldea y una Mujer israelitas. Con esto hace cumplir las profecías: el Mesías, descendiente del rey David, nacerá en el mismo lugar que nació este rey y de una Virgen, sin concurso de varón.
El Evangelio nos presenta la enormidad de la infamia cometida por el pueblo judío, un pecado de “lexa majestad” cuya consumación hizo llorar hasta el mismo Padre Dios, si esto se pudiera dar. Nada entristeció más el Corazón de Dios que este espantoso crimen ejecutado con maldad satánica. ¿Qué se podía esperar de un pueblo, subyugado por el poder romano, que finalmente, elige al emperador, que le esclaviza, y rechaza al Mesías que esperaban y siguen esperando? En un estertóreo grito, respondió a Pilato:
 “¡¡Sea su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!!” (Mt 27,25).
Desde estos días hasta el día de hoy, si tomo en consideración el itinerario histórico de este pueblo, quedaré impresionado del inaudito y paroxístico padecer con el que esta raza, aún privilegiada, camina hacia la terminación de los siglos, esperando a un Mesías que ya vino, justo en el tiempo en el que sus antepasados lo defenestraron dándole muerte excruciante de Cruz.
Con independencia de la religión que practiquemos, aunque sea la judía, la interpretación racional de estos hechos, rigurosamente históricos, demuestra que el Protagonista, de este Hermoso Libro que estamos leyendo, es Jesucristo, es, sin ninguna duda, el Mesías, que solo unos pocos judíos descubrieron en los años de César Augusto o de Tiberio César. Estos, con su palabra, sus obras, sus pensamientos, su vida y su muerte cruenta o incruenta, han cumplido con el imperativo mandato de Cristo: predicar el Evangelio a toda la Creación para que todo aquel que crea tenga vida eterna. Esto ha sido posible en virtud de la existencia providencial del pueblo judío al que tanto debemos.

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