[San Mateo lleva el peso del texto de este
episodio en el que se recogen las tremendas palabras de Cristo contra los
escribas y fariseos farsantes de este tiempo. Estos engendros de víboras fueron
capaces de colmar la medida de los más atroces crímenes que se cometieron en el
Antiguo Testamento, fueron capaces de asesinar al Autor de la vida. ¿Qué otro
mayor pecado se puede dar? Leemos]:
TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Viendo reunidos a los fariseos, dirigiéndome
a ellos, les pregunté:
—“¿Qué os parece del
Mesías? ¿De quién es Hijo?”
Dícenme:
—“De David”.
Les dije:
—“¿Cómo, pues, el mismo
David, movido del Espíritu Santo, en el libro de los Salmos le llama Señor
cuando dice:
“Dijo el Señor a mi Señor:
“Siéntate a mi diestra, hasta que ponga tus enemigos como escabel de tus pies”?
Si, pues, David le llama
Señor, ¿cómo puede ser Hijo suyo?”
Entonces hablé a las turbas y a mis
discípulos, diciéndoles:
—“Sobre
la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos. Así, pues, todas
cuantas cosas os dijeren, hacedlas y guardadlas; mas no hagáis conforme a sus
obras porque dicen y no hacen. Lían cargas pesadas e insoportables y las cargan
sobre las espaldas de los hombres, mas ellos ni con el dedo las quieren mover.
Todas sus obras hacen para hacerse ver de los hombres, porque ensanchan sus
filacterias y agrandan las franjas de sus mantos; son amigos del primer puesto
en las cenas y de los primeros asientos en las sinagogas, y de ser saludados en
las plazas, y de ser apellidados por los hombres “rabí”.
Mas
vosotros no os hagáis llamar “rabí”, porque uno es vuestro Maestro, mas
todos vosotros sois hermanos, y entre vosotros a nadie llaméis padre sobre la
tierra, porque uno es vuestro Padre, el celestial. Ni hagáis que os llamen
preceptores, porque vuestro preceptor es uno, el Cristo. El mayor de vosotros
será vuestro servidor. El que se exaltare, será humillado, y el que se
humillare, será exaltado.
Mas ¡ay de vosotros,
escribas y fariseos farsantes!, porque cerráis el Reino de los cielos delante
de los hombres; que ni entráis vosotros ni a los que entran dejáis entrar.
¡Ay de vosotros, escribas y
fariseos farsantes!, porque rodeáis el mar y la tierra en razón de hacer un
prosélito, y cuando ya lo es, lo hacéis hijo de la gehena, doble más que
vosotros.
¡Ay de vosotros guías
ciegos!, los que decís:
“Si uno jurare por el
santuario, eso es nada; pero si uno jurare por el oro del santuario, queda
obligado”.
¡Necios y ciegos! Pues
¿cuál es mayor? ¿El oro o el santuario que santificó el oro? Y...
“Si uno jurare por el
altar, eso es nada; pero si uno jurare por la ofrenda que está sobre él, queda
obligado”.
¡Ciegos! Pues ¿qué es
mayor? ¿La ofrenda o el altar que santifica la ofrenda? Así, pues, quien juró
por el altar, jura por él y por todo lo que hay sobre él; y quien juró por el
santuario, jura por él y por el que en él puso su morada; y quien juró por el
cielo, jura por el trono de Dios y por el que está sentado sobre él.
¡Ay de vosotros escribas y
fariseos farsantes!, porque pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del
comino, y dejasteis a un lado las cosas más graves de la Ley: el justo juicio,
la misericordia y la buena fe; estas había que practicar, y aquellas no
descuidarlas! ¡Guías ciegos, que filtráis el mosquito y os tragáis el camello!
¡Ay de vosotros escribas y
fariseos farsantes!, porque limpiáis lo exterior de la copa y del plato, y
dentro están rebosando de rapiña y de incontinencia. Fariseo ciego, limpia
primero lo interior de la copa para que también su exterior quede limpio.
¡Ay de vosotros escribas y
fariseos farsantes!, porque os semejáis a sepulcros encalados, que de fuera
parecen vistosos, mas de dentro están repletos de huesos de muertos y de toda
inmundicia. Así también vosotros por de fuera parecéis justos a los hombres,
mas de dentro estáis repletos de hipocresía e iniquidad.
¡Ay de
vosotros escribas y fariseos farsantes!, porque edificáis los sepulcros de los
profetas y adornáis los monumentos de los justos y decís:
“Si
viviéramos en los días de nuestros padres, no fuéramos cómplices de ellos en la
sangre de los profetas”.
De
modo que os dais testimonio a vosotros mismos de que sois hijos de los que
mataron a los profetas. Así que vosotros colmad la medida de vuestros padres.
¡Serpientes, engendros de víboras! ¿Cómo esperáis escapar de la condenación de
la gehena? Por eso, mirad, Yo envío a vosotros profetas y sabios y letrados; de
ellos mataréis y crucificaréis, y de ellos azotaréis en vuestras sinagogas y
perseguiréis de ciudad en ciudad, para que recaiga sobre vosotros toda la
sangre justa derramada sobre la tierra desde la sangre de Abel el justo hasta
la sangre de Zacarías hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el santuario y
el altar. En verdad os digo, vendrán todas estas cosas sobre esta generación”.
COMENTARIO
El pueblo judío tuvo el
privilegio inimaginable de ser escogido por Dios, por el Único Dios que envió a
su Hijo, de su misma naturaleza, para que se engendrase en el vientre de una
Virgen judía, María. Esto sucedió cuando los tiempos se cumplieron, como habían
anunciado los profetas desde antiguo. El Único Hijo Dios engendrado del Único
Padre Dios, se engendra a su vez en una Mujer de la raza judía y toma la carne
y sangre humana de una joven Inmaculada, se hace Hombre.
El Creador de todo lo
creado, el Dios Fontal de toda vida, decide ser un Hombre judío. Baja del cielo
a la tierra y viene a ser uno como nosotros, menos en el pecado. No nace en un
lugar arbitrario de la tierra, nace en donde y de quien quería nacer. Nace en
Belén de Judá y de una Mujer judía, una aldea y una Mujer israelitas. Con esto
hace cumplir las profecías: el Mesías, descendiente del rey David, nacerá en el
mismo lugar que nació este rey y de una Virgen, sin concurso de varón.
El Evangelio nos presenta
la enormidad de la infamia cometida por el pueblo judío, un pecado de “lexa majestad” cuya consumación hizo
llorar hasta el mismo Padre Dios, si esto se pudiera dar. Nada entristeció más
el Corazón de Dios que este espantoso crimen ejecutado con maldad satánica.
¿Qué se podía esperar de un pueblo, subyugado por el poder romano, que
finalmente, elige al emperador, que le esclaviza, y rechaza al Mesías que
esperaban y siguen esperando? En un estertóreo grito, respondió a Pilato:
“¡¡Sea
su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!!” (Mt 27,25).
Desde estos días hasta el
día de hoy, si tomo en consideración el itinerario histórico de este pueblo,
quedaré impresionado del inaudito y paroxístico padecer con el que esta raza,
aún privilegiada, camina hacia la terminación de los siglos, esperando a un
Mesías que ya vino, justo en el tiempo en el que sus antepasados lo
defenestraron dándole muerte excruciante de Cruz.
Con independencia de la
religión que practiquemos, aunque sea la judía, la interpretación racional de
estos hechos, rigurosamente históricos, demuestra que el Protagonista, de este
Hermoso Libro que estamos leyendo, es Jesucristo, es, sin ninguna duda, el
Mesías, que solo unos pocos judíos descubrieron en los años de César Augusto o
de Tiberio César. Estos, con su palabra, sus obras, sus pensamientos, su vida y
su muerte cruenta o incruenta, han cumplido con el imperativo mandato de
Cristo: predicar el Evangelio a toda la Creación para que todo aquel que crea
tenga vida eterna. Esto ha sido posible en virtud de la existencia providencial
del pueblo judío al que tanto debemos.
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