TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Resucité
al amanecer del primer día de la semana y me aparecí primeramente a María
Magdalena, de la que había lanzado siete demonios. María estaba de pie junto al
sepulcro, fuera, llorando. Y así llorando, inclinose para mirar dentro del
sepulcro y vio dos ángeles con vestiduras blancas, sentados uno a la cabeza y
otro a los pies del sitio donde había sido puesto mi cadáver. Y dícenle
ellos:
—“Mujer,
¿por qué lloras?”
Ella
contesta:
—“Porque
se llevaron a mi Señor, y no sé dónde le pusieron”.
Como hubo
dicho esto, volvióse atrás y me vio de pie, pero no me reconoció. Le dije:
—“Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién
buscas?”
Ella,
imaginando que Yo era el hortelano, me dijo:
—“Señor,
si Tú te lo llevaste, dime dónde le pusiste, y yo lo tomaré”.
Le dije:
—“¡María!”[1]
Ella,
volviéndose a mí, dijo:
—“¡Rabbuní,
Maestro mío!”
Le
dije:
—“Suéltame
-que todavía no he subido al Padre- mas ve a mis hermanos y diles: “Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios
y vuestro Dios”.
Fue María
Magdalena a dar la nueva a los discípulos que estaban afligidos y
lloraban:
—“¡He
visto al Señor y me ha dicho esto y esto!”
Pero
ellos, oyendo decir que Yo vivía y que había sido visto por ella, no lo
creyeron.
María y
Juana y María la de Santiago y las demás que iban con ellas, volvían del
sepulcro. De pronto les salí al encuentro, diciéndoles:
—“¡Dios os guarde!”
Ellas,
llegándose, se abrazaron a mis pies y me adoraron. Entonces les dije:
—“No temáis: id, anunciad a mis hermanos que
se vayan a Galilea, y allí me verán”.
Ellas, a
toda prisa fueron a anunciar todas estas cosas a los Once y a todos los demás.
Y parecieron a sus ojos como delirio estas palabras, y no las creyeron.
COMENTARIO
San Juan
será quien lleve el peso de la redacción de este pasaje tan interesante.
También asegura que fueron dos ángeles en lugar de uno, los que estaban dentro
del sepulcro. ¡Qué amor más grande el de María Magdalena!
Ya hemos
visto a Jesús resucitado. El Evangelio guarda silencio sobre el encuentro entre
el Señor y su Madre, nuestra Madre. Ahora, lo que apreciamos es, que Cristo se
aparece primero a una mujer, una mujer que le amaba con la pasión de un alma
que lo contemplaba Hombre y Dios a la vez, un amor singular e inimaginable,
imposible de explicar, que solo se puede dar en un corazón femenino, un corazón
de mujer, el corazón de María Magdalena. Aquí inserto la reflexión que hago
sobre la vuelta a la vida del Hijo de Dios hecho carne, ya resucitada.
+LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO+
Ha
resucitado nuestro Redentor, nuestro Valedor ante Dios Padre que ha aceptado la
Vida de su Hijo como eterno e infinito tributo con el que se cancela la deuda
de toda la humanidad. Jesucristo ha vencido al mundo y a la muerte. Las puertas
del cielo se han abierto, la eterna Casa del Padre se dispone a acoger, para
siempre, a todo hombre y mujer de buena voluntad, a toda generación posible
hasta el fin de los tiempos. Jesucristo nos ha merecido otra vida infinitamente
más bienaventurada que la vida del primer hombre y primera mujer en estado de
gracia, más dichosa existencia que la que vivieron Adán y Eva en el Paraíso
terrenal.
Nos
disponemos a experimentar la filiación divina, es decir, a tener ciencia y
conciencia de que cuando somos llamados hijos de Dios, lo somos con plenitud de
significado. Querida hermana, querido hermano, desde ya somos hijos de Dios, y
todavía no se mostró qué seremos; se sabe que, cuando se muestre, seremos
semejantes a Él, porque le veremos, cara a cara, tal y como es. (1Jn 2,3)
La
Resurrección de Jesucristo es nuestra Fe y nuestra Esperanza que nos asegura
que nuestro último destino es participar de la misma Naturaleza divina (2Pe,
1,4) de quien nos amó hasta la locura, Jesucristo, mi Señor, mi Dios, el Amado
mío en el que justifico toda mi existencia, toda mi felicidad y todo este
trabajo que me ha llevado más de 40 años de mi vida.
“Resucitar”
es volver a la vida, así lo define el diccionario: volver a vivir la vida
terrena que por alguna causa se perdió. Este “resucitar” lo hemos captado en
tres ocasiones en la lectura del Evangelio Concordado. El hijo de la viuda de
Naím, la hija de Jairo y el amigo Lázaro, son tres personas resucitadas, que
volvieron de la muerte a esta vida terrena por mandato imperativo de Cristo,
según el significado de la palabra “resucitar”. San Mateo nos indicará que,
cuando los judíos le quitaron la vida al Autor de la vida, muchos cuerpos de
santos resucitaron cuando el Señor resucitó. Hay otras resurrecciones que no
están especificadas en El Evangelio, resurrecciones de las que hace mención el
propio Cristo cuando contesta a los enviados de Juan que preguntaban si Él era
el Mesías esperado. Este “resucitar” no es definitivo. Como ya sabemos, estas
personas volverán a morir, de tal suerte que en ellas se cumple aquello que
justificó el título de un artículo que escribí sobre la muerte y resurrección
de Lázaro: “Morir y resucitar dos veces”.
(TEMA 102).
El
Programa Concordante nos muestra que, en boca de Cristo, lo que hace referencia
a la palabra resurrección, resucitar, resucitado…etc. se emplea 31 veces, 8 en
san Mateo, 9 en san Lucas, 9 en san Juan y 5 en san Marcos. Así mismo, en el
contexto general de los Cuatro Evangelios este dato se muestra con los
siguientes resultados: Se emplea 68 veces: 18 en san Mateo, 17 en san Lucas, 17
en san Juan y 16 en san Marcos.
Cuando
unos saduceos interpelan al Hijo de Dios sobre la resurrección de los muertos,
en la cual no creían, recibirán una respuesta que les dejará sorprendidos de
igual forma que nos deja sorprendidos a nosotros. Con palabras humanas,
entendibles a la mente humana, el Verbo de Dios razona a lo divino para que el
que quiera creer le crea y en esta Fe tenga vida en el Hijo y para que, a pesar
de la luz de eternidad que irradian sus palabras, el que no quiera creer no
crea y voluntariamente quede fuera de Él y no tenga ninguna vida, porque fuera
del Dios y Hombre verdadero no hay vida posible. San Marcos y san Lucas nos
dejarán constancia de las palabras de Jesucristo:
Mc
12,26-27 Y acerca de los muertos, de que
resucitan, ¿no leísteis en el libro de Moisés, en la zarza, cómo le habló Dios
diciendo: Yo el Dios de Abrahán, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob?
(Ex.3,6). No es Dios de muertos, sino de vivos. Muy errados andáis.
Lc
20,37-38 Y en cuanto a que resucitan los
muertos, también Moisés lo indicó en el pasaje de la zarza, en que llama al
Señor el Dios de Abrahán, y Dios de Isaac, y Dios de Jacob (Ex 3,6); y no es
Dios de muertos, sino de vivos, pues todos viven para Él.
Exulte de
gozo, querida hermana, querido hermano, porque el Padre, en su Hijo y mi Dios,
le ha esperado toda una vida, la suya, la mía…Tomemos posesión del Reino que
fue preparado para nosotros, desde antes de que el mundo viniera a ser. Nuestro
Padre Dios es un Padre de hijos vivos y no de hijos muertos.
[1] María reconoce a su Señor por el
tono de voz con el que pronuncia su nombre. Mirándole no le reconoció, oyéndole
se encontró de lleno con el Maestro de su alma. Cristo está cerca de nosotros.
No se dejará ver, pero, seguro, que si le buscamos le oiremos, aunque sea en el
bullicio de la calle, en el ordinario vivir de nuestra vida, sin espectáculo,
con la sencillez del corazón de un niño que oye lo que no oyen los
adultos.
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