TEMA 169 SOLO TEXTO

TEMA 169   A María Magdalena. A las mujeres que tanto me querían. (Mc 16,9-11; Jn 20,11-18; Mt 28,8-10; Lc 24,11)
TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Resucité al amanecer del primer día de la semana y me aparecí primeramente a María Magdalena, de la que había lanzado siete demonios. María estaba de pie junto al sepulcro, fuera, llorando. Y así llorando, inclinose para mirar dentro del sepulcro y vio dos ángeles con vestiduras blancas, sentados uno a la cabeza y otro a los pies del sitio donde había sido puesto mi cadáver. Y dícenle ellos: 
—“Mujer, ¿por qué lloras?” 
Ella contesta: 
—“Porque se llevaron a mi Señor, y no sé dónde le pusieron”. 
Como hubo dicho esto, volvióse atrás y me vio de pie, pero no me reconoció. Le dije: 
—“Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” 
Ella, imaginando que Yo era el hortelano, me dijo: 
—“Señor, si Tú te lo llevaste, dime dónde le pusiste, y yo lo tomaré”. 
Le dije:
—“¡María!”[1] 
Ella, volviéndose a mí, dijo: 
—“¡Rabbuní, Maestro mío!” 
Le dije: 
 —“Suéltame -que todavía no he subido al Padre- mas ve a mis hermanos y diles: “Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios”. 
Fue María Magdalena a dar la nueva a los discípulos que estaban afligidos y lloraban: 
—“¡He visto al Señor y me ha dicho esto y esto!” 
Pero ellos, oyendo decir que Yo vivía y que había sido visto por ella, no lo creyeron. 
María y Juana y María la de Santiago y las demás que iban con ellas, volvían del sepulcro. De pronto les salí al encuentro, diciéndoles: 
—“¡Dios os guarde!” 
Ellas, llegándose, se abrazaron a mis pies y me adoraron. Entonces les dije: 
—“No temáis: id, anunciad a mis hermanos que se vayan a Galilea, y allí me verán”. 
Ellas, a toda prisa fueron a anunciar todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Y parecieron a sus ojos como delirio estas palabras, y no las creyeron.
COMENTARIO
San Juan será quien lleve el peso de la redacción de este pasaje tan interesante. También asegura que fueron dos ángeles en lugar de uno, los que estaban dentro del sepulcro. ¡Qué amor más grande el de María Magdalena!
Ya hemos visto a Jesús resucitado. El Evangelio guarda silencio sobre el encuentro entre el Señor y su Madre, nuestra Madre. Ahora, lo que apreciamos es, que Cristo se aparece primero a una mujer, una mujer que le amaba con la pasión de un alma que lo contemplaba Hombre y Dios a la vez, un amor singular e inimaginable, imposible de explicar, que solo se puede dar en un corazón femenino, un corazón de mujer, el corazón de María Magdalena. Aquí inserto la reflexión que hago sobre la vuelta a la vida del Hijo de Dios hecho carne, ya resucitada.

+LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO+

Ha resucitado nuestro Redentor, nuestro Valedor ante Dios Padre que ha aceptado la Vida de su Hijo como eterno e infinito tributo con el que se cancela la deuda de toda la humanidad. Jesucristo ha vencido al mundo y a la muerte. Las puertas del cielo se han abierto, la eterna Casa del Padre se dispone a acoger, para siempre, a todo hombre y mujer de buena voluntad, a toda generación posible hasta el fin de los tiempos. Jesucristo nos ha merecido otra vida infinitamente más bienaventurada que la vida del primer hombre y primera mujer en estado de gracia, más dichosa existencia que la que vivieron Adán y Eva en el Paraíso terrenal.
Nos disponemos a experimentar la filiación divina, es decir, a tener ciencia y conciencia de que cuando somos llamados hijos de Dios, lo somos con plenitud de significado. Querida hermana, querido hermano, desde ya somos hijos de Dios, y todavía no se mostró qué seremos; se sabe que, cuando se muestre, seremos semejantes a Él, porque le veremos, cara a cara, tal y como es. (1Jn 2,3) 
La Resurrección de Jesucristo es nuestra Fe y nuestra Esperanza que nos asegura que nuestro último destino es participar de la misma Naturaleza divina (2Pe, 1,4) de quien nos amó hasta la locura, Jesucristo, mi Señor, mi Dios, el Amado mío en el que justifico toda mi existencia, toda mi felicidad y todo este trabajo que me ha llevado más de 40 años de mi vida.
“Resucitar” es volver a la vida, así lo define el diccionario: volver a vivir la vida terrena que por alguna causa se perdió. Este “resucitar” lo hemos captado en tres ocasiones en la lectura del Evangelio Concordado. El hijo de la viuda de Naím, la hija de Jairo y el amigo Lázaro, son tres personas resucitadas, que volvieron de la muerte a esta vida terrena por mandato imperativo de Cristo, según el significado de la palabra “resucitar”. San Mateo nos indicará que, cuando los judíos le quitaron la vida al Autor de la vida, muchos cuerpos de santos resucitaron cuando el Señor resucitó. Hay otras resurrecciones que no están especificadas en El Evangelio, resurrecciones de las que hace mención el propio Cristo cuando contesta a los enviados de Juan que preguntaban si Él era el Mesías esperado. Este “resucitar” no es definitivo. Como ya sabemos, estas personas volverán a morir, de tal suerte que en ellas se cumple aquello que justificó el título de un artículo que escribí sobre la muerte y resurrección de Lázaro: “Morir y resucitar dos veces”. (TEMA 102).
El Programa Concordante nos muestra que, en boca de Cristo, lo que hace referencia a la palabra resurrección, resucitar, resucitado…etc. se emplea 31 veces, 8 en san Mateo, 9 en san Lucas, 9 en san Juan y 5 en san Marcos. Así mismo, en el contexto general de los Cuatro Evangelios este dato se muestra con los siguientes resultados: Se emplea 68 veces: 18 en san Mateo, 17 en san Lucas, 17 en san Juan y 16 en san Marcos. 
Cuando unos saduceos interpelan al Hijo de Dios sobre la resurrección de los muertos, en la cual no creían, recibirán una respuesta que les dejará sorprendidos de igual forma que nos deja sorprendidos a nosotros. Con palabras humanas, entendibles a la mente humana, el Verbo de Dios razona a lo divino para que el que quiera creer le crea y en esta Fe tenga vida en el Hijo y para que, a pesar de la luz de eternidad que irradian sus palabras, el que no quiera creer no crea y voluntariamente quede fuera de Él y no tenga ninguna vida, porque fuera del Dios y Hombre verdadero no hay vida posible. San Marcos y san Lucas nos dejarán constancia de las palabras de Jesucristo: 
Mc 12,26-27 Y acerca de los muertos, de que resucitan, ¿no leísteis en el libro de Moisés, en la zarza, cómo le habló Dios diciendo: Yo el Dios de Abrahán, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob? (Ex.3,6). No es Dios de muertos, sino de vivos. Muy errados andáis. 
Lc 20,37-38 Y en cuanto a que resucitan los muertos, también Moisés lo indicó en el pasaje de la zarza, en que llama al Señor el Dios de Abrahán, y Dios de Isaac, y Dios de Jacob (Ex 3,6); y no es Dios de muertos, sino de vivos, pues todos viven para Él.
Exulte de gozo, querida hermana, querido hermano, porque el Padre, en su Hijo y mi Dios, le ha esperado toda una vida, la suya, la mía…Tomemos posesión del Reino que fue preparado para nosotros, desde antes de que el mundo viniera a ser. Nuestro Padre Dios es un Padre de hijos vivos y no de hijos muertos.





[1] María reconoce a su Señor por el tono de voz con el que pronuncia su nombre. Mirándole no le reconoció, oyéndole se encontró de lleno con el Maestro de su alma. Cristo está cerca de nosotros. No se dejará ver, pero, seguro, que si le buscamos le oiremos, aunque sea en el bullicio de la calle, en el ordinario vivir de nuestra vida, sin espectáculo, con la sencillez del corazón de un niño que oye lo que no oyen los adultos.  

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