[Con estupefacto asombro ven a Cristo
creyendo ver un fantasma. Lo palparán, lo oirán y lo verán tal y como lo vieron
antes de morir. Sus ojos mirarán, primero el bellísimo rostro de su Maestro,
después fijarán su mirada sobre las huellas que en la carne dejó su Pasión y un
estremecimiento indefinido les embargará hasta la última fibra de su ser. ¿Cómo
nos veremos resucitados?, ¿cuál estado del alma y del cuerpo será el
resucitado? Yo creo que aquel en el que más perfección hayamos tenido.]
TEXTO CONCORDADO
Y AUTOBIOGRÁFICO
Estando
ellos diciendo estas cosas, siendo, pues, tarde aquel día, primero de la
semana, estando a la mesa sentados los Once con otros discípulos, y estando
cerradas, por miedo a los judíos, las puertas de la casa, vine y me presenté en
medio de ellos diciéndoles:
—“Paz sea con vosotros”.
Sobresaltados
y despavoridos, creían ver un espíritu. Y les dije:
—“¿Por qué estáis conturbados?, y ¿por qué se
levanta ese vaivén de pensamientos en vuestros corazones? Ved mis manos y mis
pies, que Yo mismo soy, palpadme, y ved que un espíritu no tiene carne y
huesos, como veis que Yo tengo”.
Y esto
diciendo, les mostré las manos y los pies y el costado; y les eché en cara su
incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que me habían
visto resucitado de entre los muertos. Como todavía no acabasen de creer de
puro gozo ni saliesen de su asombro, les dije:
—“¿Tenéis aquí algo de comer?”
Ellos me
presentaron parte de un pez asado y un panal de miel, y tomándolos, en
presencia de ellos los comí, y tomando las sobras se las repartí. Gozáronse,
pues, mis discípulos de verme y les dije:
—“Estas son las palabras que os hablé estando
aún con vosotros: que tenían que cumplirse todas las cosas escritas en la Ley
de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí”.
Entonces
les abrí la inteligencia para que entendiesen las Escrituras. Les dije, pues,
otra vez:
—“Paz
sea con vosotros. Como me ha enviado el Padre, también Yo os envío a
vosotros”.
Esto
dicho, soplé sobre ellos, y les dije:
—“Recibid el Espíritu Santo, a quienes
perdonareis los pecados, perdonados les son, a quienes lo retuviereis retenidos
quedan”.
COMENTARIO
Nada dirá
san Mateo de este pasaje. San Marcos solo aportará un versículo en el cual se
dice que Jesús echa en cara a sus discípulos la incredulidad y dureza de
corazón que han demostrado tener al no creer a quienes les aseguraban que
habían visto al Señor resucitado. San Lucas y san Juan se han complementado
para redactar esta escena en la que Cristo se presenta a los atónitos ojos de
sus discípulos, en carne y hueso, mostrando sus heridas e incluso comiendo el
pescado que le ofrecieron.
Si yo
hubiera estado presente en aquel lugar donde se aparece Jesús, ya resucitado,
habría oído la voz de mi Señor: “Paz sea
con vosotros”. Hubiera visto el porte soberano e inconfundible de mi Señor.
Con estas manos, que escriben lo que está leyendo, hubiera palpado su cuerpo, hubiera
sentido el calor de su piel en mi piel, hubiera olido la inconfundible y
personal fragancia de su carne y finalmente hubiera percibido su aliento al
soplar sobre mí el Espíritu que me vivifica, este mismo Espíritu que me asiste
para poner mis cinco sentidos en lo que dejo escrito para siempre.
¿Quién me
va a creer, si aseguro tener conciencia de la palmaria evidencia de este mismo
Cristo resucitado, sin necesidad de uso alguno de mis sentidos? ¿A quién voy a
convencer de que el Cristo mío y Jesús de mi alma, ya resucitado, que me vive,
me es tan real como el yo que me define como quien soy como soy? ¿Quién no
pondrá en duda el equilibrio de mi razón si manifiesto, con suprema Fe, que me como a mi Dios cada día?
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