TEMA 174 SOLO TEXTO

TEMA 174   A la ribera del Tiberiades. Doy a Pedro el Primado de mi Iglesia. (Jn 21,1-23)
[Gracias a san Juan, a su privilegiada memoria, podemos conocer este transcendental pasaje que deja asentada, para siempre, la autoridad del único Pedro. San Juan, nos lleva de una escena a otra sin posibilidad de recuperarnos de la admiración que nos produce la lectura de su Evangelio. No se pueden redactar cosas más grandes con menos palabras.]
TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Tras esto me manifesté otra vez a mis discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Estaban juntos Simón Pedro y Tomás, el llamado Dídimo, y Natanael de Caná de Galilea, y los hijos de Zebedeo y otros dos de mis discípulos. Y díceles Simón Pedro: 
—“Voy a pescar”. 
Dícenle: 
—“Vamos nosotros también contigo”. 
Salieron y subieron a la barca. Y en toda la noche no pescaron nada. Y siendo ya de mañanita, me presenté en la ribera; mis discípulos, empero, no me reconocieron. Les dije pues: 
—“¡Muchachos, ¿tenéis algo de vianda?!” 
Me respondieron: 
—“No”. 
Les dije: 
—“Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis”. 
Echáronla, pues, y ya no podían arrastrarla por la gran cantidad de peces. 
Dice, pues, Juan a Pedro: 
—“¡Es el Señor!”. 
Simón Pedro, pues, así que oyó estas palabras, ciñose la ropa exterior, pues ropa no llevaba, y echóse al mar. Los otros discípulos vinieron en la barca pues no estaban lejos de tierra -sino que distaban unos doscientos codos-, arrastrando la red de los peces. Cuando saltaron a tierra, vieron brasas puestas y un pescado sobre ellas, y pan. Les dije: 
—“Traed acá de los pescados que acabáis de coger”. 
Subió Simón Pedro y arrastró hasta la playa la red llena de peces grandes, que eran ciento cincuenta y tres. Y con ser tantos no se rompió la red. Les dije: 
—“Venid, almorzad”. 
Y nadie de mis discípulos osaba interrogarme: “¿Tú quién eres?”, sabiendo que Yo era. Tomé el pan y se los repartí y asimismo el pescado. Esta fue la tercera vez que me manifesté a mis discípulos después de resucitar de entre los muertos.  
Cuando, pues, hubimos almorzado, le dije a Simón Pedro: 
—“Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?” 
Me contestó: 
—“Sí, Señor; Tú sabes que te quiero”. 
—“Apacienta mis corderos”.
Le dije por segunda vez: 
—“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” 
Me contestó: 
—“Sí, Señor; Tú sabes que te quiero”. 
—“Pastorea mis ovejas”. 
Le dije por tercera vez: 
—“Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?”[1] 
Entristeciose Pedro, porque le dije por tercera vez: “¿Me quieres?”, y me dijo: 
—“Señor, Tú lo sabes todo. Tú bien sabes que te quiero”. 
Le dije: 
—“Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras más joven, tú mismo te ceñías y andabas donde querías; mas cuando hayas envejecido, extenderás tus manos, y otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieras”. 
Esto le dije significando con qué muerte había de glorificarme. Le dije: 
—“Sígueme”. 
Vuelto Pedro, ve que le seguía Juan, el discípulo al que Yo tanto amaba, el mismo que en la Cena se recostó en mi pecho y me dijo: “Señor, ¿quién es el que te entrega?”. Y Pedro viéndolo, me dice: 
“-Señor, ¿y este qué?” 
Le contesté: 
—“Si quisiere Yo que este quede hasta que Yo vuelva, ¿a ti qué? Tú sígueme”. 
Divulgóse, pues, entre mis discípulos esta voz: “Juan no muere”. Pero Yo no dije: “No muere”, sino “si quisiere Yo que este quede hasta que Yo vuelva, ¿a ti qué?”.




[1] Dios requiere el cariño del hombre y de la mujer porque como Hombre tiene sentimientos de hombre. Quiere ser amado, busca, con vehemencia, el amor de cada hombre y de cada mujer, porque cada hombre y cada mujer tiene un corazón singular, una original e irrepetible forma de amar y Dios las demanda todas, espera con anhelo divino y paciencia infinita la libre, personal y suprema entrega del alma de sus elegidos.  

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