| El leproso. (Mt 8,1-4; Mc 1,40-45; Lc 5,12-16) |
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SOLO TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Y en una cierta ciudad, se me presentó de improviso un hombre todo lleno de lepra y al verme, doblando las rodillas y cayendo sobre su rostro, me adoró y me rogaba diciendo:
—“Señor, si quieres me puedes limpiar”.[1]
Sentí una profunda compasión y extendiendo mi mano le toqué diciendo:
—“Quiero, sé limpio”.
Al instante desapareció de él la lepra y quedó limpio y tomando con él un tono severo le despedí diciendo:
—“Mira, no digas nada a nadie, sino anda, muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación lo que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio”.
Mas él, en saliendo, comenzó a proclamar bien alto y divulgar el hecho, hasta el punto de que no pude entrar manifiestamente en ciudad alguna. La fama de mi Nombre se extendió cada vez más y concurrían grandes muchedumbres para oír mi palabra y ser curados de sus enfermedades. Yo me retiraba a sitios solitarios para orar.
COMENTARIO DEL INGENIERO
Caminamos hacia el final de primer año de la predicación pública de Jesucristo. Súbitamente, entra en escena un leproso que padece un avanzado estado de su enfermedad. Se llegó al Taumaturgo divino conculcando la ley judía de aquel tiempo, que consideraba a estos enfermos seres impuros e infectos, obligados a vivir su desgracia en lugares apartados. La temeridad, la audacia con la que este pobre hombre suplica a Jesucristo, con una fe que para mí quisiera, es una prueba y un ejemplo. Una prueba evidente de un supremo desamparo y un ejemplo de oración y confianza: “Si quieres…”. Con el Programa Concordante se descubren detalles fascinantes que están ocultos para aquellos que leemos el Evangelio sin las pausas que merece esta Palabra de Dios, Palabra que lleva la Vida en sí misma. Si pongo en el mismo plano, la redacción que cada evangelista hace de este pasaje, descubro algo importante.
1. San Mateo todavía no era discípulo de Jesús, por tanto, en su día le informaron de estos hechos y en base a esta indagación los redacta como los leemos.
2. San Lucas hace lo mismo, escribe lo que no ha visto ni oído.
3. San Marcos escribe lo que le dicta san Pedro y quizá la descripción de este suceso sea una prueba evidente de que el evangelista manuscribe literalmente lo que otro le testimonia porque ha visto y oído con suma atención.
A san Pedro le impresionó la súbita presencia de un hombre cubierto de lepra. Le vio caer de rodillas ante su Maestro, le oyó una patética y entrecortada voz suplicando clemencia y tuvo que sujetar fuertemente el arrebato de su corazón que le pedía salir corriendo. Clavó sus ojos en la expresión del rostro de su Señor y le sobrecogió porque lo contempló ¡profundamente conmovido! La imagen le quedó grabada para siempre, vio a Jesús con el rostro desencajado por la honda pena que le produjo la decrepitud de un ser humano, percibió que su Señor se había estremecido y que sus ojos brillaban colmados de compasión y misericordia.
San Pedro, descubre al lector lo que no manifiestan ni san Mateo ni san Lucas, ¡Dios tiene un Corazón de hombre! y nosotros somos, también, destinatarios de esta divina compasión que nos abrazará siempre que queramos salir a su encuentro, sea cual sea la decadencia de nuestra vida.

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