| El paralítico de Cafarnaúm. (Mt 9,1-8; Mc 2,1-12; Lc 5,17-26) |
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SOLO TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Al cabo de días volvimos a Cafarnaúm y habiendo corrido la noticia de que estaba en casa, se aglomeraron muchos, hasta el punto de que ya no se cabía ni siquiera a la puerta. Yo les enseñaba mi palabra y delante de mí, sentados se hallaban unos fariseos y doctores de la Ley que habían venido de todas las aldeas de Galilea, incluso de Judea y de Jerusalén. De improviso, he aquí que unos hombres, llevando sobre una camilla un paralítico, buscaban manera de introducirle y ponerle delante de mí. Pero no hallando sitio a causa de la muchedumbre, subieron a la terraza y por entre las tejas lo descolgaron junto con su camilla hasta ponerle en medio delante de mí. Viendo la fe que tenían, dije al paralítico:
—“Buen ánimo, hijo; perdonados te son tus pecados”.
Comenzaron a cavilar los escribas y los fariseos, pensando en sus corazones y diciendo:
—“¿Quién es Este, que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?”
Y al punto conociendo en mi Espíritu que así pensaban en su interior les dije:
—“¿Qué andáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más hacedero, decir al paralítico: “Perdonados son tus pecados”, o decir: “Levanta, toma a cuestas tu camilla, y anda?” Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad de perdonar pecados sobre la tierra…Yo te lo digo: levanta, toma a cuestas tu camilla y marcha a tu casa”.[1]
Y al instante, habiéndose levantado a vista de ellos, tomando a cuestas su camilla se marchó a su casa glorificando a Dios. De todos se apoderó el estupor y glorificaban a Dios que había dado tan grande potestad a los hombres, y llenos de temor decían:
—“¡Hoy hemos visto cosas increíbles!”
COMENTARIO DEL INGENIERO
Los Sinópticos ponen a nuestra consideración un milagro que quizá se realizó en la misma casa de san Pedro. San Mateo y san Lucas no fueron testigos directos de esta curación que maravilló a los presentes. San Pedro, si fue testigo presencial y yo diría que doliente porque, como bien redacta san Marcos a su dictado, vio como los cuatro jóvenes, (en san Mateo y san Lucas no se especifica el nº de portadores) que portaban al paralítico, desmontaban el techo de su vivienda. San Lucas dirá que al enfermo lo hicieron pasar, atado a algún artilugio, por entre las tejas de la terraza. Sin embargo, san Marcos nos refiere, sin ninguna duda, que el techo de la casa fue, literalmente, desbaratado, y por lo que se deduce, sin contemplaciones y a toda prisa.
[1] El paralítico era un hombre joven con el alma manchada por un pasado que quizá le atormentara. “Buen ánimo, hijo…”., estas son las consoladoras palabras que oye de Jesús y en virtud de la fe de unos amigos y quizá también de su propia fe, se dispone a ser sanado en el alma y en el cuerpo. “¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?” Esta pregunta quedó contestada con la evidencia incuestionable de un milagro que maravilló a los presentes. ¿Qué otros argumentos se necesitan para creer en el Hijo de Dios?

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