SELLO
Nº 3
“El
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”
(Mt. 24,35; Mc. 13,31; Lc. 21,33)
“El
cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”
(Mt. 24,35; Mc. 13,31; Lc. 21,33)
AÑO SEGUNDO DE VIDA PÚBLICA
🎧ACTIVE SONIDO. "CLIC" EN LA IMAGEN🎧El paralítico de la piscina. (Jn 5,1-47)
SOLO TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Corría el año 781-782 de Roma y se celebraba la fiesta de los judíos y subí a Jerusalén. Había en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, un estanque, por sobrenombre en hebreo Bethesda, que tenía cinco pórticos. En éstos yacía gran muchedumbre de enfermos, ciegos, cojos, impedidos, que aguardaban la agitación del agua. Porque, de tiempo en tiempo, un ángel bajaba al estanque y removía el agua.
El primero, pues, que después de la agitación del agua entrase en ella, quedaba sano de cualquier enfermedad que le aquejase. Estaba allí un hombre que llevaba treinta y ocho años en su enfermedad y como le viese tendido en el suelo y conociese que llevaba ya mucho tiempo le dije:
—“¿Quieres ponerte sano?”
Me contestó:
—“Señor, no tengo un hombre que, cuando se remueva el agua, me eche en el estanque, y en tiempo que yo llego, otro baja antes que yo”.
Le dije:
—“Levántate, toma tu camilla y anda”.
Quedó sano al instante y tomando su camilla andaba. Era sábado aquel día y encontrándose con unos fariseos le dijeron:
—“Es sábado y no te es permitido llevar la camilla”.
Él les respondió:
—“El que me sanó me dijo: “Toma tu camilla y anda”.
Le preguntaron:
—“¿Quién es el hombre que te dijo: “Toma tu camilla y anda?”[1]
No pudo contestarles porque tras curarle me retiré sin ser notado, gracias a la muchedumbre de gente que había en aquel sitio. Pero después lo hallé en el Templo y le dije:
—“Mira, has sido curado; no peques ya más, no sea que te suceda algo peor”.
Se fue aquel hombre y manifestó a los fariseos que Yo le había sanado. Y esto fue causa de que me persiguieran, ¡porque tales cosas hacía en sábado! Encontrándome con ellos les dije:
—“Mi Padre sigue hasta el presente obrando, y Yo también obro”.
Por esto, pues, más aún pretendían matarme, porque no solo violaba el sábado, sino porque les dije que Dios Padre, Padre mío era, haciéndome igual a Él. Y continué diciéndoles:
—“En verdad, en verdad os digo, no puede el Hijo hacer nada de sí mismo si no lo viere hacer al Padre. Porque cuanto Aquel hace, esto igualmente hace también el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todo cuanto Él hace, y le mostrará mayores obras que estas, para que vosotros os maravilléis. Porque como el Padre resucita a los muertos y los vivifica, así también el Hijo a los que quiere vivifica.
A la verdad, el Padre no juzga a nadie, sino que todo el juicio lo ha entregado al Hijo, a fin de que todos honren al Hijo, lo mismo que honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre, que le envió. En verdad, en verdad os digo, el que escucha mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no incurre en sentencia de condenación, sino que ha pasado de la muerte a la vida.
En verdad en verdad os digo, que llega la hora, y es ésta, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en Sí mismo, así también dio al Hijo tener vida en Sí mismo; y le dio poder de ejercer juicio, por cuanto es el Hijo del hombre.
No os maravilléis de esto, pues llega la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán los que hubieren obrado el bien para resurrección de vida; los que hubieren obrado el mal, para resurrección de condenación. No puedo Yo hacer por mí mismo nada; según lo que oigo doy sentencia, y mi sentencia es justa, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Si soy Yo quien da testimonio de mí, mi testimonio no es verídico; Otro es el que da testimonio de mí, y sé que es verídico el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis una delegación a Juan, y él dio testimonio a favor de la verdad; no que sea un hombre de quien Yo recibo testimonio, mas digo esto para que vosotros seáis salvos. Él era la antorcha que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis por un instante regocijaros en su luz.
El testimonio que Yo tengo, mayor es que el de Juan; porque las obras que el Padre me dio llevar a cabo, estas mismas obras que hago, testifican acerca de mí que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me envió, Él ha dado testimonio acerca de mí. Ni su voz habéis oído jamás ni visto su aspecto, y su palabra no la tenéis permanente en vosotros, porque a quien Él envió, a este vosotros no creéis.
Escudriñad las Escrituras, ya que creéis vosotros poseer en ellas la vida eterna; ahora, bien, ellas son las que dan testimonio de mí. ¡Y no queréis venir a mí para tener vida! Gloria de los hombres no la recibo; pero os conozco, y sé que no tenéis en vosotros el amor de Dios. Yo he venido en Nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, a él recibiréis.
¿Cómo podéis vosotros creer, recibiendo como recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria del único Dios? No penséis que os voy a acusar delante de mi Padre; hay quien os acusa, Moisés, en quien vosotros tenéis puesta la confianza. Porque si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, ya que de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?”.
| El paralítico de la piscina. (Jn 5,1-47) |
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SOLO TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Corría el año 781-782 de Roma y se celebraba la fiesta de los judíos y subí a Jerusalén. Había en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, un estanque, por sobrenombre en hebreo Bethesda, que tenía cinco pórticos. En éstos yacía gran muchedumbre de enfermos, ciegos, cojos, impedidos, que aguardaban la agitación del agua. Porque, de tiempo en tiempo, un ángel bajaba al estanque y removía el agua.
El primero, pues, que después de la agitación del agua entrase en ella, quedaba sano de cualquier enfermedad que le aquejase. Estaba allí un hombre que llevaba treinta y ocho años en su enfermedad y como le viese tendido en el suelo y conociese que llevaba ya mucho tiempo le dije:
—“¿Quieres ponerte sano?”
Me contestó:
—“Señor, no tengo un hombre que, cuando se remueva el agua, me eche en el estanque, y en tiempo que yo llego, otro baja antes que yo”.
Le dije:
—“Levántate, toma tu camilla y anda”.
Quedó sano al instante y tomando su camilla andaba. Era sábado aquel día y encontrándose con unos fariseos le dijeron:
—“Es sábado y no te es permitido llevar la camilla”.
Él les respondió:
—“El que me sanó me dijo: “Toma tu camilla y anda”.
Le preguntaron:
—“¿Quién es el hombre que te dijo: “Toma tu camilla y anda?”[1]
No pudo contestarles porque tras curarle me retiré sin ser notado, gracias a la muchedumbre de gente que había en aquel sitio. Pero después lo hallé en el Templo y le dije:
—“Mira, has sido curado; no peques ya más, no sea que te suceda algo peor”.
Se fue aquel hombre y manifestó a los fariseos que Yo le había sanado. Y esto fue causa de que me persiguieran, ¡porque tales cosas hacía en sábado! Encontrándome con ellos les dije:
—“Mi Padre sigue hasta el presente obrando, y Yo también obro”.
Por esto, pues, más aún pretendían matarme, porque no solo violaba el sábado, sino porque les dije que Dios Padre, Padre mío era, haciéndome igual a Él. Y continué diciéndoles:
—“En verdad, en verdad os digo, no puede el Hijo hacer nada de sí mismo si no lo viere hacer al Padre. Porque cuanto Aquel hace, esto igualmente hace también el Hijo. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todo cuanto Él hace, y le mostrará mayores obras que estas, para que vosotros os maravilléis. Porque como el Padre resucita a los muertos y los vivifica, así también el Hijo a los que quiere vivifica.
A la verdad, el Padre no juzga a nadie, sino que todo el juicio lo ha entregado al Hijo, a fin de que todos honren al Hijo, lo mismo que honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre, que le envió. En verdad, en verdad os digo, el que escucha mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no incurre en sentencia de condenación, sino que ha pasado de la muerte a la vida.
En verdad en verdad os digo, que llega la hora, y es ésta, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en Sí mismo, así también dio al Hijo tener vida en Sí mismo; y le dio poder de ejercer juicio, por cuanto es el Hijo del hombre.
No os maravilléis de esto, pues llega la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán los que hubieren obrado el bien para resurrección de vida; los que hubieren obrado el mal, para resurrección de condenación. No puedo Yo hacer por mí mismo nada; según lo que oigo doy sentencia, y mi sentencia es justa, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Si soy Yo quien da testimonio de mí, mi testimonio no es verídico; Otro es el que da testimonio de mí, y sé que es verídico el testimonio que da de mí. Vosotros enviasteis una delegación a Juan, y él dio testimonio a favor de la verdad; no que sea un hombre de quien Yo recibo testimonio, mas digo esto para que vosotros seáis salvos. Él era la antorcha que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis por un instante regocijaros en su luz.
El testimonio que Yo tengo, mayor es que el de Juan; porque las obras que el Padre me dio llevar a cabo, estas mismas obras que hago, testifican acerca de mí que el Padre me ha enviado. Y el Padre, que me envió, Él ha dado testimonio acerca de mí. Ni su voz habéis oído jamás ni visto su aspecto, y su palabra no la tenéis permanente en vosotros, porque a quien Él envió, a este vosotros no creéis.
Escudriñad las Escrituras, ya que creéis vosotros poseer en ellas la vida eterna; ahora, bien, ellas son las que dan testimonio de mí. ¡Y no queréis venir a mí para tener vida! Gloria de los hombres no la recibo; pero os conozco, y sé que no tenéis en vosotros el amor de Dios. Yo he venido en Nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere en su propio nombre, a él recibiréis.
¿Cómo podéis vosotros creer, recibiendo como recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria del único Dios? No penséis que os voy a acusar delante de mi Padre; hay quien os acusa, Moisés, en quien vosotros tenéis puesta la confianza. Porque si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, ya que de mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?”.
COMENTARIO DEL INGENIERO
San Juan nos sitúa en el comienzo del 2º año. Es la Pascua de los judíos. Cristo está, de nuevo, en Jerusalén. El anciano san Juan, cuando escribe este texto no lo hace solo para los cristianos de su tiempo, hombres y mujeres del siglo II. Su Evangelio está escrito para siempre y para todos. Pero ahora, los hombres y mujeres de este tiempo, ¿qué entenderán al leer estas palabras en boca de Cristo?
Salí a darme una vuelta por las calles de mi ciudad. Iba con el pensamiento fijo en este TEMA que acababa de leer. La gente pasaba por mi lado, cada cual en sus ocupaciones. Unos iban, otros venían. Y yo me preguntaba: Señor, ¿quién de estos conoce tu mensaje? ¿Han leído tu Evangelio? ¿Te conocen? ¿Te aman?
Yo mismo me contestaba a estas preguntas deduciendo que a lo peor, si tuvieran la oportunidad de leer, a bote pronto, estas palabras de Jesús, quizá les sonarían a “chino mandarino”. Entonces me dije: ¿Para quién estoy haciendo este trabajo? Añadir una sola letra a este pasaje evangélico sería como encender una cerilla para alumbrar el destello de un relámpago. Si le ayuda, puedo indicarle lo que yo interpreto:
Al cabo de un año, los judíos, de dura cerviz, han cegado su entendimiento voluntariamente. Viendo los milagros de Jesús no los quisieron ver. Oyeron las divinas palabras del Verbo y no las quisieron oír. Tenían frente a sí al Autor de la Vida y sin embargo pretendían darle muerte.
Ya se ve clara la intención de los fariseos cuando va a comenzar el 2º año de la predicación de Jesús. Han de eliminarlo. ¿Por qué? Porque este Hombre, que sí, que hace milagros, es un Hombre que dice ser Dios. Que se atribuye la potestad divina de perdonar pecados. ¿Cómo? Sí, que dice que su Padre es Dios y que Él es igual a su Padre.
Negar la evidencia es una perversión de la voluntad que secuestra el entendimiento para no emplearlo en un acto de Fe que te lleve a reconocer la divinidad de un Hombre que suspende las leyes de la naturaleza a su libre albedrío. Este Hombre es Cristo, que manifiesta ser el Dios Fontal de quien procede toda vida imaginable.
Cuando Dios disponga que a mi generación se le acabaron los días de pasar por este mundo, todos iremos a parar al sepulcro donde el polvo se hace polvo. Pero si soy capaz de creer en lo que acabamos de leer de san Juan evangelista, llegará, seguro, un día, que solo el Padre Dios conoce, en el que este Hombre, su Hijo, que mataron los judíos, que entregó su vida, voluntariamente, por mí, vendrá a buscarme allí donde las almas esperan la resurrección del cuerpo a quien estaban unidas.
Soplará, como Dios, sobre mi sepulcro y el polvo tornará de nuevo a ser carne, pero, esta vez, resucitada, carne que oirá la voz de su Señor, que se volverá a unir con el alma, ya para siempre. Tendré esta alma y cuerpo que me ha definido como quien soy como soy, pero con una gloria que no puedo concebir. Compartiré la naturaleza divina del Único Dios que reconoceré en la Persona del Padre, en la Persona del Hijo y en la Persona del Espíritu Santo. Resucitaremos para la vida eterna si hemos creído en este Cristo nuestro y Jesús de nuestra alma que ahora nos está relatando su propia vida.
[1] Esta pregunta descubre el corazón de los fariseos de aquel tiempo. No es posible más mezquindad en el alma de un hombre que pregunta por quien le autorizó a llevar la camilla en lugar de por quién le sanó. La casuística de los judíos relevantes del pueblo de Israel es inmisericorde. ¿Quién puede entender un corazón tan duro?
San Juan nos sitúa en el comienzo del 2º año. Es la Pascua de los judíos. Cristo está, de nuevo, en Jerusalén. El anciano san Juan, cuando escribe este texto no lo hace solo para los cristianos de su tiempo, hombres y mujeres del siglo II. Su Evangelio está escrito para siempre y para todos. Pero ahora, los hombres y mujeres de este tiempo, ¿qué entenderán al leer estas palabras en boca de Cristo?
Salí a darme una vuelta por las calles de mi ciudad. Iba con el pensamiento fijo en este TEMA que acababa de leer. La gente pasaba por mi lado, cada cual en sus ocupaciones. Unos iban, otros venían. Y yo me preguntaba: Señor, ¿quién de estos conoce tu mensaje? ¿Han leído tu Evangelio? ¿Te conocen? ¿Te aman?
Yo mismo me contestaba a estas preguntas deduciendo que a lo peor, si tuvieran la oportunidad de leer, a bote pronto, estas palabras de Jesús, quizá les sonarían a “chino mandarino”. Entonces me dije: ¿Para quién estoy haciendo este trabajo? Añadir una sola letra a este pasaje evangélico sería como encender una cerilla para alumbrar el destello de un relámpago. Si le ayuda, puedo indicarle lo que yo interpreto:
Al cabo de un año, los judíos, de dura cerviz, han cegado su entendimiento voluntariamente. Viendo los milagros de Jesús no los quisieron ver. Oyeron las divinas palabras del Verbo y no las quisieron oír. Tenían frente a sí al Autor de la Vida y sin embargo pretendían darle muerte.
Ya se ve clara la intención de los fariseos cuando va a comenzar el 2º año de la predicación de Jesús. Han de eliminarlo. ¿Por qué? Porque este Hombre, que sí, que hace milagros, es un Hombre que dice ser Dios. Que se atribuye la potestad divina de perdonar pecados. ¿Cómo? Sí, que dice que su Padre es Dios y que Él es igual a su Padre.
Negar la evidencia es una perversión de la voluntad que secuestra el entendimiento para no emplearlo en un acto de Fe que te lleve a reconocer la divinidad de un Hombre que suspende las leyes de la naturaleza a su libre albedrío. Este Hombre es Cristo, que manifiesta ser el Dios Fontal de quien procede toda vida imaginable.
Cuando Dios disponga que a mi generación se le acabaron los días de pasar por este mundo, todos iremos a parar al sepulcro donde el polvo se hace polvo. Pero si soy capaz de creer en lo que acabamos de leer de san Juan evangelista, llegará, seguro, un día, que solo el Padre Dios conoce, en el que este Hombre, su Hijo, que mataron los judíos, que entregó su vida, voluntariamente, por mí, vendrá a buscarme allí donde las almas esperan la resurrección del cuerpo a quien estaban unidas.
Soplará, como Dios, sobre mi sepulcro y el polvo tornará de nuevo a ser carne, pero, esta vez, resucitada, carne que oirá la voz de su Señor, que se volverá a unir con el alma, ya para siempre. Tendré esta alma y cuerpo que me ha definido como quien soy como soy, pero con una gloria que no puedo concebir. Compartiré la naturaleza divina del Único Dios que reconoceré en la Persona del Padre, en la Persona del Hijo y en la Persona del Espíritu Santo. Resucitaremos para la vida eterna si hemos creído en este Cristo nuestro y Jesús de nuestra alma que ahora nos está relatando su propia vida.
[1] Esta pregunta descubre el corazón de los fariseos de aquel tiempo. No es posible más mezquindad en el alma de un hombre que pregunta por quien le autorizó a llevar la camilla en lugar de por quién le sanó. La casuística de los judíos relevantes del pueblo de Israel es inmisericorde. ¿Quién puede entender un corazón tan duro?

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