El siervo del centurión. (Mt
8,5-13; Lc 7,1-10) |
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SOLO
TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Bajamos del monte y
seguidos de un gran gentío entramos en Cafarnaúm. Había cierto centurión, cuyo
siervo, enfermo, estaba para morir, el cual le era de mucha estima. Como
hubiese oído hablar de mí, envió a algunos ancianos de los judíos, suplicándome
que viniese a sacar de peligro a su siervo, diciendo:
—“Señor, mi muchacho yace
en casa paralítico, presa de atroces torturas”.
A su vez los ancianos me
rogaban encarecidamente, diciendo:
—“Es digno de que le
otorgues esto, pues ama nuestra raza, y la sinagoga él nos la edificó”.
Les dije:
—“Allá voy, y le
curaré”.
Acompañado de ellos y
cuando estábamos cerca de la casa, el centurión envió unos amigos diciendo:
—“Señor, no te molestes,
que no soy digno de que entres debajo de mi techo; por lo cual tampoco me consideré
digno de ir a Ti; mas ordénalo con una sola palabra, y quede sano mi muchacho.
Que también yo, simple subordinado a las órdenes de la autoridad, que tengo
soldados a mi mando, digo a éste: “Ve”
y va; y a otro; “Ven” y viene; y a mi
esclavo: “Haz esto”, y lo hace”[1].
Al oír esto, quedé
maravillado[2]
y vuelto a la gente que me seguía, les dije:
—“Os aseguro que
ni siquiera en Israel hallé fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos del
oriente y del occidente y se recostarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en
el Reino de los cielos; en cambio, los hijos del Reino serán echados a las
tinieblas de allá fuera: allí será el llanto y el rechinar de los dientes”.
Dirigiéndome a los enviados
del centurión les dije:
—“Id y decidle:
como creíste, hágase contigo”.
Y el muchacho sanó en
aquella hora.
COMENTARIO
DEL INGENIERO
San Mateo y san Lucas nos
llevan de nuevo a Cafarnaúm. La lógica de Dios no es la lógica de los hombres.
Tampoco toda la palabra de Dios la podemos circunscribir a la interpretación
literal de la inteligencia humana. En este suceso, los teólogos y exegetas han
tenido notable dificultades para poder acomodar las dos versiones de este relato,
la de san Mateo y la de san Lucas.
San Mateo expone,
meridianamente, que fue el propio Centurión el que se dirige a Jesús
suplicándole la curación de su siervo. Los oídos humanos de Jesús oyeron,
directamente, la voz de un soldado humilde que articulaba las siguientes
palabras:
“Señor,
no soy digno de que entres debajo de mi techo; mas ordénalo con una sola
palabra, y quedará sano mi muchacho”. (Mt
8,8)
San Lucas expone,
manifiestamente, que el Centurión no se atrevió llegarse a Jesús de manera
personal, mandó a unos amigos que en su nombre dijeron a Jesús:
“Señor,
no te molestes, que no soy digno de que entres debajo de mi techo; por lo cual
tampoco me consideré digno de ir a ti; mas ordénalo con una sola palabra, y
quede sano mi muchacho”. (Lc
7,6-7)
Este suceso es histórico,
si pudiera volver hacia atrás en el tiempo sería testigo directo de él, pero ¿cómo
acaeció?, ¿como lo narra san Mateo o como lo hace san Lucas? Aquí nos sale al
encuentro lo que se llama “materia de
opinión”. ¿Cuál de los dos expone la verdad? La verdad intrínseca es:
Un Centurión, una humilde
súplica, un siervo enfermo, Cristo que hace el milagro a distancia... etc. En
esto nada difieren los evangelistas. Solo en la redacción de este pasaje
difieren el Apóstol y el médico. Probablemente, los acontecimientos se
desarrollaron como nos lo presenta san Lucas.
Al hacer uso del Programa Concordante
he podido advertir algunas peculiaridades que, normalmente, pasan
desapercibidas cuando el Evangelio se lee de corrido y no se medita en
profundidad. Ni san Pedro (San Marcos), ni san Juan hacen mención de este
pasaje. Ambos viven en Cafarnaúm y debieron conocer que la Sinagoga fue una
realidad gracias a la generosidad de este Centurión que, probablemente,
ostentaba la máxima autoridad romana en esta ciudad. ¿Por qué? Quizá ya
conocían los Evangelios de los Sinópticos. Lo escrito bien escrito estaba.
Por primera vez oiremos de
boca de Jesús la siguiente frase: “…allí
será el llanto y el rechinar de los dientes”. Salvo una sola vez que la
menciona san Lucas, cuando Jesús contesta a uno que pregunta si serán pocos lo
que se salven, solo en san Mateo vemos esta afirmación del Hijo de Dios. Hasta
seis veces en este Evangelio la oiremos en los labios del Maestro.
En el Infierno se llora con
eterna amargura y sin embargo no se suplica consolación, se llora con
desesperación porque no se quiere el arrepentimiento, no es posible tener dolor
de corazón, se vive en una desesperanza que no tiene término, porque se odia en
un desasosiego infernal del cual, al condenado no le es posible querer salir.
Lo quiere y lo padece porque lo ha querido, lo quiere y lo querrá más allá del
tiempo. ¿Por qué el Verbo de Dios hecho carne iba a asegurar que existe este
indefinido lugar si no fuera verdad?
[1] ¿Qué le parece? ¿Tenemos
nosotros esta Fe?
[2]
Se sorprende
Jesucristo en varias ocasiones. Esta es la primera que se nos muestra en el
Evangelio de san Mateo y de san Lucas. Su sorpresa hace referencia a la Fe de
un gentil, es decir, a la Fe de un hombre que no era judío.

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