Una mujer me unge los pies en casa de un fariseo. (Lc 7,36-50) |
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SOLO TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Uno de estos fariseos me rogaba que comiese con él, y aceptando entré en su casa y me recosté a la mesa. Inesperadamente se presentó una mujer, que era conocida en la ciudad como pecadora; la cual enterándose de que comía en casa del fariseo, tomó consigo un botecillo de alabastro lleno de perfume, y puesta detrás junto a mis pies, llorando, comenzó con sus lágrimas a bañarme los pies, y con los cabellos de su cabeza los enjugaba, y los besaba fuertemente, y los ungió con perfume. Viendo esto el fariseo que me había invitado, dijo para sí:
—“Este, si fuera profeta, conociera quién y qué tal es la mujer que le toca, cómo es una pecadora”.
Dirigiéndome a él le dije:
—“Simón, tengo una cosa que decirte”.
—“Maestro, di”.
—“Un prestamista tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. No teniendo ellos con qué pagarle, les perdonó a entrambos. ¿Quién, pues, de ellos le amará más?”
—“Entiendo que aquel a quien más perdonó”.
—“Rectamente juzgaste”.
Me volví a la mujer y dije a Simón:
—“¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, no me diste agua a los pies; mas ésta bañó mis pies con sus lágrimas y los enjugó con sus cabellos. No me diste ósculo; mas esta, desde que entré, no cesó de besarme fuertemente mis pies. No ungiste con óleo mi cabeza; mas ésta ungió mis pies con perfume. Por lo cual te digo: le son perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho. Mas a quien poco se perdona, poco ama”.[1]
Y dije a la mujer:
—“Quedan perdonados tus pecados”.
Los que estaban a la mesa conmigo comenzaron a decir entre sí:
—“¿Quién es Este, que también perdona pecados?”
Por último, dije a la mujer:[2]
— “Tu fe te ha salvado; vete en paz”.
COMENTARIO DEL INGENIERO
Inesperadamente, el evangelista médico nos sitúa en una escena conmovedora. Con cierto sobresalto nos metemos de lleno en un acto dramático que solo relata san Lucas. Un fariseo rogaba a Jesús que viniera a su casa a comer con él. El Evangelio nos indica que el nombre del fariseo es Simón, sin embargo, no dice el nombre del lugar donde suceden estos hechos, ni tampoco nos da el nombre de la mujer, solo nos informa de que tal mujer era conocida en la ciudad por su conducta pecadora. Ahora someto a la consideración de quien lee el COMENTARIO DEL INGENIERO que titulo:
+LAS LÁGRIMAS DEL AMOR+
De la lectura de este pasaje no se puede deducir la dimensión del pecado de esta mujer, pero sí se puede reflexionar sobre la impresionante grandeza de su corazón. La decisión de llegarse a la casa de este tal Simón para ungir a su Invitado, evidencia un conocimiento previo de Jesucristo. Antes lo había escuchado, lo vio de lejos o de cerca, en su pobre corazón tenía grabada la figura portentosa del Taumaturgo, del Maestro. Cristo pasaba por su ciudad, era una oportunidad que no podía dejar escapar, y esta mujer se decide a dar el paso más importante de su vida.
Toma un botecillo de alabastro con preciado perfume y fulminando los respetos humanos se presenta en la sala donde están solo hombres recostados sobre el diván que rodea el centro de la mesa. Se hace el silencio, se tensa la situación y esta mujer se llega hasta el lugar que ocupa el Invitado, con una entereza que para sí quisieran los fariseos que la escrutan, pero al cruzar su mirada con la bellísima mirada de Cristo, siente como sus piernas le flaquean y postrándose a los pies de su Señor, vierte sobre ellos ríos de lágrimas de noble mujer, de mujer arrepentida de un pasado cercano.
Sin pronunciar una sola palabra demanda perdón al Corazón del Hombre Dios y para ello, sin levantar los ojos, esta hija de Dios, emplea sus labios, sus cabellos, sus manos y sus lágrimas para consumar un acto de amor supremo e irrepetible.
En el Evangelio, con tal dramatismo, ya no se verá una muestra de amor a Cristo tan grande. Veremos a la María de Betania, la hermana de Lázaro, hacer lo mismo que esta mujer, pero en este caso, sin derramamiento de lágrimas. No hay en el Evangelio un acto tan expresivo, no hay manifestación tan contundente de tan sublime amor, un amor que solo se da en corazón de mujer. No comprendería que esta mujer desapareciera de la vida de Cristo solo porque no conozco su nombre.
En el próximo apartado, también solo san Lucas, me mostrará el nombre de una mujer de la que salieron siete demonios, expresión ésta muy de la época para indicar la vida más o menos atrevida de una joven. El nombre es María Magdalena. Esta María Magdalena, como así mismo la María de Betania, de cara al final de los días de Jesucristo en este mundo, me harán recordar la actitud de la mujer que nos acaba de ganar el alma.
Debo manifestar que estoy profundamente convencido de que actos de amor de esta naturaleza solo se dan en el corazón de una mujer, y digo de una mujer porque difícilmente se puede dar en un hombre, y digo de una mujer, expresándome en singular, porque me es imposible entender que esta mujer, María de Betania y María Magdalena no sean la misma persona.
[1] El amor es directamente proporcional a la gratitud. Un alma bien nacida, con sentido de la correspondencia por el favor recibido, es un alma que tiende al amor, tan noble y bello como bella y noble sea ella misma o quiera que así sea.
[2] Es muy probable que estemos ante María Magdalena, que seguramente venga a ser la María de Betania, la hermana de Lázaro.

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