TEMA 63 SOLO TEXTO

TEMA 63   Curación de un sordomudo. Multitud de curaciones. (Mc 7,31-37; Mt 15,29-31)
[De este milagro del sordomudo y de la forma con el que Cristo le cura solo tendremos constancia por san Marcos. Leemos]:
TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
De nuevo saliendo de los confines de Tiro, me encaminé por Sidón hacia el mar de Galilea, pasando por medio de los términos de la Decápolis. Me presentaron un sordomudo rogándome que pusiera mi mano sobre él. Lo tomé aparte, lejos de la turba, introduje mis dedos en sus orejas y con saliva toqué su lengua; y levanté los ojos al cielo suspirando y dije:
—“Effatá” (Ábrete).
Y al punto se abrieron sus oídos, y se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Les ordené que a nadie lo dijesen, mas cuanto más lo ordenaba, tanto más y más ellos lo divulgaban. Y asombrados decían:
—“Todo lo ha hecho bien, y hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.
 Marchando de allí, llegamos a la ribera del mar de Galilea y subiendo a la montaña me senté y vinieron a mí grandes muchedumbres llevando consigo, cojos, ciegos, sordos, mancos y muchos otros que dejaron a mis pies. Yo les curé a todos de suerte que la muchedumbre se maravillaba al ver oír a los sordos, sanos a los mancos, caminar a los cojos, tener vista los ciegos; y glorificaban al Dios de Israel.[1]
COMENTARIO
Si se para a pensar conmigo, comprenderá que aquí, el Señor ha hecho tres milagros en un solo acto de su Voluntad. En el primero concede al sordo la potestad de oír. En el segundo su mudez desaparece. En el tercero se le concede la facultad de hablar correctamente. Un sordomudo, si no es por la acción divina, no adquiere súbitamente la vocalización necesaria para entenderse con los demás en el caso de ser curado de forma natural.
El Evangelio no contabiliza el número de milagros realizados en estos tres años de vida pública de Jesús, pero debieron de contarse por miles los hechos extraordinarios que aquellas gentes contemplaron. Hechos sobrenaturales del Taumaturgo y también de sus propios discípulos, que, invocando su nombre, se consumaban ante los maravillados ojos de las gentes.




[1] Estamos ante un hecho histórico. Miles de hombres y mujeres, niños y ancianos, sanos y enfermos se llegaron a Cristo que ejercía su Omnipotencia al servicio de su Misericordia. Una multitud maravillada de contemplar milagros inauditos, una multitud que glorificaba al Dios de Israel, a este Dios que no es Otro que el mismo Padre de Cristo, este Padre suyo y mío para el que no existe el tiempo ni el espacio tal y como Ud. y yo, lo entendemos, un Padre del alma, último destino de su existencia y la mía.

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