[De este milagro del sordomudo y de la forma
con el que Cristo le cura solo tendremos constancia por san Marcos. Leemos]:
TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
De nuevo saliendo de los confines de Tiro, me
encaminé por Sidón hacia el mar de Galilea, pasando por medio de los términos
de la Decápolis. Me presentaron un sordomudo rogándome que pusiera mi mano
sobre él. Lo tomé aparte, lejos de la turba, introduje mis dedos en sus orejas
y con saliva toqué su lengua; y levanté los ojos al cielo suspirando y dije:
—“Effatá” (Ábrete).
Y al punto se abrieron sus oídos, y se soltó
la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Les ordené que a nadie lo
dijesen, mas cuanto más lo ordenaba, tanto más y más ellos lo divulgaban. Y
asombrados decían:
—“Todo lo ha hecho bien, y hace oír a los sordos y hablar a
los mudos”.
COMENTARIO
Si se para a pensar conmigo, comprenderá que
aquí, el Señor ha hecho tres milagros en un solo acto de su Voluntad. En el
primero concede al sordo la potestad de oír. En el segundo su mudez desaparece.
En el tercero se le concede la facultad de hablar correctamente. Un sordomudo,
si no es por la acción divina, no adquiere súbitamente la vocalización
necesaria para entenderse con los demás en el caso de ser curado de forma
natural.
El Evangelio no contabiliza el número de
milagros realizados en estos tres años de vida pública de Jesús, pero debieron
de contarse por miles los hechos extraordinarios que aquellas gentes
contemplaron. Hechos sobrenaturales del Taumaturgo y también de sus propios
discípulos, que, invocando su nombre, se consumaban ante los maravillados ojos
de las gentes.
[1]
Estamos ante
un hecho histórico. Miles de hombres y mujeres, niños y ancianos, sanos y
enfermos se llegaron a Cristo que ejercía su Omnipotencia al servicio de su
Misericordia. Una multitud maravillada de contemplar milagros inauditos, una
multitud que glorificaba al Dios de Israel, a este Dios que no es Otro que el
mismo Padre de Cristo, este Padre suyo y mío para el que no existe el tiempo ni
el espacio tal y como Ud. y yo, lo entendemos, un Padre del alma, último
destino de su existencia y la mía.
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