[Observo que san Juan no nos ha dicho nada de
este importantísimo acontecimiento. Sin embargo, al principio de su Evangelio,
nos señala que cuando Cristo ve a Simón por primera vez, clava sus divinos ojos
sobre él, le anuncia algo que el pescador no pudo comprender. El versículo de
san Juan (Jn 1,42) dice: Poniendo en él los ojos, dijo Jesús: “Tú te llamarás Cefás”
[que significa Pedro o Piedra]. San Juan,
cuando decide escribir su Evangelio ya conoce lo escrito por los Sinópticos. No
añade más, solo hace esta observación con la que, veladamente, nos muestra la
divinidad de Jesús, un Hombre que conoce con anticipación los hechos que se han
de consumar en el futuro. Leemos]:
TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Al día siguiente salí con mis discípulos
hacia las aldeas de Cesárea de Filipo. Después de haber orado a solas,
llegándome a mis discípulos les pregunté:
—“¿Quién dicen las turbas
ser el Hijo del hombre?”
Contestaron:
—“Unos que Juan el Bautista, otros que Elías,
otros diferentes, que Jeremías, otros, que algún profeta de los antiguos ha
resucitado…”
—“Y vosotros, ¿quién decís
que Soy?”
Tomando Pedro la palabra dijo:
—“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios
viviente”.
Yo le respondí:
—“Bienaventurado eres Simón
Barjoná, pues que no es la carne y sangre quien te lo reveló, sino mi Padre,
que está en los cielos. Y Yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no podrán contra ella.
Te daré las llaves del Reino de los cielos, y cuanto atares sobre la tierra,
quedará atado en los cielos; y cuanto desatares sobre la tierra, quedará
desatado en los cielos”.[1]
Ordené terminantemente a mis discípulos que a
nadie dijesen ser Yo el Mesías.
COMENTARIO
Si Cristo ya anticipó que Simón sería la
Piedra de la Iglesia, no podíamos esperar que fuera otro Apóstol el que,
adelantándose a todos, manifestase, solemnemente, que su Maestro era el Mesías.
Un judío no podía esperar mayor felicidad que
ser testigo de la realidad palpable del Mesías que había de venir y que ya está
delante de sus ojos. La Esperanza de Israel, del pueblo judío, portentosamente
escogido por Dios, se ha hecho notoria realidad. Jesús, el Verbo de Dios, el
Hijo de Dios, el Hijo de María, una Virgen judía, ha bajado del cielo y se ha
hecho Hombre como nosotros menos en el pecado.
Si solo tuviera delante los Evangelios de san
Marcos y de san Lucas, observaría que, para describir este transcendental
suceso, ambos no han empleado más de 75 palabras. San Mateo, sin embargo, ha
sido más generoso, con una redacción de más del doble de la cifra mencionada.
Además, por san Mateo, descubrimos la gravedad y solemnidad de las palabras de
Cristo dirigidas al aturdido Pedro. Observe, quien está leyendo, las palabras
de Cristo a su Apóstol preferido:
“Bienaventurado eres Simón
Barjoná, pues que no es la carne y sangre quien te lo reveló, sino mi Padre,
que está en los cielos. Y Yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no podrán contra ella.
Te daré las llaves del Reino de los cielos, y cuanto atares sobre la tierra,
quedará atado en los cielos; y cuanto desatares sobre la tierra, quedará
desatado en los cielos”. (Mt 16,17-19)
Unos poquitos meses después, el Hijo de Dios,
resucitado, dará cumplimiento a estas palabras y san Pedro será la Piedra en la
que está edificada la Iglesia, esta Iglesia en la que quiero vivir y morir.
Termino esta reflexión preguntándome cuales
son los argumentos para que un judío de hoy no suscriba la afirmación de un
judío de ayer. ¿A qué Mesías espera el pueblo judío del siglo XXI?
[1]
Roma tiene
este privilegio divino. Lo que Roma ate en la tierra, atado para siempre, queda
en el cielo, lo que desate en este mundo, para siempre, queda desatado en el
otro. El que no cree en el único Pedro no sé
qué cielo le espera. Mi esperanza se fundamenta con
la Fe en la Iglesia de Cristo, la única Iglesia que reconozco bajo la paternal autoridad
de quien Él mismo se escoge para ser su Roca sobre la que se fundamenta la
única verdad que salva, la Verdad de Pedro, la única, la que es Verdad de
Cristo.
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