[Leer el Evangelio, con atención, supone que
no has pasado una página muy interesante, cuando pasas a otra que despierta,
todavía más, el interés y la curiosidad por saber cómo acaba la nueva escena
que se presenta con una fuerza de sobrenatural viveza. La Concordancia nos
muestra]:
TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
De seis a ocho días después, tomé a Pedro a
Santiago y a Juan y subí con ellos a un monte elevado para orar. Y mientras
estaba orando, me transfiguré en presencia de ellos. Cambió mi rostro que
relumbraba como el sol y mis vestiduras se pararon blancas como la luz,
centelleantes y relampagueantes, blancas en extremo, cuales ningún batanero
sobre la tierra es capaz de blanquearlas así.
Dos varones circundados de gloria me
hablaban, eran Moisés y Elías, sobre el tránsito que Yo realizaría en
Jerusalén. Pedro, Juan y Santiago estaban cargados de sueño; mas despertando
vieron mi gloria y la de Moisés y Elías. Y cuando Moisés y Elías se retiraron
díjome Pedro:
—“Señor, Maestro, que buena cosa es estarnos
aquí; si quieres, haré aquí tres tiendas: una para Ti, una para Moisés y una
para Elías”.
Pedro no sabía lo que decía, pues estaba
fuera de sí por el espanto. Y estando todavía hablando, de pronto se formó una
nube luminosa que los cubría y se llenaron de miedo. Y he aquí una voz salida
de la nube que decía:
“Este
es mi Hijo querido, el Elegido, en quien me agradé, escuchadle”.[1]
Mis discípulos cayeron sobre su rostro y se
atemorizaron sobremanera. Mas Yo acercándome a ellos los toqué y dije:
—“Levantaos y no tengáis
miedo”.
Súbitamente, alzando sus ojos y echando una
mirada en rededor, a nadie ya vieron sino solo a mí. Y mientras bajábamos del
monte les ordené diciendo:
—“A nadie digáis la visión
hasta que el Hijo del hombre hubiere resucitado de entre los muertos”.
Y guardaron la cosa para sí. Y se preguntaban
qué era aquello de resucitar de entre los muertos. Y me preguntaban diciendo:
—“¿Cómo dicen los escribas que Elías ha de
venir primero?”
Yo les dije:
—“Elías, ciertamente,
viniendo primero, restaurará todas las cosas; ¿y cómo está escrito del Hijo del
hombre que ha de padecer muchas cosas y ser menospreciado? Pues bien, os digo
que sí ha venido Elías y que hicieron con él cuanto quisieron, según está
escrito de él. Elías ya vino y no le reconocieron. Así también el Hijo del
hombre ha de padecer a manos de ellos".
Entonces comprendieron mis discípulos que les
había hablado de Juan Bautista.
COMENTARIO
Pedro, Santiago y Juan, serán testigos de una
visión y de una audición celestial, extraordinaria. Verán a su Maestro que
brilla resplandeciente en estado de oración. Verán las figuras radiantes de
Moisés y Elías que hablaban con Jesús. ¿Cómo reconocieron que los dos varones
eran Moisés y Elías? Estamos ante un hecho sobrenatural y en este contexto
debemos interpretar que los Apóstoles así lo captaron, de manera infusa.
Ahora es el momento de reclamar la atención
de quien está leyendo. Comprenda cual ha sido la filosofía concordante con la
que se ha hecho este trabajo de concatenar adecuadamente los diferentes textos
de los Evangelios. Para ello nos fijaremos en las palabras del Padre.
Dice san Mateo:
“Este es mi Hijo querido, en quien me agradé;
escuchadle”.
Dice san Marcos:
“Este es mi Hijo querido; escuchadle”.
Dice san Lucas:
“Este es mi Hijo, el elegido: escuchadle”.
Dice la Concordancia:
“Este es mi Hijo querido, el Elegido, en
quien me agradé, escuchadle”.
[1]
Esta es la
voz del Padre, del Padre del Verbo, de su Palabra. El Padre se agrada en su
Hijo e invita a escucharle, a escuchar su Palabra hecha Hombre como nosotros,
menos en el pecado, pero un Hombre que conoce al hombre porque tiene alma de
hombre y carne de hombre. En el Bautismo, el Padre presentará a su Hijo tal y
como ahora lo hace, pero aquí, el Padre dirá que este es su Elegido y además
pide como Padre y como Dios que le escuchemos y esto, precisamente, es lo que
estamos haciendo, escuchar, en sagrado silencio, la Palabra de Dios leída según
el mismo Cristo la viene susurrando a nuestro corazón.
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