TEMA 69 SOLO TEXTO

TEMA 69   Transfiguración en el Tabor. (Mt 17,1-13; Lc 9,28-36; Mc 9,1-13)
[Leer el Evangelio, con atención, supone que no has pasado una página muy interesante, cuando pasas a otra que despierta, todavía más, el interés y la curiosidad por saber cómo acaba la nueva escena que se presenta con una fuerza de sobrenatural viveza. La Concordancia nos muestra]:
TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
De seis a ocho días después, tomé a Pedro a Santiago y a Juan y subí con ellos a un monte elevado para orar. Y mientras estaba orando, me transfiguré en presencia de ellos. Cambió mi rostro que relumbraba como el sol y mis vestiduras se pararon blancas como la luz, centelleantes y relampagueantes, blancas en extremo, cuales ningún batanero sobre la tierra es capaz de blanquearlas así.
Dos varones circundados de gloria me hablaban, eran Moisés y Elías, sobre el tránsito que Yo realizaría en Jerusalén. Pedro, Juan y Santiago estaban cargados de sueño; mas despertando vieron mi gloria y la de Moisés y Elías. Y cuando Moisés y Elías se retiraron díjome Pedro:
—“Señor, Maestro, que buena cosa es estarnos aquí; si quieres, haré aquí tres tiendas: una para Ti, una para Moisés y una para Elías”.
Pedro no sabía lo que decía, pues estaba fuera de sí por el espanto. Y estando todavía hablando, de pronto se formó una nube luminosa que los cubría y se llenaron de miedo. Y he aquí una voz salida de la nube que decía:
“Este es mi Hijo querido, el Elegido, en quien me agradé, escuchadle”.[1]
Mis discípulos cayeron sobre su rostro y se atemorizaron sobremanera. Mas Yo acercándome a ellos los toqué y dije:
—“Levantaos y no tengáis miedo”.
Súbitamente, alzando sus ojos y echando una mirada en rededor, a nadie ya vieron sino solo a mí. Y mientras bajábamos del monte les ordené diciendo:
—“A nadie digáis la visión hasta que el Hijo del hombre hubiere resucitado de entre los muertos”.
Y guardaron la cosa para sí. Y se preguntaban qué era aquello de resucitar de entre los muertos. Y me preguntaban diciendo:
—“¿Cómo dicen los escribas que Elías ha de venir primero?”
Yo les dije:
—“Elías, ciertamente, viniendo primero, restaurará todas las cosas; ¿y cómo está escrito del Hijo del hombre que ha de padecer muchas cosas y ser menospreciado? Pues bien, os digo que sí ha venido Elías y que hicieron con él cuanto quisieron, según está escrito de él. Elías ya vino y no le reconocieron. Así también el Hijo del hombre ha de padecer a manos de ellos".
Entonces comprendieron mis discípulos que les había hablado de Juan Bautista.
COMENTARIO
Pedro, Santiago y Juan, serán testigos de una visión y de una audición celestial, extraordinaria. Verán a su Maestro que brilla resplandeciente en estado de oración. Verán las figuras radiantes de Moisés y Elías que hablaban con Jesús. ¿Cómo reconocieron que los dos varones eran Moisés y Elías? Estamos ante un hecho sobrenatural y en este contexto debemos interpretar que los Apóstoles así lo captaron, de manera infusa.
Ahora es el momento de reclamar la atención de quien está leyendo. Comprenda cual ha sido la filosofía concordante con la que se ha hecho este trabajo de concatenar adecuadamente los diferentes textos de los Evangelios. Para ello nos fijaremos en las palabras del Padre.
Dice san Mateo:
“Este es mi Hijo querido, en quien me agradé; escuchadle”.
Dice san Marcos:
“Este es mi Hijo querido; escuchadle”.
Dice san Lucas:
“Este es mi Hijo, el elegido: escuchadle”.
Dice la Concordancia:
“Este es mi Hijo querido, el Elegido, en quien me agradé, escuchadle”.




[1] Esta es la voz del Padre, del Padre del Verbo, de su Palabra. El Padre se agrada en su Hijo e invita a escucharle, a escuchar su Palabra hecha Hombre como nosotros, menos en el pecado, pero un Hombre que conoce al hombre porque tiene alma de hombre y carne de hombre. En el Bautismo, el Padre presentará a su Hijo tal y como ahora lo hace, pero aquí, el Padre dirá que este es su Elegido y además pide como Padre y como Dios que le escuchemos y esto, precisamente, es lo que estamos haciendo, escuchar, en sagrado silencio, la Palabra de Dios leída según el mismo Cristo la viene susurrando a nuestro corazón.

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