TEMA 74 SOLO TEXTO

TEMA 74   El ciego de nacimiento. (Jn 9,1-41)

[Este extraordinario milagro solo está en el Evangelio de san Juan. Se supone que todos los Apóstoles fueron testigos. ¿Por qué no lo describen los Sinópticos? Pasados unos 30 años desde que comienzan a circular, allá por el año 70 d.C., los primeros escritos evangélicos, escribe san Juan lo que entiende que falta a estos escritos. Pone a la consideración de los primeros cristianos un hecho formidable: la curación de un ciego de nacimiento al que Jesús le pone barro en sus ojos, que comienzan a ver después de ser lavados en la piscina de Siloé. Leemos]:
TEXTO CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Al día siguiente, pasando vi a un hombre ciego de nacimiento. Y mis discípulos me preguntaron:
—“Maestro, ¿quién pecó: este o sus padres, para que naciera ciego?”
Respondí:
—“Ni pecó este ni sus padres, sino que se habían de manifestar en él las obras de Dios. Es preciso que obre Yo las obras del que me envió, mientras es de día; viene la noche, en que nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, Luz soy del mundo”.
Dicho esto, escupí en tierra, hice lodo con la saliva y le ungí con el lodo los ojos al ciego diciéndole:
—“Anda, lávate en la piscina de Siloé”.
Fue, pues, y se lavó, y volvió con vista. Con esto los vecinos y los que antes le veían mendigar decían:
—“¿No es este acaso el que estaba sentado y mendigaba?”
Unos decían:
—“Es él”.
Otros decían:
—“No, sino que es uno que se le parece”.
Él decía:
—“Soy yo”.
Decíanle, pues:
—“¿Cómo, pues, te fueron abiertos los ojos?”
Él respondió:
—“Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, y me ungió los ojos, y me dijo: “Ve a Siloé y lávate”; conque fui, y habiéndome lavado, recobré la vista”.[1]
Y le dijeron:
—“¿Dónde está Él?”
Dice:
—“No lo sé”.
Llevan a los fariseos al que había estado ciego. Era sábado el día que hice lodo y le abrí los ojos. De nuevo, pues, le preguntaron también los fariseos cómo había comenzado a ver. Él les dijo:
—“Me puso barro sobre los ojos y me lavé, y veo”.
Decían, pues, algunos de entre los fariseos:
—“Este hombre no viene de Dios, pues no guarda el sábado”.[2]
Mas otros decían:
—“¿Cómo puede un hombre pecador obrar semejantes señales?”
Y había escisión entre ellos. Dicen, pues, al ciego otra vez:
—“¿Tú que dices de el en cuanto que te abrió los ojos?”
Él dijo:
—“Que es Profeta”.
No creyeron, pues, los judíos acerca de él que era ciego y recobró la vista hasta que llamaron a los padres del mismo que había recobrado la vista, y les preguntaron diciendo:
—“¿Es este vuestro hijo, que vosotros decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?”
Respondieron sus padres y dijeron:
—“Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego; cómo ve ahora, no lo sabemos, o quién abrió sus ojos, nosotros no lo sabemos; preguntadle a él, edad tiene; él dirá de sí”.
Esto dijeron sus padres, porque temían a los judíos; pues ya se habían concertado los judíos en que, si alguno me reconociera por Mesías, fuese expulsado de la sinagoga. Por esto dijeron sus padres: “edad tiene; preguntadle a él”.
Llamaron, pues, por segunda vez al hombre que había estado ciego, y le dijeron:
—“Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que este hombre es pecador”.
A esto respondió él:
—“Si es pecador no lo sé; una cosa sé: que yo estaba ciego y ahora veo”.
Dijéronle, pues:
—“¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?”
Les respondió:
—“Os lo dije ya, y no me escuchasteis; ¿a qué lo queréis oír de nuevo? ¿Acaso también vosotros queréis haceros discípulos suyos?”
Le cargaron de denuestos y le dijeron:
 —“¡Tú discípulo suyo eres; nosotros, de Moisés somos discípulos! Nosotros sabemos que a Moisés le ha hablado Dios; mas este no sabemos de dónde es”.
Respondió el hombre y les dijo:
—“En esto precisamente está lo extraño: que vosotros no sabéis de dónde es, y, no obstante, me abrió los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino que, si uno honra a Dios y cumple su voluntad, a este nacimiento. Si este no viniera de Dios, no pudiera hacer nada”.
Respondieron y le dijeron:
—“Empecatado naciste tú de pies a cabeza, ¿y tú nos das lecciones a nosotros?”
Y le echaron fuera. Llegó a mis oídos que le habían echado afuera y encontrándome con él le dije:
—“¿Tú crees en el Hijo de Dios?”
—“¿Y quién es, Señor, para que crea en Él?”
—“Le has visto, y el que habla contigo, Él es”.[3]
—“Creo, Señor”.
Postrándose, me adoró. Y dije a mis discípulos:
—“Para un juicio vine Yo a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos”.

COMENTARIO
No cabe duda de que el Espíritu Santo inspiró a todos los evangelistas, pero en todo aquello que escribieron. Lo que no escribieron, porque no conocieran los hechos o porque, aunque los conocieran, no juzgaran necesarios darlos a conocer, según el personal criterio de cada uno, debe entenderse que tampoco el Espíritu Santo los creyó necesarios. Debieron de ser muchos, solo hay que llegarse al último versículo de san Juan: Hay, además de éstas, otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales, si se escribiesen una por una, ni en todo el mundo creo que cabrían los libros que se escribieran. (Jn 21,25), para comprender lo que estamos diciendo.
No obstante, con este suceso, debo entender, que el Espíritu Santo, que dejó plena libertad a los Sinópticos para reseñar solo lo que consideraron importante, inspiró, muy particularmente, a san Juan para que diera razón de este pasaje, y el anciano evangelista, de manera brillante y magistral, lo plasmó en su Evangelio tal y como ahora lo hemos leído.



[1] Nació ciego y vivió ciego hasta encontrarse con Jesús. Dios puso su saliva en la tierra, hizo un poquito de lodo, untó los ojos del ciego de nacimiento, se lavó en la piscina de Siloé y comenzó a ver la luz por primera vez. Para Dios todo es posible.
[2] Siento vergüenza ajena por el hecho de que puedan existir seres de mi raza, hombres, capaces de razonar con tan perversa ignorancia, una ignorancia voluntariamente querida. Un corazón enfermo por la maldad que entenebrece la razón.
[3] Cristo es el Mesías, el Hijo de Dios. Como Dios, se dará a conocer, de forma directa, a este joven. Antes, apreciamos que también se da a conocer, como el Mesías, a una mujer samaritana. Ambos le ven y le escuchan meridianamente. A este, le dirá Jesús: “Le has visto…”, a la samaritana le dirá: “Soy Yo, el que habla contigo…”

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