[Gracias a san Mateo, ahora, podemos estar
leyendo estas consoladoras palabras de Cristo. Ningún otro Evangelio hace
referencia a esta prolongación del Sermón de la Montaña que anteriormente hemos
contemplado. Leemos]:
TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
—“¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien
ovejas y se le descarría una de ellas, ¿por ventura no dejará las noventa y
nueve en los montes y se irá a buscar la descarriada? Si le aconteciere
hallarla, en verdad os digo que goza por ella más que por las noventa y nueve
no descarriadas. Así no es voluntad en el acatamiento de vuestro Padre, que
está en los cielos, de que perezca uno de esos pequeñuelos.
Si pecare contra ti tu
hermano, ve y corrígele entre ti y él sólo. Si te escuchare, ganaste a tu
hermano; mas si no te escuchare, toma todavía contigo a uno o dos, para que “sobre el dicho de dos o tres testigos se
falle todo pleito”; y si no les diere oídos, dilo a la Iglesia; y si
tampoco a la Iglesia diere oídos, míralo como gentil y publicano.
En verdad os digo, cuanto
atareis en la tierra será atado en el cielo, y cuanto desatareis sobre la
tierra será desatado en el cielo.
En verdad también os digo
que, si dos de entre vosotros se concertaren sobre la tierra acerca de
cualquier cosa que pidan, les será otorgado por mi Padre, que está en los
cielos. Pues dondequiera que estén dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy
Yo en medio de ellos”.
Entonces, dijo Pedro:
—“Señor, ¿cuántas veces
pecará mi hermano contra mí y le perdonaré? ¿Hasta siete veces?”
Contesté:
—“No te digo hasta siete
veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso se asemejó el Reino de los
cielos a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Y como comenzó a
tomarlas, le fue presentado un deudor de diez mil talentos. No teniendo él con
qué pagar, mandó su señor se le vendiese a él, a su mujer, a sus hijos y a todo
cuanto tenía, y con eso se le pagase. Postrándose, pues, el siervo aquel, le
suplicaba rendidamente, diciendo:
“Ten paciencia conmigo, y todo te lo pagaré”.
Compadecido el señor de
aquel siervo, le dejó ir libre y le perdonó la cantidad prestada. Pero así que
salió aquel siervo se encontró con uno de sus consiervos, que le debía cien
denarios; y asiendo de él le ahogaba, diciendo:
“Paga todo lo que debes”.
Postrándose, pues, su
consiervo, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te pagaré”.
Mas él no quería, sino que
fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase lo que debía. Viendo, pues, sus
consiervos lo que pasaba, se disgustaron sobremanera y se fueron a enterar a su
señor de todo lo ocurrido. Entonces, llamándole su señor, le dice:
“Siervo ruin, toda aquella deuda te perdoné porque me lo
suplicaste. ¿No era justo que también tú te compadecieses de tu consiervo, lo
mismo que yo me compadecí de ti?”
Y encolerizado su señor, lo entregó a los
verdugos hasta que le pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre
celestial hará con vosotros si no perdonareis cada uno a vuestro hermano con
todo vuestro corazón”.
COMENTARIO
La ventaja de leer
concordadamente el Evangelio es, que además de complementar los textos, de los
cuatro escritores sagrados, los interrelaciona cronológicamente. Se consigue,
pues, una secuencia lógica en una única lectura. En definitiva, una sucesión de
etapas evangélicas que se redactan, también, con la batuta del Espíritu Santo.
Pero si, además, una vez concordados los textos, en un metódico orden,
convertimos el resultado en un escrito autobiográfico, entonces, quien lee
está, a su vez, siendo interpelado por el mismo Cristo, el Hijo de Dios que
redacta su propia Vida usando el instrumento más inútil que jamás se haya dado
en este menester. Este instrumento es el ingeniero que suscribe, al cual puede
identificar como el pollino donde va montado el Señor cuando entra en
Jerusalén.
El cristiano no guarda
rencor a nadie, pase lo que pase. De no ser así, no es cristiano. No existe un
límite en el perdón. Un ser humano, mientras viva en este mundo, tiene derecho
al perdón, si lo pide, por perversas que hayan sido sus obras. Téngase por
seguro que un hombre es hijo de Dios de siempre y para siempre y su Padre
demandará perdón para su hijo, si pide clemencia. Si el hombre no perdona al
hombre que suplica perdón, el Padre de ambos saldrá al encuentro de los dos. Al
que no perdonó no le perdonará y al que pidió perdón y no fue perdonado lo
recibirá en sus eternas entrañas a poco que sienta y pronuncie un: “Padre
mío perdóname”.
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