[Se dice que el Evangelio del médico san
Lucas es el de la Misericordia porque nos dejó como herencia las más
significativas palabras de Cristo que muestran el entrañable amor de Dios por
los hombres, el amor de su divino Corazón. Esta parábola, que solo él nos la da
a conocer, es la primera de otras que a continuación veremos, solo escritas de
su puño y letra. Leemos]:
TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Y he aquí que un legista se
levantó, y con ánimo de tentarme dijo:
—“Maestro, ¿qué haré para
entrar en posesión de la vida eterna?”
Le contesté:
—“En
la Ley, ¿qué está escrito? ¿Cómo lees?”
Él, respondiendo, dijo:
—“Amarás al Señor Dios tuyo
de todo corazón, y con toda tu alma, y con toda tu fuerza, y con toda tu mente,
y a tu prójimo como a ti mismo”.
Yo le dije:
—“Muy
bien respondiste: haz esto y vivirás”.
Él, queriendo justificarse
me dijo:
—“Y ¿quién es mi prójimo?”
Tomando la palabra le dije:
“Cuídale,
y lo que gastares demás, a mi vuelta yo te lo abonaré”.
¿Quién de éstos tres te parece haber sido
prójimo del que cayó en manos de los salteadores?”
Contestó:
—“El que usó la
misericordia con él”.
Le dije:
—“Anda y haz tú de la misma manera”.
COMENTARIO
Para amar de este modo hay
que conocer muy bien a la Persona amada, porque el amor es directamente proporcional al conocimiento que se tiene del Objeto
de tu amor. Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la
fuerza, con toda la mente supone un conocimiento de su Persona tan grande como
la medida del inmenso amor que se ha definido.
¿Quién conoce a Dios para
amarlo de esta forma? En el Evangelio de san Mateo (11, 25-30), oiremos a
Cristo que nos dice: “Todo me ha sido
entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce
al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo”.
A Dios Padre solo lo conoce
Dios Hijo y también aquél a quien el Hijo lo revele. Amaremos tanto más cuanto
mayor sea nuestra disposición para captar lo que el Hijo revela de su Padre.
¿Cómo puedo saber si amo a Dios? Es fácil, no podemos asegurar que amamos a
Dios, que no vemos, si no amamos, tanto como a nosotros mismos, al prójimo que
si vemos. El amor a mi prójimo es, sin duda, la medida de mi amor a Dios.
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