[El galeno, entendió que estas palabras de
Jesús eran imprescindibles para conquistar el alma de su amigo Teófilo. Se ha
informado de todo, exactamente, y lo ha redactado tal y como lo leemos y en el
orden que llevamos. San Lucas deja abierta la ventana del espíritu para que
podamos, en una bocanada de aire puro y fresco, conocer la Esperanza y
descansar en la meditación de estas sus palabras evangélicas que solo él nos
enseña.]
TEXTO
CONCORDADO Y AUTOBIOGRÁFICO
Luego, aparte, a mis discípulos les dije:
—“Por
esto os digo: no os acongojéis por la vida, pensando qué comeréis, ni por el
cuerpo, con qué os vestiréis. Porque la vida más es que el alimento, y el
cuerpo, más que el vestido. Considerad los cuervos, que ni siembran ni siegan,
que no tienen despensa ni granero, y Dios los sustenta; ¡cuánto más valéis
vosotros que las aves! ¿Y quién de vosotros con acongojarse puede añadir un
codo a la duración de su vida? Pues si ni siquiera podéis lo mínimo, ¿a qué
apuraros por los demás? Considerad los lirios, cómo crecen; no trabajan ni
hilan; y os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos.
Y si la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al horno, Dios así la
viste, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe?
Tampoco
andéis vosotros buscando qué comeréis o qué beberéis, ni estéis con el alma
colgada de un hilo. Porque todas esas cosas son tras las cuales andan las
gentes del mundo, y vuestro Padre sabe que necesitáis de ellas. Sino buscad el
Reino de Dios, y esas cosas se os darán por añadidura. No temas rebañito
pequeño, porque plugo a vuestro Padre daros el Reino. Vended vuestras haciendas
y dad limosna; haced bolsas que no envejezcan, tesoro que no fenezca en los
cielos, donde no llega el ladrón ni estraga la polilla: porque donde esté
vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.[1]
Estén ceñidos vuestros
lomos y encendidas vuestras lámparas, y vosotros semejantes a hombres que
aguardan a su señor, cuando vuelva de las bodas, para que en cuanto llegue y
llame, le abran al punto. Bienaventurados aquellos siervos a quienes en
viniendo hallare el señor velando, en verdad os digo que se ceñirá y los hará
poner a la mesa, y pasando de uno a otro les servirá. Y aunque viniere en la
segunda vigilia, y aunque en la tercera, si los hallare así, bienaventurados
son ellos. Y entended que si supiese el amo de casa a qué hora viene el ladrón,
vigilaría y no dejaría que se perforase su casa. Vosotros también estad
apercibidos, pues a la hora que no pensáis, viene el Hijo del hombre”.
Dijo Pedro:
—“Señor, ¿esa parábola nos la diriges a
nosotros o también a los demás?”
Contesté:
—“¿Quién
es, pues, el administrador fiel y prudente, a quien dará el Señor cargo sobre
su servidumbre, para que a su tiempo distribuya la ración de trigo? Bienaventurado
aquel siervo a quien su amo, al venir, hallare obrando así, en verdad os digo
que le dará cargo sobre todos sus bienes. Mas si aquel siervo dijere en su
corazón: “Mi amo tarda en venir”, y comenzare a golpear a los muchachos
y a las muchachas, y a comer y beber y embriagarse, vendrá el amo de aquel
criado en el día que no aguarda y a la hora que no sabe, y le partirá por
medio, y le deparará la misma suerte que a los infieles. Aquel siervo que
conociere la voluntad de su amo y no se dispusiere u obrase conforme a su
voluntad, recibirá muchos azotes; mas el que no la conociere, si hiciere algo
digno de azotes, recibirá pocos.
A todo
aquel a quien mucho se dio, mucho se le exigirá; y a quien mucho entregaron en
depósito, más le pedirán. Fuego vine a meter en la tierra; ¡y cuánto deseo que
ya prendiese! Con bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustias las mías
hasta que se cumpla! ¿Pensáis que vine a traer paz a la tierra? No, os lo
aseguro, sino más bien división. Porque desde ahora serán cinco en una casa,
divididos: tres contra dos y dos contra tres. Se dividirán el padre contra el
hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la
madre; la suegra contra la nuera, y la nuera contra la suegra”.
Y dirigiéndome a las turbas les decía:
—“Cuando veis levantarse
una nube por el poniente, al punto decís: “Viene aguacero”, y así
sucede; y cuando sopla el viento del sur, decís: “Habrá bochorno”, y se
cumple. Hipócritas, sabéis reconocer el semblante de la tierra y del cielo, y
al tiempo en que estamos, ¿cómo no lo reconocéis? ¿Y cómo de vosotros mismos no
discernís lo que es justo? Porque mientras vas con tu contrincante al
magistrado, procura por el camino librarte de él, no sea que te arrastre ante
el juez, y el juez te entregará al alguacil, y el alguacil te echará en la
cárcel. Te lo aseguro, no saldrás de allí hasta que hallas pagado el último
céntimo”.
Estando en la Perea se presentaron a mí
algunos que me refirieron el caso de los galileos, cuya sangre había mezclado
Pilato con la de sus víctimas. Y respondiendo les dije:
—“¿Creéis
que estos galileos, por haber padecido esta desgracia, fueron más pecadores que
todos los demás galileos? No, os lo aseguro; antes si no hiciereis penitencia,
todos igualmente pereceréis. O aquellos dieciocho sobre quienes se desplomó la
torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los otros
habitantes de Jerusalén? No, os lo aseguro, antes si no hiciereis penitencia,
todos igualmente pereceréis”.
Y les propuse esta parábola:
—“Un
hombre tenía una higuera plantada en su viña. Vino a buscar fruto en ella y no
lo halló. Y dijo al viñador:
“Ya
van tres años desde que vengo a buscar fruto en esta higuera y no lo hallo.
Córtala: ¿para qué, además, ha de esterilizar la tierra?”
El
respondiendo, le dice:
“Señor,
déjala este año todavía, y entre tanto cavaré en torno de ella y echaré abono;
y si diere fruto en adelante…, que si no la cortarás”.
COMENTARIOSolo como información numérica debo exponer a la consideración de quien está leyendo que:
1. En
esta parte del Evangelio de san Lucas se han consumido 47 versículos, que
suponen un ~4% de los 1.150 con los que se divide la totalidad del tercer
Evangelio.
2. Se ha
empleado 962 palabras que suponen, también, un ~4% sobre las 22.994 palabras
con las que se ha redactado todo el Evangelio de este evangelista.
3. Esta
parte del texto es exclusiva de san Lucas.
4. Y
ahora, quizá, es el momento en el que debo insertar la reflexión que hago
sobre:
+LA
ÚLTIMA OPCIÓN+
¿Quiere ir al cielo o quiere ir al Infierno?
Esta pregunta, esta propuesta, a primera
vista, no tiene sentido, sin embargo, si tuviera la oportunidad de hacérsela a
la mujer o al hombre, que se dispone a cruzar el umbral de la muerte, se
sorprendería con una respuesta que quizá no esperaba. Evidentemente, nadie, en
su sano y sereno juicio, quiere iniciar el último y trascendental viaje de su
vida con destino al eterno Infierno, pero para su estupor y el mío comprobaría
que muchos, muchísimos que no desean ir al Infierno tampoco quieren ir al
Cielo. ¿Esto cómo se entiende?
¿Qué es la
conciencia? La conciencia es
la capacidad de discernir entre el bien y el mal. Cualquier mente sensata
distingue, desde que tiene uso de razón, la maldad de la bondad. Este atributo
está inseparablemente unido al alma, le es inherente, es decir, si hay alma hay
conciencia y viceversa. En la reflexión que nos ocupa la frase: “no tiene
conciencia” carece de sentido, porque la conciencia es imposible hacerla
desaparecer. Cuando, por lo general, se ejecuta un acto que es intrínsecamente
malo, con pleno conocimiento de causa, con el soberano ejercicio de la voluntad
y en contra de lo que dicta la conciencia, se está suscribiendo una
responsabilidad ante Dios y ante los hombres de la cual se tendrá,
necesariamente, que responder en función de la indefinida dimensión de sus
consecuencias, se tendrá que responder del acto perverso, en esta y en la otra
vida. Un acto de esta naturaleza no se olvida jamás, queda como esculpido en el
alma, en la conciencia, secuestrada por la voluntad, pero no muerta, una
conciencia que conserva, uno por uno, todos los actos que le han
sido antagónicos, estos mismos que acompañan al hombre o a la mujer en trance
de desembocar en la otra vida, en la eternidad.
Cuando ha llegado la hora de
la verdad, al desvanecerse la voluntad del hombre por la enfermedad, por el
sopor que precede al coma, la conciencia emerge con toda lucidez y precisión,
demandando justicia. En este decisivo tiempo, próximo a la muerte, la persona
recapitula todos los actos de su vida con rigor y claridad meridiana, se
dispone a responder de los mismos y fija su alma en una definitiva condición en
virtud de la cual, porque así lo ha querido, se adentra en la eternidad con
pleno conocimiento de lo que soberanamente ha elegido. Opta, libremente, por su
último y concluyente destino para siempre.
¿Qué es la Fe? La Fe es un acto razonable y libre por el
cual se acepta como verdadero lo que un hombre dice. Es la creencia en algo sin
necesidad de que haya sido confirmado por la experiencia o la razón, o
demostrado por la ciencia: tiene fe en que hay otra vida después de esta.
Es un don de Dios. La Fe es patrimonio de la razón y la razón, a su vez, es
patrimonio del alma, por tanto, la Fe es algo inherente al yo de cada persona.
No se puede afirmar: “No tengo Fe en nada” porque eso sería lo mismo que
decir: “No tengo yo” y esto es incoherente, es un absurdo.
Por lo que respecta a los destinatarios de
esta reflexión, a todos los que creen o han creído que existe, al otro lado de
la muerte, un eterno Cielo o un eterno Infierno, cuya opción es de libre
elección del ser humano, podemos afirmar que en esta decisión intervienen dos
voluntades: la de Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen
al conocimiento de la verdad y la del hombre que, ejerciendo su libre
albedrío, se niega a reconocerla, se auto incapacita para beneficiarse de la
Misericordia de un Padre, que tiene permanentemente tendida la mano hacia el
hijo que no le quiere. El hombre puede, en la más perversa de sus decisiones,
no solo no querer, sino que además puede odiar y con este odio
precipitarse al infinito vacío de la eternidad donde le espera una
estremecedora y eterna desesperación.
Traigo a esta reflexión la muerte de dos
hombres que se relata en el Evangelio. La muerte del ladrón en el Calvario y la
muerte de Judas. En el Calvario, el Hijo de Dios, que está agonizando en un
patíbulo en forma de Cruz, escucha las palabras ultrajantes de otro hombre, un
maleante, que padece la misma agonía:
“¿No eres Tú el Mesías? Sálvate a Ti mismo y
a nosotros”. Lc 23,39
A la otra vera del Dios Crucificado hay otro
hombre, también crucificado, que reconoce, con pesadumbre, los actos de su vida
pasada que son la causa de la amargura que está padeciendo:
“¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el
mismo suplicio? Nosotros, a la verdad, lo estamos justamente, pues recibimos el
justo pago de lo que hicimos; mas Este nada inconveniente ha hecho. ¡Jesús,
acuérdate de mí cuando vinieres en la gloria de tu realeza!” Lc 23,40-42
El Señor le contestará:
"En verdad te digo que
hoy estarás conmigo en el Paraíso". Lc 23,43
Al morir, el Redentor se llevó Consigo el
alma del ladrón que moría a su lado. Lo llevó al Paraíso sin apartarlo de su
vera. Este hombre que reconoció la perversidad de sus actos, fue capaz de
ganarse el cielo porque asumió su maldad pasada, aceptando el suplicio como
tributo a su mala vida, la que ahora deja colgada en un palo, pero también tuvo
la osadía de suplicar clemencia a un Hombre que estaba muriendo la misma muerte
que él. Reconoció al Hijo de Dios sabiendo, con toda certeza, que la muerte de
ambos no era definitiva:
“¡Jesús, acuérdate de mí cuando vinieres…!”
¿Qué ocurrió en el alma de este hombre?
Resumió y ordenó sus actos pasados, aceptó con inmensa vergüenza las
consecuencias de los mismos, se apenó de las secuelas con la que su conciencia
le mostraba el daño en otros inocentes y se reconoció merecedor de la muerte
que sufría y aceptaba, como expiación de sus culpas, buscando la misericordia
con la Esperanza de merecerla. Con su arrepentimiento y dolor de corazón se
ganó el eterno y bienaventurado Cielo en el acto.
Pocas horas antes de este patético drama del
Calvario, Judas devuelve el salario de su traición diciendo:
“Pequé entregando sangre inocente”.
Y arrojando en el santuario los siclos, se
retiró, y, marchándose de allí, se ahorcó, y habiendo caído de cabeza,
reventó por medio y se le salieron todas las entrañas.
Así describe la Sagrada Escritura la muerte
tenebrosa de un hombre sobre el que Dios asegura que: mejor le hubiera
sido no haber nacido. ¿Qué ocurrió en el alma de este hombre? De no
mucho tiempo atrás, Judas, voluntariamente, se dejó llevar por la avaricia que
lo predispuso hacia el pecado más grande que se ha dado en un ser humano.
Estudió, maquinó con endemoniada alevosía la forma de entregar a su Maestro, lo
hizo por el dinero, pero sobre todo porque la amistad de Jesús y de sus
discípulos se le hizo insoportable, consumó su infamia con el calor húmedo de
un beso en el rostro de su Dios, una vileza que Jesús Hombre no esperaba, una
deslealtad manifestada con una muestra de cariño, con un beso envenenado que
sorprendió al mismo Dios.
Judas lleva dentro de sí a Satanás que le
invita al suicidio porque no puede soportar vivir con el permanente susurro de
su conciencia, más viva y activa que nunca, que le requiere respuestas a las
preguntas: Judas, ¿qué has hecho? Judas, ¿por qué lo has hecho? …El
ahorcado no morirá instantáneamente, de cara a su expiración, en breves
segundos, vuelve a contemplar su pecado y no se perdona así mismo, no
acepta que la Misericordia de Dios sea infinita, considera que su pecado es tan
enorme que da por hecho la imposibilidad del perdón y en consecuencia gusta la
desesperación en su estado más amargo y toma eterna posesión del Infierno que
no estaba preparado para él.
Entendido lo que es Conciencia y Fe podemos
discernir hasta donde se dice verdad cuando oímos frases como estas: “No
tiene conciencia”, “No tiene fe”. Tales negaciones no son absolutas, es
decir, asegurar no tener conciencia o fe no quiere decir que no existan en el
acervo espiritual de nuestro yo, más bien quieren expresar que no se ejercen,
que están ocultas, aunque en el fondo, se sabe que son tan potencialmente
evidentes como las potencias del alma.
En el ejercicio de la vida entre los hombres
y mujeres de nuestro tiempo y de nuestro espacio, en este ordinario vivir
nuestra vida en la sociedad de nuestro entorno, si fuéramos testigos de esa
trascendental despedida que una persona va a consumar porque le ha llegado la
hora de su verdad, podríamos comprobar que en este ser humano, del cual se
decía no tener Fe ni Conciencia, se ha iniciado una última batalla en la que,
precisamente, van a intervenir, su voluntad, su fe y su conciencia.
En lo más íntimo del yo del que se dispone a
morir, en la soledad, en el sagrado silencio del que solo tiene a su lado la
melancolía, surgen con toda su potencialidad la conciencia y la fe. La
conciencia, además de ponerle en su presencia todo acto inmoral que celosamente
guardó durante toda la vida, ahora le demanda justicia, le demanda el dolor de
corazón y el arrepentimiento consecuente.
La Fe incita a la voluntad para que asuma que
detrás de lo desconocido, que velozmente se aproxima, hay otra vida a ejercer
en dos lugares infinitamente incompatibles, el Cielo y el Infierno. Este
hombre, esta mujer opta por aquello que elige soberanamente y aquí es donde el
estupor y la sorpresa se nos hacen patentes porque vamos a ser testigos de lo
siguiente: ¡No elige el cielo! ¿Por qué? Exactamente Dios sabe el por
qué.
Yo intuyo, que esta persona al reflexionar
sobre la responsabilidad de su pecado, con el que ha convivido gran parte de su
existencia sin dolor de corazón, sin arrepentimiento y sin voluntad de reponer
el daño inferido en el prójimo, se reconoce digno de una expiación más o menos
dolorosa a padecer durante más o menos tiempo. No es capaz de aceptar que la
Misericordia de Dios es infinita y como consecuencia no se perdona a sí
mismo, parece como si dedujera que:
“...Si en toda una vida he sido incapaz de
querer arrepentirme, como lo voy a hacer en los breves minutos que me quedan
para iniciar la partida”.
No abandona su espíritu en las manos de Dios
previo profundo arrepentimiento de su pecado, se niega, voluntariamente a
suplicar el cielo, no se considera digno de verse cara a cara con Dios porque
no percibe la contrición, el dolor de corazón previo a un sincero remordimiento
de conciencia. No elige el Cielo, aunque tampoco elige el Infierno porque,
por lo menos, intuye que el averno es desesperantemente eterno.
Esta persona no ha podido evitar la realidad
de algo en lo que decía no creer y que ahora, a punto de partir, se le
muestra cierto, concreto, verdadero y meridiano. Le espera el Infierno en
el que no creía porque se siente incapaz de reconocer su pecado y suplicar la
Misericordia de su Padre, que todavía insiste con pertinacia divina y los
brazos extendidos hacia el alma de este hijo, de esta hija que se le puede ir,
para siempre, de sus manos.
Y… ¿Qué es el Infierno?
La santa de la Misericordia divina, Santa
Faustina, nos manifiesta lo que ella vio en el Infierno. Hoy, un Ángel me
llevó a los precipicios del Infierno. Es un lugar de grandes torturas. ¡Es
impresionante el tamaño y la extensión del sitio! He aquí los tipos de torturas
que vi: la pérdida de Dios, el remordimiento de conciencia perpetuo, el saber
que esa condición nunca va a cambiar, el fuego que penetra el alma sin
destruirla; la permanente oscuridad y un terrible hedor que sofoca, pero, a
pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los condenados se ven y ven
toda la malignidad, propia y de los demás; la compañía constante de Satanás; la
horrible desesperación, el odio a Dios, las palabras horrendas, las maldiciones
y las blasfemias. Lo que he escrito es sólo una sombra pálida de las cosas que
vi allí. Pero sí noté una cosa: que la mayoría de las almas que están allí
son las que se han negado a creer en el Infierno.
Y… ¿Qué es el Cielo?
"El Cielo es la participación en la
naturaleza divina, gozar de Dios por toda la eternidad, la última meta del
inagotable deseo de felicidad que cada hombre lleva en su corazón. Es la
satisfacción de los más profundos anhelos del corazón humano y consiste en la
más perfecta comunión de amor con la Trinidad, con la Virgen María y con los
Santos. Los bienaventurados serán eternamente felices, viendo a Dios tal cual
es”. San Pablo dice del cielo: “Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al
corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman”. (1 Co
2,9).
“El cielo es el eterno ejercicio del amor, en
su más acabada perfección, sobre la Persona de mi Señor Jesucristo, mi
Esperanza, el Dios misericordioso y Fontal de quien procedo viviendo su propia
y Única Vida”.
[1] Estas
palabras son palabras de inmensa paz, las palabras del Príncipe de la Paz. Dios
es mi Padre y si así lo creo y así lo vivo ¿qué me falta? Todo lo que tengo me
ha sido dado y todo lo que me falta se me dará, justamente, cuando lo necesite,
cuando mi Padre lo disponga y no cuando lo quiera yo.
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